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El amor en tiempos de migración

Francisco Gmür (66) y la ecuatoriana Mayra Flores (45) en su hogar. R. A. Fierro

El suizo Francisco Gmür (66) y la ecuatoriana Mayra Flores (45) unieron sus vidas por una razón poco convencional: humanidad.

Él, sacerdote católico, se casó para que ella y sus hijos no sean expulsados de Suiza. En su casa se siente el calor de hogar.

“Es un matrimonio por amor”, confiesa Gmür cuando se le pregunta si el suyo no es un matrimonio ficticio. “No fue un matrimonio por amor al prójimo y no tengo conflictos de conciencia”, apunta este sacerdote católico que considera el amor universal e indivisible.

“La sexualidad es sólo una forma válida, íntima, formidable de expresar el amor, más no la única”, opina. También puede ser un negocio y, además, la alta tasa de divorcios indica que no es todo en una pareja, sostiene Gmür, quien evitó conflictos con su Iglesia al poner a tiempo el punto sobre la i: mantendrá el celibato.

El año pasado estaba por jubilarse. “Una noche, durante la cena, los hijos de Mayra me preguntaron si quería casarme con su madre para que la familia pudiera permanecer en Suiza. No dudé un instante, mi respuesta fue espontánea”.

‘A todos les va bien, más a las mujeres’

El 3 de septiembre del 2004 se realizó la boda civil en Ecuador. Los antecedentes de esta historia – también plagada de violencia, desarraigo, de hechos tan inverosímiles como absurdos, de idas y venidas – se remontan a una década atrás.

El ex-esposo de Mayra era dueño de una vidriería y sus hijos estudiaban, la mayor en una universidad privada. De pronto el negocio se fue a la quiebra y se endeudaron. Mayra abrió un restaurante para sacar a la familia a flote.

“No podíamos pagar las deudas, mi hija abandonó la universidad… entonces un amigo de mi cuñado, al saber nuestra situación, me animó a ir a Suiza. Me dijo que allá la situación era muy buena, sobre todo para las mujeres, y me aconsejó viajar con mi hija que está señorita”, recuerda Mayra.

Su esposo autorizó el viaje. Levantaron la hipoteca de la casa y así pagaron los pasajes y la bolsa de viaje. El amigo se encargó de los trámites. Mayra, que no se imaginaba “cómo era este país”, se dijo, “aguantaré tres años. Reúno un poco de dinero y regreso”.

En el mundo de los “ilegales”

En Zurich, el amigo les pidió los dos mil dólares de la bolsa de viaje para probar que eran turistas con poder adquisitivo. “Fuimos a Basilea y ese señor, que también había traído a una joven menor que mi hija, dijo que su esposa estaba de viaje, que no podía hospedarnos en su casa, que también era ilegal”.

El “amigo” se quedó con el dinero para “buscar una habitación”. Deambularon todo el día por la ciudad hasta que a la medianoche aquel las abandonó en Claraplatz. Nunca más volvieron a verlo, desapareció con el dinero.

“¿Qué he hecho?”, se preguntaba Mayra. Aunque sin dinero, se encargó también de la otra niña con la que viajaron. Las tres mujeres conocieron a otros compatriotas, “también ilegales, no podían hospedarnos porque vivían en cuartos pequeños”.

Después se cruzaron con un boliviano. “Nos dio comida y nos hospedó durante 4 meses. Pero el acogía a las personas para hacerlas trabajar sin pagarles”, refiere Mayra.

‘sin papeles’ y con empleo

Pasaron seis meses sin trabajo, Mayra había decidido regresar cuando conoció a una colombiana que “vivía en una Iglesia y conocía a un sacerdote que ayuda mucho”. La colombiana se iba de la Casa Parroquial, “su” habitación fue ocupada por las ecuatorianas.

Poco después Mayra fue empleada por una familia para cuidar niños y hacer limpieza. Con ese primer trabajo pudo enviar algo de dinero. Desde Ecuador el esposo se quejaba de que no soportaba al segundo hijo, que “no quería estudiar, era un vago y había empezado a beber”.

Mayra se prestó dinero y compró un pasaje a Suiza para ese hijo. Habían pasado dos años de su llegada a Suiza cuando se enteró que su esposo tenía hace tiempo otra mujer y una hija con aquella. Esa noticia la sacó de quicio. “Envié a mi hija mayor a Ecuador a traer a sus dos hermanos menores, a cualquier precio. Pero el padre puso una condición: el también venía”.

La hija trajo a sus dos hermanos. El padre de los niños, del que Mayra ya no quería saber nada, llegó en el mismo vuelo y se hospedó en la Iglesia. “Aquí amenazó con llevarse a los niños, me chantajeó. Pedí al sacerdote Gmür que lo desaloje y hace cinco años regresó a Ecuador, solo”.

