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“Lluvia, invierno, sonidos… todo es poesía”

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La mesa de la sala es una selva que ofrece protección contra la lluvia tropical. La biblioteca es un mar en el que los libros son los países. En su taller de poesía para niños, Meral Kureyshi hace florecer la imaginación infantil.

Para ella todo es poesía. “La lluvia, el invierno, la comida, los sonidos… esta silla. La poesía incluye la historia, la religión, las matemáticas y la filosofía. En el taller llegamos a La Metamorfosis, de Kafka, a partir de un tomate”.

Para esta joven de 30 años, que llegó a Suiza procedente de Kosovo, a los 10, con sus padres -de origen turco-, su hermano y su hermana, la poesía es la vida. Su vida.

“A los cuatro años, cuando el abuelo me habló por primera vez de la muerte, me dio una cucharada de azúcar”. Este es uno de los recuerdos de su infancia en Prizren que Meral Kureyshi plasma en sus versos. Incluye también a sus seres queridos, su olor, el sonido de sus voces y de sus espacios íntimos.

La escena conmueve. La simplicidad de ese gesto de un abuelo que opone la fuerza del amor a la simplicidad de la muerte.

El perfume de los recuerdos

Aunque Meral Kureyshi se había alimentado de poesía desde la cuna, o desde aquella cucharada de azúcar, empezó su formación en la confección de moda  antes de descubrir, en la ciudad de Biel, el lugar donde podría desarrollar su verdadera vocación: el Instituto Suizo de Literatura, donde se graduó hace un año.

El abuelo ha muerto, pero ella pasa todavía las vacaciones en el viejo apartamento de su ciudad natal en Kosovo. “En Prizren adoro el olor de las panaderías, el gas del escape y la lluvia que se evapora desde el asfalto caliente. Y duermo todavía en la habitación en la que nací”.

Pero su mundo está hoy en Berna, en cuyo centro histórico vive, en un apartamento pequeño y luminoso, cerca de la catedral. La decoración, sencilla, testimonia el buen gusto de la inquilina.

Cada sábado por la mañana, seis chiquilines de entre seis y ocho años, en su mayoría niñas, se sientan alrededor de la mesa de madera o directamente sobre el parqué, para asistir al taller de poesía. 

Fantasía… concreta

Instalada en su sofá teck, recubierto de un tapiz gris, Meral Kureyshi habla con entusiasmo del proyecto que inició la primavera pasada, sin esperar las preguntas del reportero. Y mientras narra, con toda vitalidad, sus ojos obscuros, escudriñan al interlocutor.

En el laboratorio, los pequeños poetas son recibidos con té y pasteles caseros. Luego, manos a la obra: los pequeños leen a los demás los poemas que escribieron en los cuadernos Moleskine recibidos de la maestra.

Los oyentes dicen lo que entienden y lo que no, lo que les parece bonito o feo. Meral Kureyshi dice que es sorprendente “la facultad que tienen los niños de esa edad para aceptar las críticas”.

El taller de poesía para niños tiene una estructura clara y el enfoque de los alumnos es muy concreto. Para buscar una idea, los pequeños deben sentarse en algún lugar, entrecerrar los ojos y fijar, con “la vista a medias”, un objeto en la habitación o al exterior, a través de la ventana.

Un mundo donde todo es posible

Una vez que la imaginación está en marcha, la sala se convierte en una jungla en la que los niños buscan refugio de la lluvia bajo de la mesa. O la biblioteca se convierte en un mar, como en este cuarteto:

“Esta biblioteca es un mar

Los libros son los países

Las historias que contienen

Son las vidas de las personas”.

“Así, los niños descubren que, además de las cosas de la vida cotidiana, con sus propias reglas, hay un mundo de fantasía, donde todo es posible”.

Con el taller de poesía, Meral Kureyshi quiere ofrecer a los niños un rincón para las actividades que no siempre tienen espacio en la escuela y el deporte. “Se trata del desarrollar su imaginación mientras interactúan con otros chicos. Si un poema les gusta, les proporciona mil nuevos impulsos para los cuales no bastan dos horas”, subraya la animadora. Ella misma, en su infancia, sintió la falta de un espacio similar donde compartir su propia pasión con otros niños.

El gusto de la conquista

El traslado a Suiza significó un brusco giro para la chiquilla de diez años que era entonces. “Aquí tuve que poner toda mi fuerza para escapar a mi destino, de lo contrario sería hoy una señora de la limpieza”. Aprendió alemán. Y comenzó a escribir. Dos décadas más tarde, trabaja en un texto titulado tentativamente: Azúcar. ¡De nuevo ese recuerdo!

Narra en él la vida de una familia, con base en sus recuerdos. ¿Es su historia y la de su familia? “Diría, como Roland Barthes (Ndlr: filósofo y escritor francés):  Sí, todo y nada. La historia tiene que ver conmigo, pero el protagonista no soy yo. El recuerdo no es la verdad, sino fantasía, porque hoy veo el pasado de una manera diferente a la forma en que lo viví entonces”.

Los conflictos de ese tipo incentivan a la escritora. Lanza al papel sus sufrimientos y sus pasiones. “No puedo escribir si todo va bien. Necesito tener un nudo en la garganta. El abuelo, la muerte de su padre, la madre que perdió la vista, la lluvia…”

Cuando habla de sus penas, el sonido de su voz, agradable en sí, se vuelve particularmente cálido. Pero cuando se refiere a la lucha que debió enfrentar durante más de un año, para sacar adelante su proyecto, cambia la tonalidad.

Su idea generó desconfianza entre los docentes que temían una suerte de competencia. Hasta ahora, y merced a una recomendación de la Dirección de Cantonal de Instrucción Pública, Meral Kureyshi da una clase de poesía para estudiantes dotados, en la ciudad de Berna.

Sin embargo, esta actividad no da para vivir, por lo que Meral labora en el cine del Museo de Arte de Berna y en el Centro PasquArt, en Bienne. Pero para ella, eso no es trabajo, sino … poesía.

Traducción, Marcela Águila Rubín

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