Para los nuevos refugiados sirios, ningún fin de sanciones sirve sin seguridad
Noemí Jabois
Hermel (Líbano), 16 may (EFE).- Hasán (nombre ficticio) recibió esta semana la noticia del levantamiento de las sanciones a Siria en un abarrotado albergue al otro lado de la frontera con el Líbano, adonde tuvo que huir el pasado diciembre por persecuciones a su minoría religiosa tras la caída del régimen de Bachar al Asad.
Como muchos de los miles de nuevos refugiados sirios que han llegado al territorio libanés en los últimos cinco meses, Hasán pertenece a una comunidad minoritaria en su país de origen, la chií, y para él la Siria de prosperidad que todos esperan con el fin de los castigos económicos, no está tan cerca.
«Apoyo a mi país, pese a lo que están haciendo sigue siendo mi país. Quitar las sanciones ayudará a la población allí, pero nuestra gente no sacará nada de ello porque nos desplazaron», lamenta a EFE en el refugio que comparte con una veintena de familias en las montañas de Hermel, en el noreste del Líbano, a pocos kilómetros de la divisoria.
Mientras al otro lado sueñan con mejores condiciones económicas y la esperada reconstrucción después de que Estados Unidos anunciara el martes el cese de todas sus sanciones al país, estos refugiados languidecen en un oscuro inmueble dividido en compartimentos por telas y mantas a modo de paredes improvisadas.
«Devolved la seguridad a nuestras vidas, no queremos nada más. Solo queremos seguridad y protección para poder sentarnos en nuestras casas como el resto de la gente», reclama Hasán.
Sin seguridad
Con la ofensiva de grupos islamistas y opositores que a finales de 2024 llevó a la caída de Al Asad, el hombre asegura que sus aldeas comenzaron a ser atacadas, lo que les llevó a huir al vecino Líbano y a vagar de una zona a otra hasta que eventualmente consiguieron un techo.
«Nos amenazaron de forma sectaria, empezaron a entrar a las casas y a matar a hombres. Cualquier hombre lo mataban, cualquier hombre más mayor que estuviera con el (antiguo) Estado, lo mataban», sentencia.
Muchas de las personas que huyeron desde entonces son alauitas, minoría a la que pertenece la familia Al Asad, y en menor medida chiíes, otro grupo privilegiado por el anterior régimen debido en parte al apoyo que recibía de Irán y milicias vinculadas a esa fe.
Bien pasado el caos inicial, este marzo, cientos de personas murieron en una matanza de alauitas a raíz de una serie de ataques por parte de partidarios del expresidente, mientras que hace dos semanas otra oleada de violencia con decenas de muertos sacudió a otra comunidad minoritaria, la drusa.
Hasán defiende que ellos no son «sectarios»; son musulmanes al igual que la mayoría suní de Siria, afiliada al poder actual; y solo quieren vivir en «paz» en las casas que tanto les costó construir viniendo de la pobreza.
Al igual que él y su mujer, el resto de los alrededor de cien refugiados que viven aquí también llegaron al Líbano durante la oleada de huidas derivada de la caída del antiguo régimen, explica a EFE la jefa de base regional de Acción contra el Hambre, Paula Gierak.
«En toda la región de Baalbek-Hermel hay alrededor de 200 refugios nuevos con los refugiados que vinieron de Siria en diciembre del año pasado. Entonces ayudamos aquí porque las condiciones con el agua, saneamiento, higiene, alimentación son muy malas», explica la responsable de la ONG, que apoya parte de estos albergues.
Familias rotas
Según Gierak, el Líbano ha recibido a unos 100.000 refugiados sirios en los últimos cinco meses, la mayoría en las regiones orientales.
La jefa de base recuerda cómo al inicio se encontró refugios improvisados sin calefacción en medio del gran frío invernal y «muchos» necesitados con enfermedades relacionadas o intoxicación alimentaria.
Varios meses más tarde, Zeinab (nombre ficticio) y cuatro de sus hijos aún se arropan cada noche con los dos edredones que comparten entre los cinco en su habitación del albergue de Hermel. «La ropa según la lavamos, nos la volvemos a poner otra vez», relata la refugiada a EFE.
Huyeron de su aldea poblada por una minoría religiosa el mismo día en que cayó Al Asad, con lo puesto, en medio de un ataque por parte de las gentes de otra localidad cercana, cuyos disparos acabaron con la vida de tres de sus familiares, explica con lágrimas rodándole por las mejillas.
Pide que su lugar de procedencia no sea identificado y que los duros detalles de lo ocurrido no salgan a la luz, pues teme por la vida de los hijos que no pudieron marcharse con ella.
Como muchos otros en situaciones similares, Zeinab no es capaz de ver esperanza en el levantamiento de las sanciones, pues su único deseo es poder volver a su hogar. «Podemos vivir y mantenernos a nosotros mismos, solo necesitamos que nos protejan», concluye. EFE
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