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De la nostalgia a la ternura

'Vestido eterno' 1999, México. Flor Garduño

La conocida fotógrafa mexicana, Flor Garduño, residente en Suiza, ha expuesto en 35 museos del mundo, y no es raro encontrar sus obras en colecciones importantes.

Flor Garduño vive en Stabio, en el cantón Tesino, con su esposo, el fotógrafo Adriano Heitmann y sus dos hijos, Azul de nueve años y Olín, de cinco.

Nació con la primavera, un veintiuno de marzo, en la ciudad de México. Alumna y asistente de Manuel Álvarez Bravo, comenzó a trabajar como fotógrafa independiente en 1980.

Sus fotografías más importantes se encuentran reunidas en el libro ‘Testigos del tiempo’ (1992) y han sido presentadas en 35 museos del mundo.

Muchas de ellas han entrado a formar parte de numerosas colecciones, entre otras, la colección MoMa, de Nueva York, la J. Getty Museum, de Los Angeles y la Stiftung für Fotografie, de Zúrich.

Flor es una artista en movimiento. Hace pocos años hizo un recorrido por toda América Latina, al encuentro de ese preciso rostro, o árbol, o ese paisaje que su corazón buscaba. El resultado fue plasmado en el magnífico libro ‘Testigos del tiempo’.

De los indígenas latinoamericanos, Flor admira la estética, el sentido que poseen del color y del equilibrio, el respeto por la naturaleza, mientras que el mestizo o el blanco son, a su juicio, “una verdadera plaga” para el medio ambiente. Si los indígenas han logrado sobrevivir a la barbarie occidental -añade la artista – ha sido gracias al sentido que tienen de la comunidad.

Todo ello se intuye mirando esas fotografías conmovedoras, de seria y rara belleza. Cada foto se diría de un cuento de Juan Rulfo: la tierra yerma, el cielo inmenso, hermoso y casi cruel; el blanco y negro reproduciendo en las tomas la esencia material de la vida del indígena, y, el otro, el hermano, que parece de pocas palabras, como si detuviera, por pudor atávico, un afecto, un cariño, una ternura.

Más, el universo indígena de Flor Garduño no es sólo metafísico, como el del autor de Pedro Páramo, no, ella nos comunica, diríamos, un sentimiento casi religioso: las aguas de las que resurge la doncella india son sagradas (‘Agua’, Valle Nacional, México, 1983), como es sacrosanto el fervor, al mismo tiempo recogido y emocionado, del indio en una iglesia de pueblo (‘Columna de luz’, San Antonio Palapó, Guatemala, 1989).

Últimamente, Flor ha realizado otro largo viaje, aunque en éste, físicamente hayan sido los alrededores los que han venido a ella, y las personas con las que convive quienes se le han acercado. Ha sido un viaje interior, en el sentido de una visitación del universo femenino, que ha dado lugar a la serie de trabajos fotográficos reunidos con el nombre de ‘Flor’, es decir, un gineceo botánico reservado a las mujeres de la antigua Grecia.

Un viaje interior también en el sentido que nos revela la emoción de la artista que “ha preparado su corazón”, según declara Flor a swissinfo, “desde mucho antes”, atrayendo hacia ella todo tipo de experiencias, desde aquellas aparentemente más lejanas (viajes, conversaciones, lecturas), hasta la más inmediata, como puede ser la preparación de los materiales, llevada a cabo con un recogimiento casi un ritual. Un día determinado, cuando las cosas “están maduras”, todo converge en el instante preciso en que dispara la cámara fotográfica.

Hoy, la artista traspasa la nostalgia india por un mundo entrañable y casi perdido de “Testigos del tiempo” y atraca en el lugar de la ternura, ternura maternal que por igual abraza la planta, la flor, el animal, la niña. Porque toda criatura, aún la más frágil, posee una fuerza divina que vale la pena descubrir.

Veremos una interpretación del universo vegetal, naturalezas muertas (o “naturalezas silenciosas” como prefiere llamarlas Flor Garduño) y desnudos femeninos; la vida callada de las flores (sensibles cuerpos hermafroditas) o la hoja inmensa que sugiere otros paisajes: el trópico o la selva. Lugares casi oníricos, donde surgen deidades claras y obscuras, como Evas primigenias de la estirpe latinoamericana.

Un libro femenino, no feminista, precisa Flor Garduño, aunque sí intenta reivindicar algo: “la belleza, la solidaridad, la luz, la amistad entre mujeres”.

Veremos esa luz el próximo mes de marzo 2002, fecha prevista para la publicación de su libro.

Lupita Avilés

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