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Vivir con o de tarjetas de crédito

Los dos grandes supermecados suizos disponen de tarjetas de crédito propias. swissinfo.ch

A semejanza de Suiza, las grandes casas comerciales en Chile ofrecen tarjetas que permiten a los clientes acumular puntos, canjearlos por premios 'a la fidelidad' y tener acceso a ofertas exclusivas.

Últimamente sirven también para comprar a crédito y sacar dinero en efectivo. El problema está en que el sistema puede provocar traspiés financieros a quienes hagan uso desmesurado de las ‘tarjetas’.

En Suiza tanto la Migros como la Coop –las dos grandes cadenas de ventas al detalle-, lanzaron hace poco su propia tarjeta de crédito que permite endeudarse en todas las filiales y negocios afiliados.

En Chile circulan actualmente 11 millones de tarjetas de crédito: cada 1,45 habitantes poseen una. El 73% corresponde a casas comerciales y supermercados, sobre todo a las dos principales que abordan a las clases media y media alta, así como al sector demográfico de menores recursos. (En Suiza cada 4,4 habitantes disponen de una tarjeta de crédito de una casa comercial).

La mayoría de la población chilena no cumple con los requisitos para acceder a una cuenta corriente y la tarjeta de crédito correspondiente, pero al ser mayor de edad (18 años) y disponer de un sueldo neto de 100.000 pesos (unos 250 francos de sueldo mínimo legal neto) es fácil obtener una tarjeta de crédito de una casa comercial o supermercado. Estos ya no se dedican únicamente al rubro alimenticio, sino también a vestuario y bienes de consumo durables.

Si ahora en Suiza es posible comprar no sólo el televisor o la lavadora nueva a crédito, sino también la canasta familiar semanal o mensual -pudiendo sin problemas pagar al contado-, en Chile estas tarjetas permiten el acceso masivo a bienes de consumo durables que ya no son ningún lujo, como por ejemplo una lavadora automática, un refrigerador o un televisor a color.

La tentación está en la variedad de la oferta

Al disponer de una gama de tarjetas o de una sola y estando expuesto a tanta publicidad comercial, es grande la tentación de comprar más de la cuenta y lamentar después el haber excedido el presupuesto personal o familiar.

Tanto aquí como allá existe una minoría de consumidores compulsivos que, comprando al contado o a crédito gastan su presupuesto al principio del mes y, guardando las apariencias, entre las cuatro paredes tienen que conformarse con comidas franciscanas.

En ambos países son las mujeres las que mejor cumplen con las fechas de pagos y los jóvenes los que tienen mayores problemas de mantener su presupuesto ordenado.

Las primeras porque generalmente están a cargo del presupuesto familiar y a menudo deben hacer verdaderos ‘milagros’; los últimos porque se les enseñó matemáticas complicadas y álgebra, pero no cómo llevar la contabilidad de sus ingresos y gastos. En caso de problemas financieros recurren a familiares o amigos más que al sistema.

Sin embargo, hay una diferencia enorme entre los dos países. A pesar de una economía estancada y un costo de vida muy alto, ello no implica para los suizos una merma del consumo y por ende del nivel de vida.

Previsión, término poco familiar

En Chile, los sueldos han aumentado considerablemente en los últimos años –no para todos por igual–, pero comparado con los sueldos promedio sigue siendo un país caro, tanto en lo que se refiere a servicios básicos como agua potable, electricidad y transporte público como a vestuario, calzado y hasta el kilo de pan.

Lo es aún sin tomar en cuenta las tentadoras ofertas sólo para clientes con tarjeta de crédito o el lujo de un nuevo televisor para el reciente Mundial de fútbol o tal vez un computador para los hijos, muchas familias llegan a duras penas al final de mes.

Con poco o ningún margen de ahorro en los actuales tiempos de bonanza y sin cultura de ahorro para los tiempos de vacas flacas, se apela al principio de la bicicleta: para pagar la cuota de un crédito de una casa comercial se recurre a la tarjeta de crédito del supermercado para sacar dinero en efectivo y así sucesivamente.

Cuando a duras penas se han pagado los regalos de Navidad para todos los familiares y amigos, empieza, en marzo, el año escolar con los gastos para uniformes e útiles escolares. Tal vez, cuando se haya pagado la última cuota, los zapatos del colegio ya estén rotos y el televisor ya no funcione.

Si, por no tener otra alternativa, no se puede pagar en 3 cuotas al precio contado, hay, según el caso, hasta 3 años de plazo, pero al final la prestación de servicio o el bien de consumo puede costar el doble del precio original.

Beneficio de unos, ilusión de otros

Varias casas comerciales ya tienen sus propios bancos, lo que les abre un mercado adicional, además de estar presentes en los países vecinos (Perú y Argentina).

A las cadenas de supermercado chilenas les falta dar el salto que la Migros y la Coop han dado hace mucho tiempo: el tener sus propios bancos y agencias de viaje. Una, la que apunta a la población de menores ingresos lo hará este año.

No es exagerado concluir que en Suiza se puede vivir con tarjetas de crédito, pero aquí se vive cada vez más de dinero de plástico o, para usar un chilenismo, “encalillado” con las casas comerciales, el supermercado y hasta con algún familiar o amigo.

Este círculo no muy virtuoso funciona mientras la economía crezca y no ocurra ninguna desgracia familiar como la cesantía del jefe de hogar o una enfermedad grave. En tal caso las consecuencias son mucho más graves que en Suiza, porque no habrá un colchón que amortigüe el golpe.

Regula Ochsenbein, Chile.

Regula Ochsenbein nació en Lucerna el 15 de marzo de 1949. Cursó sus estudios primario y secundario en Basilea y Berna, donde obtuvo su ‘Matura’ (bachillerato), en 1968.

En aquel año de efervescencia estudiantil en Europa comenzó la carrera de Sociología y la terminó en 1977 graduándose de licenciada en Historia Moderna y Sociología de los países en desarrollo y derecho público.

Durante sus estudios participó en intercambios estudiantiles (Checoslovaquia); trabajó de voluntaria en un pueblito de Grecia y en un Kibutz de Israel.

Su vida profesional la llevó, tras un curso de preparación, al servicio diplomático, ámbito en el que permaneció desde 1978 hasta 1985. En ese año decidió abandonar la carrera y quedarse en Chile tras haber ocupado funciones en Portugal, Santiago de Chile y Londres.

Actualmente combina en Chile sus actividades de socióloga con las de artesanía en madera.

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