La seguridad privada, omnipresente en los suburbios elegantes de Johannesburgo

Cae la noche en un barrio suntuoso de Johannesburgo, Sudáfrica, y guardas privados en uniformes de camuflaje y armados hasta los dientes se preparan para iniciar un patrullaje nocturno.
Un comandante instruye a los hombres en el gimnasio de la empresa, revisando las acciones ocurridas en las últimas 12 horas.
«¿Alguna pregunta?», le consulta a los guardias parados en fila frente a él. «Muy bien, bajemos la cabeza y oremos», les dice en la lengua local xhosa.
Después de un «amén» en coro, los hombres recogen sus armas y se dirigen a las camionetas negras y amarillas marcadas con el nombre de la empresa, Cortac, una de las más importantes de Sudáfrica en materia de seguridad privada.
«Yo rezo cada mañana», cuenta Forget Ndlovu, de 46 años, mientras sus compañeros abordan los vehículos.
«Este trabajo es peligroso, nunca sé si voy a llegar a casa», agrega.
Sin embargo, dice, «ayudamos a que otros tengan una mejor vida», y admite que el empleo paga mucho mejor que si estuviera con la policía.
Los vehículos Cortac salen al ponerse el sol, haciendo rondas lentamente por los portones eléctricos y altos muros con alambres de púas que protegen las casas elegantes de los suburbios pudientes de Johannesburgo.
Gente que sale a correr y guardas de seguridad en pequeñas casetas saludan al ver pasar las camionetas.
«La comunidad cuenta con nosotros, no con la policía», dice Ndlovu a la AFP.
— Gente sospechosa —
Sudáfrica tiene una de las más grandes industrias de seguridad privada del mundo, con más personal que la policía, según la autoridad regulatoria del sector.
Más de dos millones de personas trabajan en la seguridad privada, en un país donde el desempleo supera el 32%.
Para trabajar en Cortac hay que presentar licencia de conducir, prueba de manejo de armas y un expediente criminal limpio.
Antes de cada patrullaje, los guardias son divididos en grupos de dos o tres por vehículo, algunos de los cuales llevan un perro.
«Solo usamos el perro al ingresar a una casa para buscar a algún sospechoso escondido», explicó Ryan, de 25 años, quien no quiso revelar su nombre completo.
La mayoría de las noches son relativamente tranquilas para los equipos de seguridad privada.
Normalmente hay más movimiento alrededor de las 17H00 locales (15H00 GMT), cuando los vecinos regresan de sus trabajos y algunos accidentalmente activan las alarmas, provocando un coro de ladridos de perros.
Pero todo vale la pena para tener seguridad en la capital financiera sudafricana, golpeada por la criminalidad que se agravó con la pandemia del covid-19.
Hurtos, asaltos y robos de vehículos son temas normales de conversación entre los pobladores con mayores ingresos, quienes rara vez caminan por la ciudad por temor a ser asaltados.
Grupos vecinales de WhatsApp comparten mensajes diarios sobre los últimos robos en casas y movimientos sospechosos en la zona.
«Si hay gente merodeando, los clientes llaman a nuestra sala de control para decirnos ‘hay gente sospechosa al frente de mi propiedad, ¿pueden venir a ver?'», cuenta a la AFP Mabuya, un agente de Cortac.
— Botón de pánico —
Dentro del vehículo armado, Mabuya y su colega Mpengesi, quienes no revelaron sus nombres completos, explicaron que las rutas de patrullaje suelen variar «para no ser tan predecibles».
«Esperamos cuando los autos ingresan a las casas para garantizar que el cliente está seguro», explica Mpengesi, quien dijo que los ladrones a menudo se aprovechan de que algunos portones eléctricos cierran lentamente.
«Si vemos un portón abierto, entramos a preguntar», agregó.
De repente la conversación se detiene. Alguien en la zona oprimió su «botón de pánico», que alerta al centro de control de Cortac.
El conductor pone el carro en marcha y se apresura al lugar de la llamada.
Dos cuadras antes de llegar escucha una voz en el radio: era una «falsa alarma».
Veinte minutos más tarde, el equipo responde a otra llamada de pánico, esta vez de un centro comercial.
El conductor estaciona a pocos metros de la entrada mientras Mpengesi y Mabuya corren al lugar con sus rifles en mano.
Poco después regresan al vehículo, todo fue «un error».
Posteriormente, el centro de llamadas pide al equipo ver un vehículo estacionado con un hombre negro atrás del volante, tras la alerta de un vecino.
Uno de ellos se acerca a averiguar y resulta ser un conductor de Uber que estacionó su vehículo para ahorrar combustible mientras espera clientes. Le piden retirarse porque los vecinos se están poniendo «nerviosos».