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Dos caminos que se unen

'Kammerballet', coreografía de Hans van Manen. Kusha Alexi y Amilcar Moret González

Son solistas, viven entregados a la danza y, sin embargo, ni Kusha ni Amilcar soñaban con ser bailarines cuando calzaron, por primera vez, las zapatillas de ballet.

Hoy, a sus 29 y 28 años, respectivamente, se plantean seguir en el escenario mientras el cuerpo aguante.

Kusha Alexi es una de las grandes figuras helvéticas de la danza clásica. Nacida en Zúrich en el seno de una familia de cinco hermanos, pasó parte de su infancia en el extranjero y siempre habló inglés en casa. Su nombre exótico proviene de las Islas Fiyi y el apodo artístico de Alexi, que deriva de Alejandría, lo adoptó porque su verdadero apellido – Angst (en alemán: miedo) – era un mal augurio para una bailarina.

Tenía ocho años cuando se puso, por primera vez, las zapatillas de ballet, una afición que poco a poco se convertiría en pasión, aunque no soñaba con ser bailarina. “Empecé porque imitaba en todo a mi hermana mayor y la seguía a todas partes. Me gustaba moverme, el deporte. Además, tuve profesoras que me estimularon mucho y así me fui adentrando cada vez más en el mundo del ballet”.

Ingresó en la ‘Schweizerische Ballettberufsschule’, de Zúrich, tras ganar la beca ‘Migros Kulturprozent’ y prosiguió su formación en la Academia de Ballet de Múnich. En 1993 fue distinguida como mejor concursante suiza en el ‘Prix de Lausanne’, uno de los certámenes más prestigiosos del mundo y trampolín para las jóvenes promesas de la danza.

Para ser una buena bailarina “se necesita, obviamente, trabajar mucho, pero también suerte, estar en el lugar oportuno, en el momento oportuno, tener a gente que te apoya y te ayuda”, asegura. “Yo le agradezco a Dios que me haya guiado en mi camino, porque hay bailarinas que tienen mucho talento y, sin embargo, no triunfan”.

Disciplina férrea

Dicen que el ballet es el arte masoquista por excelencia, porque exige al cuerpo una flexibilidad y destreza física que van casi en contra de la anatomía humana. Para preservar esa elasticidad, los bailarines profesionales ensayan en promedio ocho horas al día, sin contar las giras, las actuaciones.

“No creo que seamos masoquistas, sencillamente nos hemos acostumbrado al dolor, a superarnos, aunque nos duelan (o sangren) los pies. Es el resultado de la disciplina que se nos ha inculcado desde niños y que llevamos dentro”, explica Kusha.

“Con la edad te resulta más fácil, porque el cuerpo ya está muy acostumbrado a la danza, y salvo que tengas lesiones que no terminan de curar”, las mujeres reúnen mejores condiciones que los hombres para bailar hasta los cuarenta años.

Ella aún no ha cumplido las treinta primaveras, pero ya ha encarnado todos los papeles de sus sueños, entre ellos el de la protagonista de ‘Romeo y Julieta’, que “es un ballet precioso”.

Piensa seguir bailando mientras su cuerpo se lo permita, y cuando llegue el día de dejar los escenarios, cree que se inclinará por la creación coreográfica. “La enseñanza no es lo mío”, concluye.

“La semilla estaba ahí”

Amilcar es hijo único y proviene de una saga de bailarines. De niño acudía al teatro para ver bailar a sus padres: Ofelia González, ex primera bailarina del renombrado Ballet Nacional de Cuba, y Pablo Moret.

“Me gustaba, siempre pensé que era una cosa muy bonita”, pero no sentía vocación por la danza. Lo suyo era el deporte, “todo lo atlético”, aunque “estoy seguro de que la semilla estaba ahí”, dice. “Un día me convencieron y empecé a estudiar ballet”. Tenía diez años.

Formado en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, desde su llegada a Europa ha sumado coreografías neoclásicas y contemporáneas al gran repertorio clásico.

“No fue difícil. Siempre estuve muy interesado en bailar cosas diferentes y tuve la posibilidad de trabajar con coreógrafos muy buenos que me ayudaron mucho”, afirma.

El ballet clásico es la base de la danza y para bailar creaciones neoclásicas o contemporáneas, que son menos rígidas, “lo que uno tiene que hacer es relajarse un poco”, soltar el cuerpo y entregarse al movimiento, cosa fácil para los cubanos que llevan el ritmo en la sangre.

“Bueno, eso es lo que dicen muchos directores de compañías donde hay cubanos. Aunque no estudiamos moderno ni contemporáneo, el baile y la música cubana tienen mucho movimiento”, confirma, y se ríe.

Seguir los pasos de sus padres

Incluso en Cuba, donde el ballet es una profesión codiciada y ‘normal’ para los hombres, existen preconceptos sobre la orientación sexual del bailarín. “La etapa más difícil es en la escuela, con los amigos”, reconoce.

“Una vez concluida la formación te encuentras con gente que sabe que la homosexualidad no tiene nada que ver con el arte ni con el ballet, y que el ballet es casi como un deporte de alto rendimiento”.

De hecho, los bailarines son deportistas de élite y “a largo plazo, las mujeres tienen más resistencia que el hombre”, son más longevas en la profesión. “Yo tengo el ejemplo en mi casa: mi madre bailó más tiempo que mi padre”.

“No sé a dónde me va a llevar mi carrera y mi vida, pero desde que empecé a bailar como profesional siempre dije que no me veo bailando después de los 35”, asegura. “En los saltos, por ejemplo, “se ve enseguida cuando uno ya no está en forma”.

Cuando se retire, le gustaría seguir los pasos de sus padres, hoy profesores en la Escuela de Ballet de la Ópera de Roma, y dedicarse a la enseñanza, además de estudiar Teología, “algo que me interesa mucho y tiene mucho que ver con mi vida”.

swissinfo, Belén Couceiro

Nacida en 1976 en Zúrich, Kusha Alexi se inició en el ballet a los ocho años y se formó en Zúrich y en la Academia de Ballet de Múnich.

Además de los principales papeles del repertorio clásico, ha bailado coreografías neoclásicas y contemporáneas en los ballets de Múnich, Montecarlo y Zúrich.

En 1993 fue finalista y mejor bailarina suiza del ‘Prix de Lausanne’. Ese mismo año ganó el segundo premio en la IV Competición de Eurovisión para Jóvenes Bailarines (Estocolmo), y en 1994, la medalla de plata en el Concurso Internacional de Ballet de Jackson (Mississippi).

Amilcar Moret González nació en La Habana en 1977 y se formó en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba. Entre sus profesores figuran sus padres, Ofelia González (ex primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba) y Pablo Moret.

Ha interpretado obras de los repertorios clásico, neoclásico y contemporáneo con el Joven Ballet de Francia, y luego con los de Múnich, Montecarlo y Zúrich.

En 1995 ganó la medalla de bronce en el Concurso Internacional de Ballet y Coreografía en Helsinki y, en 1996, la medalla de oro en el Concurso Internacional de Danza en París.

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