La violencia étnica en las elecciones, un problema que pierde fuelle en Kenia
Pablo Moraga
Nairobi, 7 ago (EFE).- La competencia entre sus más de cuarenta etnias ha dominado la política de Kenia como un medio de movilizar a los votantes que ha causado disturbios y muchos muertos, pero ese factor parece perder fuerza de cara a las elecciones generales del 9 de agosto.
La campaña electoral del vicepresidente keniano, William Ruto, uno de los dos principales candidatos de la carrera presidencial, ha cambiado las reglas del juego.
Ruto se describe como un «buscavidas» al que, después de hacerse a sí mismo y alcanzar por méritos propios la Vicepresidencia, el Gobierno le ha traicionado, obstaculizando sus programas en detrimento de los kenianos.
Según la Federación de Empleadores de Kenia (FKE), al menos el 83 % de los trabajadores están en el sector informal, a menudo con trabajos esporádicos, poco remunerados, sin derechos laborales, duros.
En ese contexto, el mensaje de Ruto lo ha convertido en un candidato popular, capaz de organizar mítines multitudinarios por todo el país.
Según el vicepresidente, estas elecciones son una batalla entre los kenianos humildes, a los que dice representar, y las élites que dominan la política del país desde su independencia (1963), después de que el presidente, Uhuru Kenyatta -hijo del primer mandatario de Kenia-, rompiese su relación con Ruto para secundar al ex primer ministro Raila Odinga, su principal rival e hijo del primer vicepresidente del país.
Aunque Ruto, un poderoso político multimillonario que pertenece a la élite que desdeña en sus discursos, la lucha de clases ha entrado de lleno en la campaña electoral keniana, desplazando la importancia de esos discursos que dividían a los votantes en grupos étnicos.
Asimismo, por primera vez desde que se instauró la democracia multipartidista en 1991, ninguno de los dos candidatos presidenciales con más posibilidades de vencer es kikuyu, el mayor grupo étnico (al que pertenece la familia Kenyatta), acusado por otras etnias de dominar el poder económico y el político.
Este hecho, según el laboratorio de ideas International Crisis Group (ICG), también parece haber amortiguado la tensión étnica, pues «las narrativas divisivas y étnicamente entrelazadas no son tan frecuentes como en ciclos electorales anteriores, con algunas excepciones».
«Aunque los políticos nacionales siguen atacándose unos a otros con comentarios mordaces, han mostrado una bienvenida reticencia a utilizar la retórica del odio como herramienta de campaña», subraya el ICG.
Aparte de condenar los mensajes de odio durante sus mítines, tanto Ruto -del pueblo kalenjin- como Odinga -luo- han escogido como compañeros de fórmula a dos kikuyus, Rigathi Gachagua y Martha Karua, respectivamente.
UN PASADO OSCURO
El objetivo es evitar una crisis como la de los comicios de 2007, uno de los episodios más oscuros de la historia keniana.
En vez de reconocer su derrota, algunos líderes políticos usaron entonces el origen étnico de sus seguidores para movilizarlos.
Miles de personas tomaron las calles para rechazar los resultados electorales, que se consideraban manipulados en beneficio de la élite kikuyu.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos de Kenia acusó a algunos miembros del partido político de Odinga, que perdió las elecciones ante al presidente Mwai Kibaki, de planear los disturbios con meses de antelación.
Además, la Corte Penal Internacional (CPI) imputó tanto a Ruto como a Kenyatta (entonces viceprimer ministro) por instigar enfrentamientos de represalia, pero el caso quedó archivado por falta de pruebas después de que algunos testigos cambiasen sus declaraciones, rechazasen testificar por recibir amenazas o desapareciesen.
La Justicia no pudo esclarecer qué ocurrió durante esos días, pero el resultado de los disturbios aún está en la mente de muchos kenianos como un recordatorio doloroso: más de 1.100 muertos y unas 600.000 personas desplazadas.
Todas las elecciones posteriores han estado, en mayor o menor medida, acompañadas de brotes de violencia con decenas de muertos, a menudo orquestados por políticos que usaron su identidad étnica para alentar las hostilidades.
Según una encuesta en la Universidad de Nairobi, cerca del 90 % de los jóvenes pensaban en 2017 que el uso de las identidades étnicas era dañino para la política del país.
Asimismo, el 97 % se sentían cómodos identificándose como kenianos, en vez de reconocerse como parte de un grupo étnico.
Sin embargo, el mismo sondeo descubrió que alrededor del 40 % de esos jóvenes creían que ellos y su comunidad padecían obstáculos políticos o económicos simplemente por su origen étnico.
Si bien parece que ese tipo de reflexiones no tienen la misma importancia que en el pasado, los expertos advierten que aún pueden ser el caldo de cultivo de nuevos disturbios, instigados por las desigualdades sociales y los mensajes de odio que se esparcen con rapidez desde hace meses a través de las redes sociales.
UN PROBLEMA POLÍTICO
El escritor keniano Ngugi wa Thiong’o, eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, describió cómo las tensiones entre las etnias de este rincón de África aumentaron sobre todo durante el período colonial.
En esa época, la administración británica permitió únicamente construir asociaciones laborales, así como partidos políticos, dentro de límites étnicos, un problema que las élites kenianas decidieron usar en su beneficio después de la independencia.
Según Thiong’o, los medios de comunicación a menudo ignoran ese pasado para hablar de los disturbios electorales, además de otras razones que impulsaron matanzas étnicas, como la brecha entre ricos y pobres, las débiles instituciones democráticas o el dominio de intereses occidentales en la toma de decisiones económicas.
Para el escritor, los kenianos no pelean por un odio ancestral y visceral entre las distintas etnias sino, como en cualquier otra parte del mundo, por motivos económicos, políticos y sociales. EFE
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