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En Silesia el carbón sigue siendo un modo de vida

Una mina de carbón abandonada en Mikolow (Silesia, sur de Polonia), el 12 de octubre de 2018 afp_tickers

Los mineros polacos, que retan a diario a la muerte siguen perpetuando de generación en generación un oficio en vías de desaparición en Europa occidental, atraídos por los ventajosos salarios y apoyados por un gobierno que rechaza «descarbonizar» la economía.

En países como Alemania, Bélgica y Francia, el carbón se considera un enemigo, la fuente de un CO2 acusado de aumentar la temperatura del planeta. Pero en Silesia, es un modo de vida al que no se renuncia.

«En mi familia siempre se trabajó en las minas, mi padre, mi abuelo… Así que yo también soy minero», cuenta Arkadiusz Wojcik, de 36 años, que trabaja en la mina de carbón de Knurow, en el sur de Polonia, con actividad día y noche. «En Silesia es una tradición».

Los empleados de la mina hacen caso omiso del peligro. «Claro que tenemos miedo, hay accidentes, forma parte del oficio. Pero no lo pensamos cuando descendemos» a la mina, asegura Radoslaw Ruminski, de 37 años, otro trabajador.

En los últimos 11 meses murieron 21 mineros, frente a 15 el año pasado, un «resultado bastante bueno» respecto a 2014, cuando fallecieron 30 mineros.

La remuneración es un argumento para quedarse, pues puede alcanzar los 1.600 euros (1.800 dólares), frente al salario medio polaco, de 813 euros (920 dólares) netos.

«Los salarios aquí son bastante más altos que en otros sectores», reconoce Kamil Ganko, de 33 años, conductor de máquina de extracción.

Los mineros también tienen derecho a numerosas ventajas heredadas de la época comunista, como una paga extra en Santa Bárbara, protectora de los mineros, y otra más en febrero. A eso se suman ocho toneladas de carbón al año proporcionadas por la mina, una ayuda nada desdeñable en Silesia, donde muchas casas se calientan gracias al carbón.

Y sobre todo, los mineros tienen derecho a jubilarse al cabo de 25 años de trabajo bajo tierra.

– «No hay otros oficios» –

Pero algunos no llegan a aprovecharlo. «Mi marido murió a ocho meses de su jubilación», cuenta Agata Kowalczyk. «Un día, el director de la mina vino con un psicólogo a darme la mala noticia», recuerda esta mujer, que actualmente dirige una asociación de viudas.

Esta muerte prematura no desalentó a sus hijos. «Dos de mis cuatro hijos varones siguen trabajando en la mina».

De todas formas, «aquí no hay otros oficios, no hay otros grandes empleadores, ¿qué podrían hacer los miles de mineros?», señala Agata Kowalczyk.

Knurow es una de las cuatro minas del grupo JSW, el principal productor de carbón de coque en la Unión Europea (UE), destinado a la siderurgia. Esta empresa de 27.000 empleados, que cotiza en bolsa y de la que el Estado es accionista mayoritario, codicia dos nuevos yacimientos para aumentar su producción, que fundamentalmente se exporta a mercados europeos.

También es uno de los grandes patrocinadores de la COP-24, que comienza el domingo en Katowice.

A pesar del cierre de minas a lo largo de los años, «el sector necesita al menos otros 15.000 asalariados. Vive un nuevo impulso», destaca con satisfacción Kazimierz Grajcarek, exjefe de la sección de mineros del sindicato Solidarnosc.

Mineros ucranianos, eslovacos, húngaros e incluso españoles vienen a trabajar aquí, cuenta.

«La UE quiere que Polonia cierre sus minas. ¿Y después? En Polonia no tenemos ni viento ni sol. ¿Qué hará toda esa gente?», se pregunta el exresponsable de Solidarnosc.

Polonia está construyendo una nueva central a carbón de gran tamaño, y consume más de lo que extrae.

El déficit se suple con importaciones, sobre todo de carbón ruso (nueve millones de toneladas en 2017), una situación políticamente delicada para un gobierno que quiere librarse de su dependencia del gas ruso.

Ningún partido, ni gobierno puede desdeñar al grupo social de los mineros, fuerte y solidario y que cuenta con un importante peso político.

«Ser minero es más que un oficio. Los habitantes de Silesia ya están muy unidos de por sí y los mineros están apegados hasta el punto de dar su vida por el otro», dice Dariusz Radon, minero y socorrista de 48 años.

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