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Crisis olvidadas: la labor imposible de las organizaciones de ayuda humanitaria

Distribución del PMA en Afganistán
Por falta de recursos, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU privó de "ayuda alimentaria vital" a 10 millones de personas en Afganistán en 2023. Copyright 2021 The Associated Press. All Rights Reserved.

Las necesidades mundiales de ayuda humanitaria han crecido exponencialmente durante las últimas dos décadas. Sin embargo, algunas de las peores crisis cuentan con menos financiación que nunca antes. Una situación que está llevando a las agencias de la ONU a tomar decisiones difíciles.

“El sufrimiento de los desplazados de la República Democrática del Congo (RDC) es indescriptible”, dice Angèle Dikongué-Atangana. La representante de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en la RDC está inquieta: “Las necesidades son enormes. Y es un eufemismo decir que nuestra respuesta humanitaria está infra-financiada”.

Las oenegés consideran que la crisis de la RDC ha sido una de las más desatendidas del mundo. Este conflicto ha cobrado 8 millones de vidas congoleñas en tres décadas, según cifras de la ONU. Actualmente, casi 7 millones de personas (de una población total de 100 millones) se han convertido en desplazados internos dentro del propio país, que a su vez acoge a medio millón de refugiados de las naciones vecinas. A esto se suman 2 millones de personas que viven constantemente en la incertidumbre, entre el desplazamiento y el retorno.

Para atender a esta población, ACNUR necesitaba recaudar 233 millones de dólares antes de concluir el 2023. Sin embargo, a finales de diciembre, la organización solo contaba con el 43% de lo que requería. Para la responsable de ACNUR, se trata de una situación muy alarmante: “Nos vemos obligados a tomar decisiones muy difíciles en una población que ya es muy frágil; tenemos que decidir a cuáles de las personas más débiles y vulnerables daremos cobijo”.

Como en el caso de la RDC, muchas otras crisis carecen de financiación suficiente. En los últimos 20 años, el cambio climático y la proliferación de conflictos han provocado una explosión de las necesidades humanitarias mundiales. La pandemia de COVID-19 y la guerra de Ucrania también han estresado los presupuestos de los principales donantes, poniendo bajo presión a las agencias de ayuda.

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Crisis olvidadas

En el caso de la RDC, se habla ya incluso de una “crisis olvidada”, una en la que el desinterés mediático está acentuando la infrafinanciación que se vive.

“El país vive episodios de violencia, un conflicto más o menos latente, desde hace varias décadas. Su larga duración es algo extremadamente problemático porque se ha perdido la atención del público y aparece el cansancio”, explica Valérie Gorin, experta en comunicación humanitaria de la Universidad de Ginebra (UNIGE).

Y añade: “Los conflictos armados suelen estar peor financiados que las catástrofes naturales, porque en estas últimas existe la falsa impresión de que el problema podrá resolverse rápidamente con la reconstrucción”.

Por ejemplo, ninguno de los planes de atención humanitaria de la ONU dedicados a la RDC, Afganistán, Siria, Yemen o Myanmar obtuvo ni la mitad de la financiación que requería, pero los lanzados en 2023 tras los terremotos de Turquía y Siria, o las inundaciones de Libia, sí lo lograron superando en todos los casos el umbral que se había fijado.

Otro factor clave que explica las disparidades en el tratamiento de las crisis es la proximidad -geográfica e ideológica- que tienen con Europa y Estados Unidos, que son los principales donantes del sistema de ayuda que posee la ONU. Esto explica que los programas humanitarios destinados a Ucrania y a los Territorios Palestinos ocupados por Israel sean los mejor financiados de todos los que existen, opina la investigadora.

Decisiones difíciles

En Afganistán, por ejemplo, país en donde las necesidades de ayuda humanitaria suman 3.840 millones de dólares (se trata de la quinta crisis más grave después de Siria, Ucrania, Yemen y Etiopía), las fuentes de financiación se agotaron repentinamente. A mediados de diciembre, la cobertura presupuestaria apenas superaba el 40 por ciento.

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Desde que los talibanes tomaron el poder en agosto de 2021, la situación humanitaria en el país se ha deteriorado bruscamente y la economía se ha hundido por completo. Este descenso a los infiernos se ha visto agravado por una serie de catástrofes naturales.

