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El miedo a una guerra se extiende como la pólvora en Burundi

Un niño juega en una carpa hecha con la bandera del partido gobernante CNDD-FDD en Buyumbura, el 24 de julio de 2015 afp_tickers

Cuando la tierra tembló el viernes en Burundi, muchos creyeron que era un presagio de un terremoto político. Y es que muchos burundeses parecen resignarse a una guerra civil que consideran inevitable.

“El temblor nos anuncia que el presidente va a dejar” el poder, asegura Jean, un taxista de Buyumbura, un día después de seísmos en la República Democrática del Congo que se sintieron en la capital burundesa, despertando por la noche a los habitantes.

Según Jean, “ya hubo un terremoto justo antes del asesinato de Melchior Ndadaye”, primer presidente democráticamente electo, muerto en 1993 en un golpe de Estado que encendió la mecha de la guerra civil (300.000 muertos entre 1993 y 2006). Desde entonces muchos creen en Burundi, explica el taxista, que un seísmo anuncia una dimisión, un golpe de Estado o una guerra.

En el centro de Buyumbura, todos tienen en mente el espectro de un nuevo conflicto.

“Todavía tengo recuerdos de la guerra civil”, afirma Diane, una dependienta de 23 años de una tienda de ropa y joyas. “Tengo mucho miedo de que vuelva a empezar la guerra porque nadie quiere ceder”, añade en referencia a los antagonistas de la crisis actual, acompañada de disturbios sangrientos.

A finales de abril, el anuncio de la candidatura del presidente Pierre Nkurunziza a un tercer mandato, considerado inconstitucional por la oposición, la sociedad civil y la Iglesia católica, desencadenó un virulento movimiento de protestas.

En mayo, los dirigentes sofocaron un intento de golpe de Estado militar y en junio reprimieron brutalmente manifestaciones casi diarias en la capital.

Pero sus adversarios han seguido negando la legitimidad de la victoria de Nkurunziza en las polémicas presidenciales del 21 de julio.

En los últimos días, el país sufrió una espiral de violencia con el asesinato del hombre fuerte del aparato de seguridad, el general Adolphe Nshimirimana, y un intento de asesinato de un defensor de los derechos humanos, Pierre-Claver Mbonimpa. Los barrios contestatarios se han armado e intentan prohibir el acceso de las patrullas policiales.

Unos ingredientes que traen a la memoria los albores de la guerra civil de 1993.

– Angustia –

“La guerra puede llegar, existe realmente mucha tensión, divergencias entre la policía y el ejército”, recalca Alain-Carmel, un comerciante de 20 años que se describe como un “huérfano de la guerra civil”.

“Se ha hecho todo lo posible para que Burundi viva en paz pero la guerra parece inevitable”, explica Alain-Carmel en Buyumbura: “Para huir se necesita dinero. Si tuviera medios me iría”.

Atemorizados por la incertidumbre, muchos burundeses han huido del país. Más de 180.000 han llegado desde abril a los campamentos de refugiados de países vecinos, y muchos otros se han ido por su cuenta a Ruanda, Kenia, Tanzania o Europa.

Elvis, de 29 años, ha puesto su familia a salvo en Ruanda. “Yo me tengo que quedar para ganar dinero”, pero “si la situación sigue deteriorándose habrá una guerra y tendré que huir”, explica.

La única esperanza de los burundeses es que los dos bandos den muestras de buena voluntad y acerquen posiciones. Muchos viven con angustia la cercanía del 26 de agosto, cuando expira el mandato de Nkurunziza.

“El fuego podría prender después del 26 de agosto porque en esa fecha no tendremos presidente ya que se considera ilegal este tercer mandato”, resume Jean. “Todavía se puede evitar la guerra si el poder y la oposición negocian. Si no, habrá guerra”, vaticina.

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