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Espacios de luz – paisajes chilenos en las telas de un suizo

'Uno orizzontale', óleo sobre tela, de Ireneo Nicora. Catálogo exposición Casa Pellanda

Grandes lienzos de colores telúricos adornan desde el pasado viernes las salas de la Casa Cavalier Pellanda de Biasca, en el cantón meridional del Tesino. Son obras del pintor Ireneo Nicora, suizo de nacimiento y chileno de adopción.

La fuerza del artista suizo no nace sólo de la mente, sino también de la tensión casi animal que su obra parece contener, como si la cortina del color estuviera siempre a punto de lacerarse. Se adivina un ritmo, como un respiro lleno de energía y una tensión apenas sostenida.

Ireneo Nicora nació en Orselina, cantón Tesino, en 1962. Estudió pintura, historia del arte y restauración en las ciudades italianas de Como, Perugia y Florencia. Se dedicó inicialmente a la impresión de libros con técnicas de imprenta antigua y también a la restauración.

Pero la búsqueda de horizontes más amplios le llevó hasta Chile, donde el paisaje inmenso y la luz abierta, “los días tan largos que las montañas no cortan” lo encantaron y, como rehén enamorado, lo sujetaron a la belleza del Sur. Allí vive con su familia, a 40 kilómetros de Santiago y a 60 del Océano Pacífico.

Todo eso se comprende al instante, cuando una se encuentra frente a sus cuadros, aunque la fuerza primordial que éstos poseen no parte del origen, sino que expresa más bien un retorno al mismo. De hecho, confiesa Ireneo Nicora a swissinfo, la confusión que le generaban las influencias artísticas europeas lo empujaron a emprender este viaje a los orígenes, un viaje espacial y espiritual.

Y a los orígenes llega a través del color, que en sus telas reina soberano sobre una pintura liberada de todo elemento figurativo, que es ya sólo “una abstracción relativa al objeto”. El color en sus cuadros es, como él dice, “sudado, cargado, intenso, herido” – vivo, diríamos nosotros – con una fuerza magnética que parece venir de otro mundo, o del fondo de la tierra y que invade el aire con su furor colérico, a veces agresivo.

“Sólo con esta actitud fuerte y hostil hacia todo, soy capaz de pintar, de destruir parcialmente lo que precedentemente he creado,” afirma provocativamente el artista. Es por ello que en medio del color se descubren tajos, heridas, honduras procuradas con vehemencia, como un puñal que desgaja el cuerpo, como una naturaleza revuelta y desencajada por el paso de un huracán.

Esa luz exagerada, esos espacios abiertos, hasta perdidos, y las superficies como ulceradas, con heridas que sangran en colores contrastantes, todo ello Ireneo Nicora lo ha traído de Chile.

Rojos, verdes, amarillos y azules son como el desierto, la llanura y el océano imponente de Sudamérica que se nos presentan de sopetón entrando en las salas de la exposición. No por nada los críticos han hablado de neoexpresionismo a propósito de Ireneo, aunque su pintura no es fácil de catalogar.

Aún siendo difícil dar un nombre a su estilo, una vez que hemos observado sus cuadros nos parece que los hemos comprendido a fondo: así de eficaz es su mensaje, como un misterio familiar.

La exposición de Ireneo Nicora en la Casa Pellanda de Biasca permanecerá abierta al público hasta el próximo 16 de junio.

Lupita Avilés

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