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Mal del agro que amenaza clima y seres vivos

AFP

El número de países afectados por la desertificación aumentó drásticamente en los últimos 20 años. ¿Todo es culpa del calentamiento climático? No solo, dicen los expertos, que señalan las consecuencias catastróficas de prácticas agrícolas inadecuadas.

El desierto no avanza, sino que las tierras de cultivo se están retirando. Esto que parece un juego de palabras es una distinción fundamental.

“Tenemos una imagen del avance de un desierto de arena, de dunas que sumergen pueblos y campos. En la mayoría de los casos, no es así”, explica Gudrun Schwilch, investigadora del Centro de Desarrollo y Ambiente de la Universidad de Berna.

La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra Desertificación (CNULD) establece que la degradación de las tierras en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resulta de factores como las variaciones climáticas y la actividad humana. Estas regiones representan cerca del 40% de la superficie planetaria. Un fenómeno que se ha acentuado en los últimos tiempos.

Los países afectados son 168, en la década de 1990 eran 110. Las personas directamente afectadas: 850 millones.

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Menos tierra agrícola

Si bien la desertificación se deriva de diversos factores, como las oscilaciones climáticas, “no se trata de un fenómeno natural. La causa principal es la actividad humana”, dice Schwilich.

Deforestación, agricultura intensa, pastar excesivamente en un mismo sitio y prácticas de irrigación inadecuadas conducen a la degradación, a la que contribuyen también el viento y la falta de agua.

El resultado es el agotamiento de las sustancias nutritivas del suelo y el debilitamiento de los estratos arables. Este año se pierden así 120.000 km2 de terreno fértil (una superficie tres veces mayor a la de Suiza) sobre la que hubiesen podido cultivarse 20 millones de toneladas de cereales, indica la ONU.

Las zonas más afectadas son aquellas explotadas en exceso y en donde los efectos del cambio climático son más marcados, observa Schwilich: “Se pueden citar economías emergentes, como China e India, y países menos desarrollados en África y Sudamérica. En África, la degradación concierne hasta dos tercios de la superficie productiva.

Relacionar la desertificación solo con estos países es un error frecuente: La región mediterránea también la sufre. “El país más afectado es España, que conoce el problema desde la década de 1970”. Suiza, por el contrario, “no sería correcto hablar de desertificación, visto que se trata de una región húmeda. Pero se habla de degradación de la tierra en general, y todo el país está afectado”, puntualiza Schwilich.

El 17 de junio es el Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación, establecido en 1994 por la ONU. 

En vigor desde 1996, la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD) es el principal instrumento internacional para contrarrestar lo que se define como “una amenaza para el desarrollo sostenible”

Suiza, que se ha adherido a la Convención, destina cerca de 50 millones de francos al año a la lucha contra la desertificación. La Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE) administra unos 70 proyectos en el mundo. En Mongolia, por ejemplo, apoya la creación de cooperativas de pastores para gestionar de modo sostenible las zonas de pastar.

Sin sustento

Pese a ser fenómenos locales, la degradación tiene efectos planetarios. No solo en términos ecológicos y climáticos (aumento del CO2 en la atmósfera), sino sobre todo a escala socioeconómica. La disminución de alimentos favorece las migraciones y los conflictos. Solo en México, entre 700.000 y 900.000 personas abandonan año con año las tierras áridas rumbo a las grandes ciudades o a EE.UU. en busca de medios de subsistencia, indica la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Según el último documento informativo de la  CNULD (The Economics of Desertification, Land Degradation and Drought), los costos de la desertificación oscilan  entre 3 e 5% del PIB agrícola (cerca de 64 mil millones de dólares al año). Un porcentaje que varía considerablemente de un país a otro. Baste citar a Paraguay, 6,6%; Burkina Faso, 9%; y Guatemala, 24%.

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Para invertir la tendencia

La creación de zonas cultivables ocupa al ingeniero y docente suizo Jean-Edouard Buchter, quien propone irrigar el desierto con agua recuperada de los afluentes de ríos como el Níger y el Nilo, transportada por bombas y navíos cisterna. Una propuesta radical enunciada en su libro Reverdecer el Sahara, publicado en 2012.

Plantar árboles ayuda, pero no es la solución, recuerda Gudrun Schwilich: “Plantar simplemente una hilera de árboles no es eficiente. Se ha visto en España, donde se han plantado varias especies, no indígenas y, además, en el sitio inadecuado.”

“Si en cambio la población local se implica y a estos proyectos de reforestación se suman medidas de gestión sostenible de la tierra y el agua,  esto, sin duda, tendrá efectos potenciales”.

La prevención, como en todo, siempre es más efectiva: Es mejor proceder en tierra aún productiva, en vez de hacerlo en áreas ya desérticas. Y las nuevas tecnologías pueden ser muy útiles”, afirma Gudrun Schwilich.

“Estamos trabajando en esa dirección con un instituto estadounidense. La idea es facilitar el acceso a soluciones duraderas con una aplicación en la que el usuario establece los parámetros relativos al terreno propio, como precipitaciones y tipo de suelo. Estos servirán de base para que la aplicación le ofrezca opciones para una gestión sostenible”.

No son soluciones globales, destaca. “Lo importante es el intercambio de conocimientos y compartir las experiencias hechas localmente”.

La iniciativa africana Gran muralla verde prevé plantar antes del 2025 una barrera de árboles de 15 kilómetros de ancho y cerca de 7.100 km de largo, que se extienda de Senegal a Yibuti, para frenar la progresión del desierto. Esto debe contribuir a mejorar el nivel de vida de la población e interrumpir el éxodo de refugiados climáticos. Once países participan: Senegal, Mauritania, Burkina Faso, Malí, Nigeria, Níger, Chad, Sudán, Eritrea, Etiopía y Yibuti.

Senegal es uno de los más comprometidos: ya ha sembrado 12 millones de árboles.

Iniciativas similares han sido puestas en marcha en países como China, Brasil, Rusia, India y Australia.

Traducción: Patricia Islas

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