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El cine tematiza el miedo al Islam

Yasmina Adi, 'Ici on noie les algériens': fotos de argelinos detenidos en 1961 en Francia. SP

El reciente drama de Toulouse ha reavivado el debate sobre la integración de los musulmanes en Europa. Mientras los políticos y medios de comunicación denuncian los brotes de violencia, los inmigrantes musulmanes luchan contra los prejuicios y la discriminación. Un combate que se extiende al cine.

Un puñal; un rostro oculto; un traidor; un hombre con bigote, acento oriental y mirada maligna. Son los símbolos clásicos que han utilizado en los siglos pasados la literatura y el cine, para representar al árabe malo – en contraposición a la tradición hebreo cristiana.

“Esos sentimientos de desconfianza y miedo frente a un Islam imaginario y conquistador iban acompañado de una idealización de Oriente, basada en los cuentos de Las mil y una noches

El estilo de vida oriental, el poder de seducción de sus mujeres, la hospitalidad y la poesía ejercían una fascinación especial sobre los occidentales”, explica el sociólogo de la imagen, Gianni Haver, profesor en la Universidad de Lausana.

“Hubo un tiempo en el que las mujeres con velo eran un emblema de la sensualidad. Hoy, en cambio, encarnan el miedo hacia la religión musulmana y sus tradiciones”.

La fascinación oriental en el cine occidental ha dado paso a los clichés relacionados con el mundo árabe, que explotan los grandes éxitos de taquilla y las teleseries estadounidenses y que a menudo van asociados al espectro del terrorismo o a los recuerdos de la época colonial.

Denuncia social en Europa

El cine del Viejo Continente ofrece otra mirada. La fuerte presencia de inmigrantes magrebíes en países como Francia y el papel predominante del cine de autor han contribuido a que el Islam y su relación con Occidente se transformen en un tema de denuncia social.
 
Estas películas, escritas y dirigidas en gran parte por inmigrantes de la segunda generación, relatan la otra cara de la presencia musulmana en Europa: las revueltas contra el dominio colonial, el repliegue en la religión como identidad cultural, la discriminación y la incomprensión.
 
Así lo ilustra el documental Ici on noie les algeriens (Aquí se ahoga a los argelinos), de Yasmina Adi, que narra la represión de los argelinos en la Francia de 1961, un año antes de que el país magrebí proclamara su independencia.
 
Se trata de un filme de carácter político y social que el Festival Internacional de Cine de Friburgo mostró al público en el marco de una sección dedicada a la imagen del Islam en Occidente.
 
“A excepción de algunos largometrajes de tono conciliador, estas producciones rara vez llegan a las salas suizas, en las que predominan cada vez más las producciones estadounidenses de gran presupuesto”, explica Thierry Jobin, ex crítico de cine y director artístico del Festival de Friburgo.

El despertar de una identidad religiosa

“En los últimos años, el clima social en Francia se ha deteriorado mucho. La religión, y en especial el Islam, se estigmatiza e instrumentaliza con fines electorales”, explica a swissinfo.ch Yasmina Adi, nacida en Francia en el seno de una familia de inmigrantes argelinos. “Antes, la gente me preguntaba por mi nacionalidad, hoy quiere saber si soy musulmana”.

El Islam, que explotan algunos partidos y medios de comunicación, se ha transformado de una cuestión privada en una problemática pública. Para muchos musulmanes se ha convertido en un instrumento de reivindicación y reconocimiento de su identidad.

Contrariamente a los inmigrantes españoles o italianos en los años 70, los refugiados magrebíes no contaron con la ayuda de los sindicatos o de las misiones católicas. Al sentirse aislados, acorralados en un gueto, se refugiaron en la religión entendida como identidad colectiva”, señala Mariano Delgado, decano de la cátedra de Teología en la Universidad de Friburgo.

“Hoy, esta identidad musulmana es incluso mayor entre los inmigrantes de la segunda generación y choca inevitablemente con una sociedad europea que se dice cada vez más laica y que percibe los símbolos religiosos como ostentación”.