Tortura psicológica en aumento

Meses después Mayra viajó a Ecuador por un año para tratarse una enfermedad. Sus hijos se quedaron en Basilea a cargo de la hermana mayor y de Gmür, que fue multado por albergar a ‘sin papeles’. La profesora de los niños dijo que éstos necesitaban una tutora.

Tras superar los intentos de su marido de impedirle la salida de Ecuador, Mayra regresó a Suiza e inscribió a su familia en el movimiento ‘Sin papeles’. Los dos hijos mayores se habían casado con ciudadanos suizos, pero la tercera necesitaba el permiso para el aprendizaje.

“Solicitamos anónimamente a la Policía de Extranjeros legalizar nuestra situación. Una respuesta favorable nos animó a enviar otra solicitud explicando los planes futuros, pero ésta fue denegada, debíamos abandonar el país. Presentamos un recurso y aceptaron nuestra permanencia provisional, ‘hasta la respuesta definitiva”, cuenta Mayra.

Pero pasaron dos años sin una respuesta. Mayra estaba desesperada. Escuchó que habían expulsado a otros ilegales luego de un control en el tranvía. La tortura psicológica aumentó con el silencio de la Policía de Extranjeros.

Me esperan y los espero

¿Por qué se casó justamente con Mayra? Gmür responde: “Había que mudarse de la antigua Casa Parroquial. Alquilé un departamento que para mí era muy grande. Por eso invité a Mayra y a tres de sus hijos, quienes tenían menos posibilidades de encontrar una casa que otros ‘sin papeles’ solteros o con amigos y parientes en Suiza”.

El sacerdote no ha lamentado su decisión de casarse. “En Perú me gustó la convivencia con una familia. Cuando regresé a Basilea, en la casa antigua, con tantos latinos, éramos como una gran familia. Ahora, después de un par de días fuera, Mayra y los dos niños me esperan, como yo a ellos cuando salen”.

En el nuevo departamento la convivencia los ha acercado aún más, física y emocionalmente. “Nos cruzamos a cada momento, compartimos los mismos servicios, hay más confianza y comunicación”, dice Gmür, quien no cree que la relación entre el y Mayra vaya a cambiar.

“Ella respeta mi celibato y yo conozco su pasado del que no voy a decir nada porque está bajo el secreto de confesión. Creo que no habrá problemas”, confía Gmür. A su vez, Mayra siente que él “es como el padre que nunca tuve, Dios me ha enviado a este ángel”.

Sentimientos encontrados

¿Y si ella se enamora de otro hombre?, ¿si se divorcian? Gmür reflexiona, le brillan los ojos. “¿Qué puedo decirle? El divorcio de su ex-esposo fue una experiencia terrible, con tantas noches de insomnio no creo que Mayra vaya a divorciarse otra vez”, expresa. Y sobre su relación con los niños, Gmür manifiesta sentirse “a veces amigo, a veces abuelo”.

“Al comienzo fue muy duro”, refiere Mayra, quien tiene sentimientos encontrados sobre Suiza. “Es un país generoso, le tengo cariño. Aquí se puede trabajar, pero es difícil por el idioma. He sufrido mucho, pero ha sido peor en Ecuador”.

Poco después agrega: “Aquí todo es tan diferente, el invierno me pone triste. Extraño a mi familia, la vida en Ecuador, económicamente es difícil allá pero con poco somos felices”.

Gmür no tiene nostalgias. Está felíz como cualquier recién casado. Las diferencias culturales o personales con su pareja son para él palabras vacías: “Me he vuelto latino. No veo los problemas, soy optimista de nacimiento, ¿cómo quejarse de la oscuridad si alumbra una vela?

Este reportaje continúa en Más sobre el tema.

swissinfo, Rosa Amelia Fierro

Francisco Gmür:
– En 1961 se ordenó como sacerdote
– De 1973 a 1989 trabajó en Perú
– De 2003 a 2004 goza de su Año Sabático
– El 2004 pasa a la jubilación y se casa

-Gmür vive el celibato “durante 43 años libremente.
– Este sacerdote está a favor de que se retire el celibato de la Iglesia “para que los sacerdotes puedan casarse como cualquier persona”.
– Hasta hace 7 años Mayra Flores vivía en Quito con sus hijos de 18, 16, 9 y 6 años. Como ama de casa “llevaba una vida tranquila”.
– A Suiza viajó con su hija mayor de 18 años, el “amigo” de su familia y una adolescente que regresó a Ecuador dos meses después, voluntariamente.
– La ecuatoriana supo después, por sus propios compatriotas, que Ricardo (el “amigo” que las trajo) era un conocido “coyotero” (traficante de personas).

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