
Un joven explorador suizo y su vuelta al mundo en 1900

Mucho antes de convertirse en presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), Max Huber, un joven abogado nacido en Zúrich, viajó por el mundo durante dos años. Documentó cada etapa de su aventura con minuciosidad, y ahora, más de un siglo después, su nieto ha sacado a la luz los registros y fotografías.
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Hoy en día, pocos suizos reconocerían el nombre de Max Huber. Sin embargo, en Ossingen -un pequeño pueblo de 1.700 habitantes en el cantón de Zúrich- es una leyenda local. El imponente castillo de Wyden, del siglo XIII, fue su hogar y se ha mantenido prácticamente intacto desde su fallecimiento el 1 de enero de 1960. Su nieto Ulrich Huber, nacido en 1939, me abrió las puertas de la histórica residencia, hoy convertida en un pequeño museo familiar.
Max Huber, abogado, diplomático y presidente de la Cruz Roja

Max Huber nació en 1874 y ascendió rápidamente en su carrera como abogado y diplomático. A partir de 1902, trabajó como profesor de derecho y asesor en política exterior del gobierno suizo, lo que lo llevó a representar al país en diversas conferencias internacionales. Entre 1920 y 1932 fue miembro de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, y entre 1928 y 1944 presidió el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICREnlace externo). Tras su mandato, el 10 de diciembre de 1945, aceptó el Premio Nobel de la Paz en nombre del CICR como presidente honorario.
El catalizador de su impresionante carrera fue el viaje que Max Huber realizó alrededor del mundo entre mayo de 1900 y diciembre de 1901.
«Creo que mi abuelo obtuvo inspiraciones clave para su trabajo como diplomático durante ese viaje», afirmó su nieto Ulrich Huber.

El viaje de Max Huber lo llevó por Rusia, Japón, el Sudeste Asiático, Sri Lanka (entonces Ceilán), Australia y China, antes de concluir en Estados Unidos. Aunque esperaba emprender esta travesía como enviado oficial del Departamento Federal de Asuntos Exteriores, el gobierno suizo no le concedió ese mandato. Sin embargo, le entregó cartas de recomendación que le abrieron muchas puertas a lo largo del camino.
Viaje en el tiempo a través del archivo familiar
Ulrich Huber me conduce hasta lo más alto de la torre del castillo, donde se encuentra la biblioteca de su abuelo. Un piso más abajo, me sorprende al correr una alfombra, bajo la cual había una escotilla por la cual descendimos a una sala oscura donde se resguarda parte del archivo familiar. Durante su viaje, Max Huber escribió con regularidad a su familia. Enviaba su diario por entregas, y más tarde, en 1906, publicó una versión abreviada en forma de libro.
El libro incluye tres capítulos analíticos que abordan el panorama comercial de Siberia, las perspectivas de las exportaciones suizas a China, la transición de Japón hacia una monarquía constitucional y la democracia en las colonias británicas de Australia. Estos textos revelan que Huber procesó muchas de sus impresiones sólo después de su viaje, transformándolas en una prosa cuidadosamente elaborada.

El diplomático enviaba a casa algo más que palabras: mantenía un registro preciso de cada documento y objeto que enviaba, mientras que en Ossingen sus familiares anotaban meticulosamente todo lo que recibían.
Miles de postales, algunas con ilustraciones


Sólo en noviembre de 1900 envió seis paquetes con fotografías desde Yokohama: una delicada carta escrita en papel de madera japonés, cuatro postales ilustradas, varias páginas de su diario y 12 postales de templos, casas de té y parques. Pero eso fue apenas el comienzo.
En Japón, país que fascinó especialmente al joven trotamundos, compró esculturas y faroles de hierro fundido para templos, algunos de casi dos metros de altura.
Las postales que el abogado zuriqués enviaba a su madre son especialmente impresionantes. «Hoy llegué a Saigón. La vegetación es tropical y el jardín botánico es impresionante. Un paseo realmente magnífico. Sin embargo, el hotel es bastante modesto. Recibí una cálida bienvenida de la familia Eberhard, así como de muchos otros suizos de aquí. El calor es insoportable y se siente como estar en un horno», relata una postal fechada el 4 de enero de 1901. Huber solía distribuir sus mensajes en varias postales, que en ocasiones adornaba con sus propias ilustraciones.
Max Huber viajaba con una cámara Kodak que utilizaba placas de vidrio como soporte. Aunque en esa época ya existían cámaras más livianas con rollo de película, su calidad de imagen era inferior. Además, compraba fotografías durante el viaje y las enviaba regularmente a casa.
Gracias a la abundancia de material, hoy es posible reconstruir con notable detalle los pasos que dio durante su travesía. Ulrich Huber ha revisado más de 3.000 fotografías y miles de postales para elaborar un documental exhaustivo.
Viajaba principalmente en barco o tren, y a veces en carruajes tirados por caballos. Gracias a sus conexiones, con frecuencia se encontraba en situaciones fascinantes. En Irkutsk, Rusia, el director del museo etnográfico lo invitó a una ceremonia tradicional de ofrenda de los buriatos, la minoría étnica más numerosa de Siberia. Huber logró captar con su cámara momentos clave de la ceremonia, aunque se desconoce cómo vivió personalmente esta experiencia.

En ocasiones, Huber tuvo problemas con las tradiciones locales, como se refleja en sus impresiones sobre Cantón (la actual Guangzhou):
«Las casas estaban limpias, pero los canales, atravesados por puentes empinados, eran poco más que cloacas a cielo abierto. Además, había innumerables cocinas al aire libre donde se freían pollos, cochinillos, albóndigas y pescados en grasas de olor repugnante. En tabernas poco acogedoras se servían bebidas de colores extraños».

En China, Huber vivió una situación complicada. Justo antes de su llegada, había concluido la llamada Rebelión de los BóxersEnlace externo, un violento conflicto que involucró a las principales potencias occidentales. Desde el norte de China, en septiembre de 1901, escribió con tono crítico: «Algunas tropas europeas y estadounidenses vivían como vándalos».

Aunque Max Huber podía disfrutar de todas las comodidades que el dinero permitía en aquella época, viajar le resultaba engorroso. Sufría el calor, lo que lo llevó a saltarse la India y limitar su estancia a una visita a una plantación de té en las tierras altas de lo que entonces era Ceilán.

Su padre le había insistido en visitar Ceilán, aparentemente porque allí poseía acciones de un amigo fallecido. La recompensa por sus esfuerzos fue el impresionante viaje en tren a las tierras altas y el clima agradable.

Max Huber fue parte de una tendencia creciente que se había extendido por Suiza desde 1860. Viajar por el mundo se había convertido en una actividad educativa y de ocio para los ricos. Huber se unió a las filas de otros aventureros como el magnate del chocolate, Philippe Suchard, que partió en 1873; el naturalista Johann Rudolf Geigy, en 1886; y el fotógrafo de Burgdorf, Heinrich Schiffmann, en 1897.
Editado por Benjamin von Wyl. Adaptado del inglés por Norma Domínguez / CW.

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