Como consecuencia, más de dos tercios de la población necesitan ayuda. Y uno de cada tres afganos -es decir, 15 millones de personas- padece inseguridad alimentaria aguda. Debido a la falta de recursos, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU ha tenido que privar de “ayuda vital” a 10 millones de personas en 2023. La organización no podrá ayudar a la gente este invierno y tendrá que elegir “entre los hambrientos y los hambrientos”.

Cuando el PMA anunció que tendría que reducir su ayuda, Philippe Kropf, su responsable de comunicación en Afganistán visitó los lugares de distribución de la ayuda. Vio escenas “desgarradoras” de madres y padres llorando, privados de raciones y preguntándose cómo alimentar a sus hijos.

Mis colegas han tenido que explicar a familias ya de por sí muy vulnerables que han sido excluidas porque el PMA no tiene más alimentos ni dinero para distribuirles. Pero su situación no ha cambiado.

Adaptando los métodos

Otro país que vive una situación semejante es Myanmar, sus necesidades humanitarias se han triplicado durante los últimos dos años. Pero los fondos escasean.

“Asistimos también a una caída en la financiación. Cada vez es más difícil obtener fondos de largo plazo, sostenible y predecible para atender a las poblaciones necesitadas”, confirma Julia Rees, representante adjunta del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en Myanmar.

Resultado de lo anterior, UNICEF ha debido convertir en prioridad a los niños más vulnerables y hallar la manera de trabajar con la mayor eficacia posible. Esto implica identificar con una gran precisión los lugares en donde están las personas más expuestas, identificar las medidas de ayuda más eficaces -generalmente las relacionadas con la salud, el agua, el saneamiento y la educación- y acostumbra a trabajar en equipo con los agentes locales que pueden prestar apoyo en los lugares de más difícil acceso.

La pesada carga del personal humanitario

Atender estas crisis olvidadas supone una pesada carga para el personal humanitario. “Vemos gente al borde del agotamiento, ya que tienen que pensar todo el tiempo en cómo hacer mucho con poco. A la larga, esto es agotador. Puedo decir que la RDC es uno de los países del mundo que menos trabajadores humanitarios atrae”, se lamenta Angèle Dikongue-Atangana.

Julia Rees explica que los equipos que están trabajando en Myanmar lo hacen en condiciones “extraordinariamente difíciles” y “extremadamente estresantes”. “Están (en Myanmar) para prestar servicios con un fin específico. Pero cuando no tienen los recursos para hacerlo, es realmente difícil para ellos”, añade.

Pese a las dificultades que enfrentan, Philippe Kropf se dice optimista: “Muchos de nuestros donantes nos dicen: ‘Confiamos en el PMA. Sabemos que tiene capacidad para prestar ayuda. Solo que ahora mismo no hay dinero para ustedes”.

Un sistema sin respiro

En 2024, se espera que las necesidades humanitarias mundiales asciendan a 46.000 millones de dólares, menos que el récord de 57.000 millones de 2023. Esta cifra contrasta con los 5.000 millones de 2005.

Cada mes de diciembre, la ONU -en nombre de todas sus agencias y las oenegés con las que trabaja de forma asociada- anuncia las necesidades conjuntas de financiación de la ayuda humanitaria para el año siguiente. Pero luego corresponde a las distintas organizaciones convencer, a lo largo del año, a los donantes, que generalmente son los Estados, de autorizarles los fondos necesarios.

Ante el explosivo crecimiento de las necesidades de financiación, “el sistema humanitario requiere una revisión radical”, afirma Valérie Gorin, de la UNIGE. “Se les pide a los equipos de ayuda humanitaria que hagan frente al sufrimiento inmediato que causan la violencia y las catástrofes naturales. Pero a menudo también se les pide participar en la reactivación de las economías y ayudar a mantener la paz”. Por ello, en opinión de Gorin es necesario romper con el esquema actual en donde la ayuda humanitaria, la ayuda al desarrollo y la consolidación de la paz se financian por separado.

Para la investigadora, el actual sistema de ayuda -ampliamente dominado por Occidente, tanto en su enfoque como en su financiación- debe adaptarse para abrirse a donantes emergentes como Turquía, los Estados del Golfo, China e India.

Texto adaptado del francés por Andrea Ornelas

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