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El fatalismo, ese mal ancestral

En su lucha en pro de la salud en Usila, los Bischoff no sólo han tenido que hacer frente a las condiciones de extrema pobreza de los habitantes...

“Muchas personas enfermas simplemente se abandonan. Consideran que es su destino y que nada pueden en contra”, lamenta Gilbert Bischoff.

“Es una situación que está cambiando, pero poco a poco”, señala el benefactor de esa comunidad oaxaqueña.

Refiere el caso de un joven que, producto de una grave infección, tiene una diferencia de 20 centímetros entre una pierna y otra. “Cojea horriblemente pero no utiliza la prótesis que le conseguimos, porque dice que su vecino lo embrujó y que contra el mal que le hizo todo es inútil”.

Usila cuenta ahora con un centro de salud, pero antes, las personas tenían que desplazarse para poder recibir atención médica y, las más de las veces, como lo han hecho a través de generaciones, recurrían a los remedios naturales, insuficientes, por supuesto, en el caso de padecimientos discapacitantes.

“Además, dadas las condiciones subtropicales del lugar, cualquier pequeña herida puede infectarse en muy poco tiempo. Un simple piquete de mosco puede conducir a la gangrena”, subraya nuestro entrevistado.

Empero, las personas no acuden de inmediato al centro de asistencia y, merced a su crítica situación económica, tampoco adquieren los medicamentos que requieren. “Cuando llego -una vez por año- me entregan sus recetas, muchas ya muy viejas, para que les compre las medicinas”, comenta Gilbert.

Una economía de subsistencia

En el municipio de San Felipe Usila, las principales actividades económicas son agrarias y artesanales, caracterizadas éstas últimas por el bordado de huipiles. En lo que toca a las primeras, responden más bien a cultivos de autosubsistencia. Antes producían café; sin embargo, con el desplome de los precios del grano…

“Ya no lo cultivan. Para producir un kilo de café tienen que invertir 9 pesos (1,05 francos) ¡y ganan 7¡ (0,81 francos)”

Dedican entonces las tierras, de explotación comunal, a los cultivos de consumo propio. La familia entera labora en ello. De ahí que, cuenta Gilbert, en épocas pasadas los padres no enviaban a los hijos a la escuela y algunos ni siquieran registraban el nacimiento ante las autoridades. Sin ese procedimiento los chicos no tenían papeles y no podían marcharse.

“Era una forma de sobrevivencia -explica nuestro interlocutor-, como aquella otra de los más viejos que se instalaban en un rincón y dejaban de comer para dejarse morir y ceder su lugar a los más jóvenes”.

Un cambio de actitudes

A través de sus muchos años de contacto con los habitantes del lugar, los Bischoff han asistido, e incluso han acompañado, el cambio de actitudes.

Sebastián, el hijo menor de la familia, lleva cada año juguetes a los chiquillos del jardín de niños local. Al principio no pasaban de 15, el año pasado fueron 440. “Hay muchos más niños que van a la escuela”, se regocija Gilbert.

Un gran avance, en efecto. La gente mayor difícilmente habla español y, en general, son analfabetas. En una ocasión, Bischoff llevó 60 pares de lentes para las personas con vista reducida. Para determinar la graduación pertinente, las mujeres “leyeron” los bordados de sus huipiles, las letras les eran ajenas.

La magia de una sonrisa

Del primer contacto, a través de un mero gesto amable -“cuando llegamos apenas hablábamos español y muchos de ellos sólo chinanteco, pero nos recibieron en sus casas, y es que para comunicar basta con el deseo de hacerlo, el respeto y una sonrisa”- pasaron a una relación entrañable.

En sendos álbumes fotográficos, Gilbert muestra a las chicas que han obtenido becas, a los jóvenes que han sido operados, a las personas mayores que recibieron algún otro apoyo:

“Este es Don Tomás en su nueva silla de ruedas… este es Kevin, tiene 5 años y nació con un problema en la columna… esta es Adela, tiene polio, su padre era velador y fue asesinado, su madre no habla español y no encuentra trabajo…

¿Cómo logra retener tantos nombres? ¿Cómo recuerda tantas historias?

Enmarcada en una amplia sonrisa, la respuesta es inmediata: “¡Son mi familia!”.

swissinfo, Marcela Águila Rubín

La medicina tradicional de la Chinantla incluye sopladores (encargados de curar el espanto) hierberos y curanderos (hierberos, sopladores y rezanderos).

Entre las técnicas de diagnóstico están la revelación en sueños o la “lectura del maíz”.

Las enfermedades son clasificadas en positivas, contraídas por causas naturales, y negativas, debidas a causas sobrenaturales.

La cosmogonía del grupo en algunos casos queda reflejada en los huipiles de lujo de las mujeres chinantecas.

En los bordados se registra el origen mítico, la historia y la trayectoria de una familia o de un pueblo.

Mayor información: amexvdne@caramail.com

En apoyo de los habitantes de Usila:
Amex-Vd-Ne
Apoyo Humanitario
17-520154-5

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