«Uno para todos, todos para uno»: así toma sus decisiones el Gobierno suizo

Reuniones secretas y un ejecutivo de siete cabezas —sin primer ministro— que defiende las decisiones como un órgano colectivo. Así funciona el sistema de «colegialidad» suizo.
El contraste no puede ser mayor. En el país más rico y poderoso del mundo, un presidente ha tomado el cargo decidido a utilizar cualquier ápice de poder ejecutivo —y más— para impulsar su agenda. No solo sus oponentes están inmovilizados, sino que Donald Trump ni siquiera ha consultado a sus aliadosEnlace externo antes de sumir en el caos el sistema arancelario mundial.
En la rica —pero algo menos poderosa— Suiza no siempre está tan claro lo que personalmente quieren la presidenta federal y sus colegas de Gobierno. mientras Europa se rearma, ¿planea algún movimiento audaz el nuevo ministro de Defensa, Martin Pfister? Es difícil saberlo. Aunque a Pfister le apeteciera cortar todos los lazos con la OTAN o directamente entrar en ella, no podría tomar esa decisión de manera unilateral. Nadie puede hacerlo en Suiza.
Las misiones en solitario, simplemente, no forman parte del Consejo Federal que gobierna el país, donde los ministros y ministras tienen la obligación de seguir un principio al que el propio Pfister se ha referido repetidamente desde que fue elegido: la colegialidad.
Decisiones colectivas y una única voz
La colegialidad —anclada en el artículo 177 de la Constitución federal— es un elemento más de los objetivos centrales de la política suiza: lograr el consenso y asegurarse que nadie pueda acaparar demasiado poder. En esencia significa que el Gobierno es colectivo y no jerárquico. Es decir, los ministros y ministras —que representan a los cuatro partidos más grandes del país— deciden de igual a igual. No hay un primer ministro que maneje los hilos. (La presidencia rota cada año entre los siete ministros y, en gran medida, es una función ceremonial y de coordinación).
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Es igualmente importante que una vez que las decisiones se adoptan —ya sea por unanimidad o por mayoría— todos los ministros deben defenderlas públicamente. Pasan a un segundo plano las posturas privadas o de partido.
En 2023, por ejemplo, el Gobierno hizo campaña a favor de una nueva ley para alcanzar la neutralidad climática en 2050. El partido derechista Unión Democrática de Centro (UDC), al que pertenece el ministro de Medioambiente, Albert Rösti, se opuso. Rösti, expresidente a su vez de UDC, también había estado vinculado a la industria petrolera antes de asumir el cargo. ¿Qué habría dicho de la ley si no hubiera sido ministro? Nunca lo sabremos. Una vez que el Gobierno fijó su rumbo, él lo respaldó públicamente, y ahora lo aplica.
Mientras tanto, y para garantizar que este sentimiento de unidad no se vea debilitado, las reuniones del Gobierno son secretas y los protocolos solo se hacen públicos transcurridos 30 años, a menos que se filtren a los medios de comunicación antes.

