El País Vasco, donde las heridas y el «tabú» de ETA persisten

A casi una década del fin de la violencia de ETA, una «capa de silencio» cubre el pasado reciente del País Vasco, donde sigue siendo difícil abordar las décadas de sangre, reflejadas en la pantalla en la serie «Patria».
La difusión a partir del domingo en España y el continente americano de la serie de televisión de la plataforma HBO, adaptación del libro homónimo superventas de Fernando Aramburu, pone los focos sobre este pasado del que a menudo se prefiere no hablar.
La novela sobre la tragedia de dos familias, otrora muy amigas, por la violencia de la banda separatista vasca, aborda «un tema muy sensible» porque «las heridas siguen abiertas», explicó el sábado Aitor Gabilondo, productor ejecutivo y guionista de la serie, presentada en pantalla grande en el Festival de San Sebastián.
«La herida, por ser profunda, tardará en cicatrizar. El País Vasco no olvida a ETA», cuenta a la AFP Gorka Landaburu, periodista que perdió varios dedos y un ojo por un sobre bomba.
La serpiente enroscada sobre un hacha, símbolo de la organización separatista, ya no se ve en las paredes de los pueblos vascos, pero en una carretera de montaña un grafiti exige la liberación de uno de sus miembros, y otro, una «amnistía total» a sus presos.
La amnistía y el silencio como manera de pasar página: Desde Bilbao a Vitoria, pocos aceptan hablar del pasado a la AFP.
– 40 años de violencia –
«Hay un tabú», afirma Ana Aizpiri, cuyo hermano, Sebastián, fue asesinado en 1988 de dos balazos en la nuca por ETA. Es «una capa de silencio que va hasta los comedores. No se habla de esa silla vacía».
Por cuarenta años, la violencia ensangrentó este territorio de 2,2 millones de personas en el norte de España.
Más de 850 muertos son atribuidos a Euskadi ta Askatasuna (País Vasco y libertad), mientras que decenas de miembros de la organización murieron a manos de grupos de extrema derecha o parapoliciales como los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación).
Tras decretar el fin de su actividad armada en 2011, ETA anunció su disolución en mayo de 2018.
«El terrorismo, la violencia, el chantaje desparecieron, pero quedan cicatrices por sanar. Es un camino largo hacia la convivencia», considera Gorka Landaburu.
«En el País Vasco, el terrorismo lo ejercimos sobre nosotros: el que dispara, el que pone la bomba, es tu vecino del frente, tu familia, tu pueblo», analiza Eduardo Mateo Santamaría, de la fundación Fernando Buesa, que promueve la paz.
– Reconciliación complicada –
Hija de Josu Muguruza, diputado de Herri Batasuna, vitrina política de ETA asesinado en 1989 en un atentado reivindicado por los GAL, Ane, de 30 años, exige ser reconocida como víctima, al igual que las de ETA.
«A mi padre lo asesinaron siete días antes de que nazca, mi madre fue torturada, mi familia sufrió la violencia del Estado en su piel», enumera.
«¿Cómo podemos decir que estamos en paz cuando el Estado sigue ejerciendo su venganza contra ETA?», cuestiona, en referencia a la política de alejamiento del País Vasco de los presos de ETA.
A sus 26 años, Xochitl Karasatorre, hija de un ex militante de ETA, solo ha visto a su padre en los últimos 18 años en una sala de visitas de una cárcel francesa. «ETA dejó las armas, pasaron los años pero la situación de los presos no se normalizó», reclama.
«Es complicado hablar de reconciliación», estima Joseba Azkarraga, portavoz de la asociación Sare de apoyo a los presos, crítico del Estado español.
Declarado pacifista, Edorta Martinez espera que las nuevas generaciones levanten el manto de silencio.
«Los menores de 25 años ignoran totalmente el tema. Hacen preguntas, pero son conversaciones en el ámbito privado», dice este hombre que se comprometió con la paz el día que fue insultado por manifestarse con los hijos de José María Aldaia, rehén de ETA durante casi un año.
«No hay que hacer el mismo error de la Guerra Civil, no hay que esperar 70 años para hacer memoria», dice.