Cuando la tormenta “Gabriel” llega al mar de Weddell
Durante una expedición polar como la que estamos realizando, los planes están sujetos a cambios. Incluso los mejores proyectos de investigación pueden verse sumidos en el caos por factores externos, como la climatología. En el océano Antártico, los cambios pueden sucederse muy de repente; así que, al enfrentarnos a una zona de continuas bajas presiones, nuestros planes se han visto frustrados varias veces.
Para diversión de todos nosotros, nuestro meteorólogo a bordo denomina las distintas zonas de baja presión que encontramos con el nombre de las personas que estamos en el barco. Mi tocayo resulta ser una de las tormentas más fuertes hasta el momento. “Gabriel” —con vientos de hasta 150 km/h y olas en mar abierto de más de 14 metros— registró hasta fuerza 12 en la escala de vientos de Beaufort, es decir, fuerza huracanada.
2MB por día, desde la Antártida
¿Solo 2 megabytes (2MB) por día? Ese es el límite de datos para los autores de nuestro blog polar.
Esta primavera, Gabriel Erni Cassola (derecha) y Kevin Leuenberger (izquierda), de la Universidad de Basilea, están a bordo del rompehielos alemán Polarstern en el océano Antártico. Los investigadores quieren averiguar cómo afectan los microplásticos a los animales y bacterias de la Antártida. En esta serie de artículos nos muestran el trabajo que desempeñan y cómo es la vida a bordo de una expedición polar.
Sobra decir que navegar entre las estaciones de investigación en tales condiciones meteorológicas habría sido muy difícil, por no hablar de hacer cualquier trabajo en cubierta o en un laboratorio. Así que la mejor opción es buscar un lugar tranquilo y esperar a buen recaudo a que la tormenta amaine.
Durante la tormenta “Gabriel” pasamos unos dos días ocultos tras un enorme iceberg de 70 metros de altura. Para mantenerse en el lugar, en este tiempo, el barco se ve obligado a tener los cuatro motores en marcha. Sin embargo, el tiempo es oro, y aunque los planes de muestreo pueden reorganizarse, la fecha para acabar la expedición es inamovible y —en el peor de los casos— esto significa pasar por alto estaciones enteras para compensar las horas perdidas. Y, por desgracia, esto también significa que algunos investigadores pueden no obtener todos los datos que esperan.
Aparte de las tormentas y de nuestro trabajo, hay tiempo suficiente para maravillarse con la naturaleza tan increíble: amaneceres fantásticos, icebergs, plataformas de hielo del tamaño de edificios de varios pisos y hielo marino que cada día parece diferente. Y está, por supuesto, la fauna antártica: hermosa y única. Gracias a un Sistema de Observación y Batimetría del Fondo Marino (OFOBS) [sistema de cámara/sonar remolcado para el estudio de los hábitats de las profundidades marinas] somos testigos en directo de la gran diversidad de criaturas del fondo marino: esponjas, corales, briozoos, peces y pulpos, así como estrellas de mar, pepinos de mar y muchas más. Más fáciles de ver —y no por ello menos impresionantes— son los muchos animales bastante más apreciables, como las diversas aves y mamíferos, que llaman hogar a este lugar.
Mientras seguimos nuestra trayectoria hacia el sur, las ballenas francas australes y las ballenas jorobadas visitan habitualmente nuestro barco; a menudo se acercan a la embarcación mientras está parada. Estas majestuosas criaturas hacen que cada encuentro resulte una experiencia inolvidable. Una vez ya más cerca del continente y con la superficie de la mar cubierta de hielo marino, las ballenas Minke, las focas y los pingüinos se convierten en espectáculos habituales. Las ballenas enanas o rorcuales aliblancos (Balaenoptera acutorostrata) se adentran en las regiones envueltas por el denso hielo marino y pueden verse en aguas abiertas cuando salen a la superficie a respirar. Las focas se dejan llevar a la deriva sobre balsas de hielo y, por lo general, no parecen especialmente impresionadas por el barco que se aproxima: a menudo parece que están dormidas.
Las criaturas más adorables, no obstante, son los numerosos pingüinos de Adelia que se cruzan en nuestro camino. Los encontramos descansando en el hielo en grupos de unos 15 y, a diferencia de las focas, parecen prestar atención al barco. Al principio, miran alrededor, quizá tratando de entender qué es este gigante que se acerca. Finalmente, algunos empiezan a huir. Y luego, todo el grupo se escapa de repente. Pero los pingüinos no son buenos corredores. Verlos alejarse balanceándose nos hace gracia, pero también nos hace preguntarnos por qué no saltan al agua, donde serían bastante más ágiles. Poder trabajar en un entorno como este es, sin duda, un enorme privilegio.
Traducido del original en inglés por Lupe Calvo
Para leer las entradas anteriores de Gabriel y Kevin desplácese hacia abajo.
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Diario de a bordo en la Antártida
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