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Éxito de Alternativa para Alemania con una campaña de extrema derecha

Alexander Gauland, líder del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), se dispone a comparecer ante la prensa el 26 de septiembre de 2017 en Berlín afp_tickers

Alternativa para Alemania (AfD) obtuvo un espectacular crecimiento en las elecciones legislativas del domingo, tras una virulenta campaña que lo muestra ante la opinión pública como un partido de extrema derecha.

El calificativo de extrema derecha tiene una connotación especialmente vergonzante en un país atormentado por su pasado nazi y que se reconstruyó tras la Segunda Guerra Mundial con la promesa de que «nunca más» tendría un régimen como el del Tercer Reich.

La AfD, creada en 2013, no es considerada un partido de extrema derecha por los servicios de inteligencia interior, que vigilan a los movimientos ultraderechistas y publican cada año un informe sobre ellos.

En su definición oficial, el ultraderechismo en Alemania se aplica sobre todo a los neonazis y a los grupúsculos que gravitan a su alrededor.

En el último informe de los servicios de inteligencia, se sitúa en la extrema derecha al Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD), que tiene un puñado de cargos locales, así como a grupúsculos como Tercera Vía y La Derecha.

Pero, la AfD, que no define claramente su lugar en el espectro político, aunque muestra su afinidad con el partido ultraderechista austriaco FPÖ, ha sido durante mucho tiempo difícil de definir.

El movimiento comenzó con un programa contrario al euro y crítico con los planes de ayuda a países de la zona euro como Grecia.

Su electorado atraía entonces a los votantes más conservadores del partido de Angela Merkel (CDU), decepcionados con el rumbo centrista de su política.

– Radicalización –

Los primeros dirigentes del partido fueron sustituidos en 2015 por otros responsables, entre ellos Frauke Petry, que convirtieron a la AfD en un partido antinmigración y antislam, sobre todo después de que Merkel abriera las fronteras a más de un millón de demandantes de asilo en 2015 y 2016.

Los medios alemanes y la mayoría de los politólogos empezaron entonces a describir el partido como un movimiento de derecha populista.

Pero, durante la campaña de las elecciones legislativas celebradas la víspera, la AfD se fue radicalizando poco a poco bajo el impulso de una corriente extremista.

Al contrario de lo ocurrido en Francia con el Frente Nacional (FN), no intentó ampliar su electorado con una estrategia de «desdiabolización».

La formación ni siquiera respetó el consenso de los políticos alemanes sobre la necesidad de arrepentirse de los crímenes del Tercer Reich.

Un dirigente del partido, Björn Höcke, criticó la construcción de un monumento a las víctimas del Holocausto en el centro de Berlín. Un «monumento de la vergüenza», según él.

El líder de la AfD, Alexander Gauland, exmiembro de la CDU, fue aún más lejos al animar a los alemanes a sentirse orgullosos de la actuación de sus soldados durante la Segunda Guerra Mundial.

Y los seguidores del movimiento tachan a Merkel de «traidora a la patria».

La radicalización de la AfD ha sido tan drástica que Frauke Petry, partidaria de una retórica dura, renunció el lunes a ocupar su escaño en el futuro grupo parlamentario del partido, tras denunciar las últimas declaraciones extremistas de Gauland.

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