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Una escuela que acepta a los rechazados por otras

La jornada completa, la alimentación en la escuela y el esfuerzo extraordianrio del personal docente permiten que los niños recuperen lo perdido. Mathieu Glayre

Thérèse Pittet tiene 20 años en Tarija, Bolivia, y en su Suiza natal hay manos amigas que apoyan a su escuela: Creciendo, que cumple diez años, acoge a niños excluidos de otras instituciones o que no han tenido la oportunidad de sentarse en un aula. El Ministerio de Educación boliviano, también en la tarea.

De un terreno baldío nació Creciendo que hoy es ejemplo de tesón e inclusión y donde se pregona con hechos que “cada niño merece lo mejor”.

“Yo sé que tengo amigos en Suiza que me quieren”, dice orgulloso uno de los alumnos de Creciendo. A este pequeño no le quedaban opciones de escuela, hasta que una voz ha dicho: “Sí. Podemos recibirlo”.

Las palabras surgieron de boca de Thérèse Pittet, directora de Creciendo. “Es una suerte poder aceptar a la gente que normalmente es rechazada”, responde la suiza-boliviana, conocida allá simplemente como Teresa.

Con María, nacida en Italia y desde hace 50 años en Bolivia, Teresa trabaja desde hace más de 15 en el terreno de la educación en el país sudamericano. Todo inició como voluntaria de la organización suiza E-Changer, con cursos para mujeres y después, como educadora y formadora de personal de guarderías infantiles.

“Hemos abierto nueve centros de apoyo pedagógico en la ciudad de Tarija con el respaldo de mi grupo de amigos de Suiza que pagaba los sueldos, la capacitación, mientras los barrios ponían el local y la prefectura, las becas alimenticias”.

Pero Teresa y María pusieron la mira sobre otros pequeños aún más desfavorecidos: Aquellos que nunca habían asistido a la escuela por falta de dinero, por que debían trabajar, por haber rebasado la edad de ingreso.

Una escuela de tiempo completo nació en la casa de María, que pronto quedó chica. Un sacerdote ofreció el terreno de su capilla y así se hizo Creciendo: de unos 50 alumnos al inicio, hoy son casi 250 en su jardín de niños y su primaria.

Los más tremendos

Todos son de escasos recursos, muchos de familias monoparentales, muchos han estado en otras escuelas y han sido señalados por no poder cumplir con las exigencias, y hay también aquellos que conocieron el trabajo antes que un salón de clases.

Liliana Flores es la mejor alumna de su colegio, ya es bachiller. Inició la escuela en Creciendo a la edad de 9, cuando Teresa le ofreció trabajo a su madre como cocinera a cambio de que la niña dejara el cuidado de un anciano para estudiar.

“Tenemos convenios con otras escuelas. Recibimos a los más tremendos”, explica Pittet; si bien, para ella no hay diferencias y su objetivo es prepararlos en el nivel básico para devolverlos a las escuelas a fin de que terminen sus estudios de primaria y secundaria.

“Ella nos entiende”

Así se refiere Christian a la directora de su escuela. Cursa el tercero de primaria y quiere ser albañil. Su padre ha muerto y para él Creciendo –el único colegio de tiempo completo en Tarija, Bolivia- ha sido su puerta a la escolarización.

“Aquí hay mucho espacio para crear”, confirma Teresa de la evolución de su escuela. “Queremos abrir más talleres. Tratamos de ser una escuela que ofrece lo mejor” a sus 237 alumnos.

Se requieren unos 30.000 dólares al año para que funcione la escuela, sueldos, comida y unos 20.000 dólares para la construcción y mantenimiento de los talleres. Gracias a donadores de Suiza se mantiene el concepto de modo sostenible.

Integración en lugar de marginalización

Si bien el apoyo financiero es el combustible para seguir adelante, el motor de Creciendo es el sentido humano. Si al inicio era una escuela para los de muy abajo, hoy esta institución sorprende por los resultados de esos niños que suben alto, si tienen un buen acompañamiento.

Esto se logra con el esfuerzo del personal docente a doble tiempo, la capacitación suplementaria de dos semanas antes del inicio de cursos, la reflexión constante de los maestros para abordar los valores de base para la enseñanza y “ese cariño para los niños y para su escuelita” transmitido por Teresa, explica Susanne Rufener, quien está por terminar – junto con su esposo Mathieu Glayre y sus tres hijos-, su voluntariado en Creciendo, a través de la organización E-Changer.

“El objetivo principal de Teresa es que cada niño merece lo mejor, sin importar de dónde venga y lo que ha vivido”, afirma Rufener, conmovida por la calidez humana recibida en Tarija. “He aprendido mucho”, dice de este intercambio de tres años.

Rufener, presente en la fundación de Creciendo (2001-2002), en su actual tarea se ha encargado de atender a los niños de preescolar y formar a sus colegas de trabajo. Además, junto con ellos ha elaborado un plan de estudios para el nivel inicial -unas 700 hojas-, que ha sido transmitido también a otras escuelas e, incluso, a la Escuela Normal de Tarija.

Estudió docencia en Suiza.

Voluntaria desde 1987 de E-changer.

En 1990 forma mujeres en el campo en Tarija, Bolivia.

Obligada por las críticas a esa labor de empoderamiento de la mujer, inicia en 1996 la formación de educadoras de guardería con cursos de medicina natural para que las guarderías tuviesen un botiquín.

En 2000 inicia su proyecto de escuela Creciendo.

La directora de Creciendo ocupa sus fines de semana aún en cursos para mujeres sobre medicina preventiva, derechos de la mujer y valores educativos.

Desde hace 13 años, a través de ella, un grupo de 15 normalistas reciben 30 dólares al mes de varios donadores del cantón suizo de los Grisones para cubrir sus estudios.

Estos “padrinos” fueron voluntarios en Bolivia de la organización Intertiem.

Los beneficiados asisten a cursos extraordinarios con Pittet para transmitirles el valor de la enseñanza.

Tarija es una ciudad de unos 80.000 habitantes ubicada en el sur de Bolivia, cerca de la frontera con Argentina.

De acuerdo al reciente informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la tasa de desnutrición crónica en Tarija es del 16,7%.

El departamento tiene alrededor de 7.288 niños menores de cinco años en condición de desnutrición crónica.

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