Estabilidad laboral
Esto puede llevar a los ministros a situaciones que rozan la disonancia cognitiva. Y es que no debe de ser fácil promover una política a la que alguien se opone en privado. Y tampoco parece fácil argumentar en contra de algo que dentro de tu propio partido goza de gran popularidad. Es lo que la ministra del Interior, Elisabeth Baume-Schneider del Partido Socialista, tuvo que hacer en 2024 cuando lideró la campaña del GobiernoEnlace externo contra una subida de las pensiones.
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Es evidente que en otras democracias liberales quienes forman parte del Gobierno también tienen que seguir la línea de la política gubernamental. A veces no está claro si lo hacen por convicción, pragmatismo o pura lealtad a un jefe poderoso, como, por ejemplo, Trump.
Pero los ministros de otras democracias tienden a llegar y marcharse: se les despide cuando meten la pata o renuncian cuando no están de acuerdo con la política del Gobierno. O los echa la ciudadanía en las urnas. La seguridad en el empleo es la recompensa que tienen los ministros suizos por morderse la lengua públicamente. En teoría pueden ser destituidos una vez cada cuatro años, cuando el Parlamento vota para renovar el gabinete en su conjunto, pero esto casi nunca ocurre. Así que los mandatos son largos. Desde que en 1848 se fundó el Estado suizo moderno los mandatos ministeriales, de media, superan los diez años.
¿«Falta de responsabilidad» o «destino común»?
Esto puede sonar extraño a quien piensa que los errores deben castigarse haciendo rodar cabezas. Para el analista político Michael Hermann la naturaleza colectiva del Gobierno —junto con otros métodos suizos para dividir el poder, como el federalismo y la democracia directa— puede conducir a un «déficit de responsabilidad». Y argumenta que, cuando «todo el mundo y nadie» toma decisiones, no está claro a quién hay que pedir cuentas.
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También están quienes consideran que la colegialidad ayuda a evitar los volátiles vaivenes políticos. Kaspar Villiger, ministro del Gobierno entre 1989 y 2003, ha escrito que el riesgo de graves choques políticos o económicos aumenta en función de lo «incontrolado» que esté el poder ejecutivo. Los ministros suizos, mientras tanto, pueden «permitirse ser impopulares» si ello favorece el interés nacional, sostiene Villiger en un ensayo de 2023Enlace externo. El exministro cree, asimismo, que los mandatos largos ayudan a acumular experiencia y conocimientos.
De forma menos tangible, a veces, la colegialidad se considera un valor en sí mismo, un elemento central de la personalidad de los «siete sabios», como también se denomina en Suiza a los ministros.
Villiger dice que «puede desarrollarse un sentimiento de grupo, incluso el sentido de un destino común, del que surge una fuerte voluntad colectiva de rendir por encima de la media». Otro exministro, Didier Burkhalter, compara la colegialidad —especialmente el hecho de evitar las disputas públicas— con la imagen de un «muro» protector que rodea la labor del Gobierno.

Grietas en el muro
Dado que los ministros proceden de cuatro partidos muy diferentes y que la clase política está conformada por criaturas ambiciosas y estratégicas, el «muro», sin embargo, no siempre se mantiene. Las filtraciones, las rencillas políticas y las maquinaciones maquiavélicas acechan.
Aunque es difícil saber si en los últimos años los «incumplimientos» de la colegialidad han ido a más. A menudo se dice que dicho principio tiene «mucha presión». En 2006 en SWI swissinfo.ch ya escribimos que la colegialidad se había visto «debilitada en los últimos años por la polarización de la política suiza». Las especulaciones más recientes de los medios de comunicación —especialmente tras la dimisión de la exministra de Defensa Viola Amherd— también se han referido a un «ambiente poco colegial en el gabineteEnlace externo».
Pero, en general, el principio como tal —vigente desde hace 177 años— no se cuestiona. Según Pascal Sciarini, profesor de la Universidad de Ginebra y coeditor del Oxford Handbook of Swiss Politics [Manual de Oxford sobre política suiza], «las élites políticas están apegadas a él».
Y apunta Sciarini que la colegialidad se enfrenta más bien a otros retos. Uno, la «departamentalización». El mundo se ha vuelto muy complejo respecto a 1848, cuando se creó el Gobierno. Y con solo siete departamentos gubernamentales, los ministros tienen que centrarse cada vez más en sus propios ámbitos políticos (muy amplios). Esto puede distraerlos del panorama estratégico general y de su capacidad para sopesar las ideas procedentes de otros ministerios.
Aumentar el número de ministerios podría ser una forma de reducir la carga de trabajo. De hecho, otros países a veces tienen docenas. Pero en este caso, paradójicamente, el inconveniente podría ser más desacuerdos y menos unidad. «Ya es difícil mantener la colegialidad con siete ministros», afirma Sciarini.
¿Falta de liderazgo?
En cuanto al Gobierno actual, Sciarini considera que «respeta bastante» la colegialidad. También reconoce, no obstante, que carece de liderazgo en lo que para mucha gente es la cuestión estratégica clave a la que Suiza se enfrentará en los próximos años: las relaciones con la Unión Europea.
¿Una estructura de gobierno diferente podría ayudar a fomentar ese liderazgo? ¿Podría hacerlo un presidente con más poder o un Ministerio de Asuntos Exteriores con más responsabilidades?
No necesariamente, según Sciarini. Para él corresponde al Gobierno en su conjunto hacer una declaración pública firme y unificada para aclarar su posición. Esto abriría el camino para que los ministros —los siete— pudieran promoverla más activamente. «No hay contradicción entre liderazgo y colegialidad», defiende Sciarini.
Editado por Benjamin von Wyl. Adaptado del inglés por Lupe Calvo / CW. Vídeo adaptado del inglés por Carla Wolff.

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