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Lesbos, solidaria en 2015, está harta de ser “la isla de los refugiados”

El campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, alberga actualmente a cerca de 13.000 solicitantes de asilo afp_tickers

Las llamas consumen el olivar de Moria, que se va reduciendo debido a las necesidades del enorme campo que alberga actualmente a cerca de 13.000 solicitantes de asilo en la isla griega de Lesbos.

Al anochecer, la voz del muecín se eleva en medio de las sirenas de los bomberos que acuden al campamento, donde las esperanzas de los exiliados se asfixian bajo sórdidos refugios improvisados y basura hasta donde alcanza la vista.

En el olivar de Moria, uno de los más grandes del Mediterráneo, los incendios estallan con frecuencia; a veces son causados por refugiados que intentan calentarse o cocinar, otras, por habitantes indignados.

Hace cinco años, el campamento más grande de Europa, previsto para 2.770 personas, estaba contenido detrás de un alambre de púas. Los solicitantes de asilo que desembarcaban en la costa norte de la isla, cerca del litoral turco, pasaban por él solo para registrarse. Moria era una parada en su camino hacia el norte de Europa.

Lesbos, la isla de la solidaridad en 2015, donde los pescadores ayudaban a las barcas cargadas de migrantes a la deriva, las abuelas nominadas al Nobel de la Paz daban el biberón a los bebés migrantes y el papa se alegraba de ver tanta fraternidad, ya no es lo que era.

“Al principio, los solicitantes de asilo iban y venían. Pero ahora las fronteras están cerradas”, explica a la AFP Ilias Pikoulos, quien, con su agencia de viajes, alquila autobuses para transportar refugiados.

“Los isleños tienen la impresión de que afrontan solos esta crisis migratoria desde hace años, y esta sensación ha creado división, incluso revuelta”, añade el empresario.

En 2015, la isla de Lesbos y sus 85.000 habitantes vieron pasar a más de 450.000 personas en un año. El acuerdo UE-Turquía firmado en marzo de 2016 supuso un cambio. Su objetivo era detener el flujo procedente de las costas turcas y devolver a los sirios, para quienes Turquía era considerado un “país seguro”. Pero las llegadas continuaron, y el campamento de Moria acabó desbordado.

– “Los refugiados nos arruinaron” –

Ioanna Savva “participó en rescates de refugiados y lloraba viéndolos. Pero Lesbos se ha convertido en la isla de los refugiados”, dice.

“Los refugiados nos han arruinado”, afirma esta habitante de Eressos. “El dinero que proviene de las organizaciones y de la Unión Europea asciende a millones, pero los habitantes de la isla se aprietan el cinturón para vivir”, lamenta.

A esta exasperación se suma la violencia contra las personas que ayudan a los refugiados.

El pasado mes de marzo, Astrid Castelein, representante en Lesbos del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, fue agredida cuando intentaba calmar a la muchedumbre que impedía que los migrantes desembarcaran del bote en el puerto de Thermis.

¿La solidaridad ha dado paso a la xenofobia?, se pregunta. “Desde hace unos meses, la tolerancia de la población ha disminuido porque se siente abandonada por el gobierno central y por Europa”.

A finales de julio el hotelero Stratos Kaniamos, quien quería albergar a solicitantes de asilo, también fue víctima de la violencia. “Unos individuos prendieron fuego a todos mis aires acondicionados, a las fachadas del edificio y a la furgoneta que me permitía transportar a los clientes”, cuenta.

En 2020 la megaestructura de Moria se ha convertido, según varias oenegés, en “una vergüenza para toda Europa”.

La prostitución, las agresiones sexuales, la desaparición de menores, el tráfico de drogas y las peleas son corrientes en el campamento, donde decenas de personas han sido apuñaladas, se han suicidado o han muerto quemadas en sus tiendas de campaña.

Desde enero hasta finales de agosto, cinco personas fueron apuñaladas en más de 15 ataques.

– “Bloqueados durante años” –

Con la epidemia de coronavirus, desde el 21 de marzo una nueva tortura atormenta a los más vulnerables.

“Aquí para una mujer ir al baño es un sufrimiento”, explica a la AFP Moniré, una refugiada afgana. “Todos los días, nos tapamos los oídos para no oír los gritos y las peleas. Tengo miedo de salir de mi tienda porque las violaciones son frecuentes”, añade esta treintañera.

Según Lorraine Leete, abogada de la oenegé “Lesvos Legal Center”, “Grecia, con el apoyo de la Comisión Europea, sigue aplicando claramente una política de disuasión para frenar la migración”.

Ahora en los centros de control de refugiados como Moria, creados después del acuerdo entre la UE y Turquía, “la gente se queda bloqueada años, sin acceso suficiente al agua, el saneamiento, la educación y la atención médica”, lamenta.

Incluso aquellos a los que se les ha concedido asilo en Grecia y han decidido quedarse allí se topan con obstáculos en el camino.

Amir Ali, un afgano de 32 años que llegó a Grecia en 2016, ha ganado varios campeonatos locales de atletismo y ha hecho amigos en la isla. Pero sufre racismo: “en el supermercado todo el mundo me trata como a un mendigo. Yo trabajo, pago impuestos aquí”.

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