En Sudáfrica, el grito de alarma del personal sanitario ante la pandemia

En medio del estrés y la fatiga, la falta de material y de formación, el personal sanitario de Sudáfrica se enfrenta al aumento de enfermos del coronavirus, a la espera del pico de pandemia, previsto en julio.
«¿Cómo se puede trabajar con ocho pares de guantes durante un turno de doce horas?», dice una enfermera del hospital de Livingstone en la provincia de Cabo Oriental (sur), que no quiere revelar su nombre.
Hasta ahora, Sudáfrica, el país del continente más afectado por la enfermedad, registró cerca de 84.000 casos de infección, con más de 1.700 muertes, y anticipa un pico de la pandemia dentro de unas semanas.
La mayoría de casos están concentrados en tres provincias, Cabo Occidental (sur), Gauteng (norte) y Cabo Oriental (sur).
«Es difícil predecir si seremos capaces de administrar esta situación», dice un médico de la ciudad de East London, en Cabo Oriental, y denuncia la falta de respiradores y de formación del personal sanitario.
«El sistema ya funcionaba mal antes, por eso es difícil prepararse para una pandemia», añade.
En su hospital, cerraron la unidad de atención de terapia intensiva durante una semana tras descubrir un caso de COVID-19. Se hicieron pruebas al personal, se desinfectaron los locales pero algunos pacientes murieron.
– «Trabajo sin pausa» –
«No diría que murieron porque no pudimos recibirlos, pero tal vez hubieran sobrevivido si hubieran sido admitidos en terapia intensiva», dice el médico.
Al menos cinco hospitales del Cabo Oriental fueron cerrados momentáneamente para ser descontaminados tras la aparición de más de 200 casos positivos entre el personal sanitario de la provincia, según el sindicato Hospersa de personal sanitario.
Una medida que lamenta el portavoz de los servicios sanitarios del Cabo Oriental, Sizwe Kupelo.
«Es una epidemia mundial y no he oído hablar de ningún otro país donde el personal médico pida que cierren los hospitales cuando se detecta un caso «, afirma indignado.
Otros hospitales cerraron por huelgas para denunciar las condiciones de trabajo, la falta de higiene y la carga laboral.
Beverley McGee, una enfermera que contrajo el virus, expresó su malestar esta semana en una carta dirigida al ministro de Sanidad, Zweli Mkhize.
«Trabajamos sin pausa en mi hospital», escribe esta empleada de una clínica privada en El Cabo. «Nosotras las enfermeras estamos extenuadas emocionalmente, llenas de furia, ansiedad, miedo, estrés y decepción.»
«Cada vez que trato de trasladar a un paciente a una unidad de cuidados intensivos en nuestro hospital de referencia, me dicen que están llenos», dice por su parte una urgentista de un hospital de la región de El Cabo (sur).
«Pienso que eso va a ser muy, muy duro. Solo tenemos medios limitados en oxígeno, y tener que decidir quien puede tener acceso me aterroriza», agrega, denunciando la situación de pacientes con dificultades respiratorias obligados a pasar la noche sentados en sillas.
La situación se complica. Después de las grandes ciudades, las zonas rurales se enfrentan ahora a su vez al flujo de enfermos de COVID-19.
«De un momento a otro, todos comienzan a dar positivo», dice un médico del hospital Nompumelelo, en la pequeña ciudad de Peddie (sur). «Para los pequeños hospitales como el nuestro(…) el apoyo no es suficiente».
«Será muy complicado si (…) tratamos de seguir presentando esta imagen de serenidad, preparación y calma que hemos querido mostrar», advierte.
«El Cabo Oriental es vulnerable (…) No hay que engañarse (…). Nuestro gobierno tiene que despertarse».