El cineasta argelino Rabah Ameur-Zaïmeche utiliza los clichés y el humor para afrontar el complejo tema de la moral y la tradición religiosa. En Dernier Maquis (El último resistente), que presentó en el Festival de Cannes de 2008 y también en el de Friburgo- los personajes se interrogan sobre qué significa ser un buen musulmán: ¿Orar cinco veces al día? ¿Aprender de memoria el Corán? ¿Someterse a la circuncisión? ¿Llevar el velo?

Son preguntas que se repiten en muchas películas sobre el Islam y su relación con Occidente, en un intento de subrayar la importancia que reviste la fe en el día a día de muchos musulmanes y delimitar la frontera que separa el credo del extremismo religioso.

La fe a la deriva

Cuando Francia parece haber emprendido una caza de los presuntos terroristas tras la matanza de Toulouse, Philippe Faucon, cineasta de origen marroquí, se cuestiona sobre la relación entre fanatismo y exclusión social. Su último filme, La Désintégration (La desintegración), narra cómo tres jóvenes, sin trabajo ni perspectivas, caen en las redes de un islamista y se estrellan contra la sede de Naciones Unidas con un coche bomba.
 
Más que simplificar la problemática, Philippe Faucon destaca el poder de instrumentalización que reside en la fe. “Las religiones monoteístas son un fenómeno ambiguo que tiene dos rostros”, reconoce Mariano Delgado.
 
Por un lado, está el carácter universal de estas religiones que se refleja en la reivindicación de paz y justicia. Por otro, sus aspectos absolutistas, que pueden desembocar en violencia, como ocurrió con los católicos en las Cruzadas o la Inquisición “.
 
Esta contraposición entre el bien y el mal se observa también en películas contemporáneas. Tiene su origen en los delicados equilibrios políticos que influenciaron durante siglos las relaciones entre Oriente y Occidente. Y si el cine europeo parece haber conseguido liberarse de los estereotipos vinculados a la imagen de un árabe invasor, el tema del Islam sigue lleno de significado y reflejando el imaginario colectivo entre reivindicación, fascinación y desconfianza.

En Suiza viven entre 350.000 y 400.000 musulmanes de más de cien países. Cerca del 12% tiene nacionalidad suiza.

Su número ha aumentado mucho en los últimos decenios: del 2,2% en 1990 al 4,3% en 2000, último censo de la población publicado.

Actualmente se estima que su proporción ronda el 4,5% de la población.

La mayor parte de los musulmanes en Suiza proviene de la antigua Yugoslavia (56%) y Turquía (20%).

En Suiza hay cuatro mezquitas provistas de alminares (en Zúrich, Ginebra, Winterthur y Wangen bei Olten) y cerca de 200 lugares de oración islámicos, situados sobre todo en centros culturales.

En la votación del 29 de noviembre de 2009, los ciudadanos y cantones suizos aprobaron (57,5% de votos) una enmienda constitucional que prohíbeconstruir nuevos alminares en el país.

La iniciativa fue lanzada por un comité compuesto por miembros de dos partidos conservadores, la Unión Democrática Federal (UDF) y la Unión Democrática del Centro (UDC). El Gobierno, la mayoría del Parlamento y las iglesias la habían rechazado.

En marzo de 2012, el Parlamento suizo rechazó una moción de la UDC que pedía prohibir a toda persona con el rostro cubierto utilizar los transportes públicos, acceder a algunos edificios y dirigirse a las autoridades.

En el cantón del Tesino se votará una iniciativa popular similar que han firmado más de 100.000 ciudadanos.

La UDC baraja la posibilidad de lanzar una iniciativa análoga a escala nacional.

En 2012, el Festival Internacional de Cine de Friburgo consagró una sección especial a la imagen del Islam en Occidente.

Filmes presentados:

DERNIER MAQUIS de Rabah Ameur-Zaïmeche, Francia – Argelia, 2008

HADEWIJCH de Bruno Dumont, Francia, 2009

ICI ON NOIE LES ALGERIENS de Yasmina Adi, Francia, 2010

LA DESINTEGRATION de Philippe Faucon, Francia, 2011

LE DESTIN (Al-massir) de Youssef Chahine, Francia – Egipto, 1997

MY BEAUTIFUL LAUNDRETTE de Stephen Frears, Gran Bretaña, 1985

PIERRE ET DJEMILA de Gérard Blain, Francia, 1986

(Traducción: Belén Couceiro)

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