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Ayuda al ‘desexilio’ afgano

Una de las escuelas del Doctor Theo Locher en Pakistán. swissinfo.ch

Las fuerzas de paz entran al país. Derrocados los talibán, comienza el regreso masivo de exiliados. Un maestro suizo preparó a 10 mil jóvenes para el retorno

En 1987, con 65 años de edad y su carta de jubilado en la mano, el doctor Theo Locher consideró que era ridículo retirarse justo cuando tenía más experiencia. Con apenas un par de direcciones, pero con una gran fuerza de ánimo, se aventuró entonces en los campos paquistaníes de refugiados afganos, en donde abrió una primera escuela para cien alumnos.

Creó entonces la organización no gubernamental ‘Entraide aux Réfugiés Afghanes’ que, con el apoyo de particulares, ha instrumentado una red de apoyo para los afganos exiliados en Pakistán y entretejido cadenas de solidaridad para la autoayuda de la población expatriada.

En 14 años de lucha constante, el institutor ha establecido 17 escuelas, incluido un Centro de Formación en Administración y Economía. Por sus aulas han desfilado 10mil jóvenes que se prepararon para contribuir a la restauración de un país severamente castigado.

¿Qué movió a ese profesor de Economía, Matemáticas y Geografía, artífice de la Fundación Suiza de Parasicología, a desplazarse a tierras inhóspitas para continuar su vocación de servicio? En entrevista con swissinfo, el catedrático responde a la interrogante.

Obligados a ayudar

“Nosotros, en Suiza, vivimos en un país libre, sin la presencia de un ejército extranjero. Gozamos de muchos derechos y contamos con lujos. Estamos obligados entonces a ayudar a aquellos que no disponen de esas ventajas”.

La elección de la población afgana desplazada se produjo casi por azar.

Theo Locher había asistido en París a una exposición sobre las condiciones de vida en los campos de refugiados en Peshawar. La visión lo conmovió y decidió que esos desterrados tenían que formarse para reconstruir una patria que tarde o temprano les vería volver. Desde entonces, su empeño ha sido el de instruir a esos obligados peregrinos, pero su esfuerzo no quedó ahí.

Con el paso del tiempo sus actividades solidarias franquearon las fronteras afganas y sorteando las prohibiciones del régimen talibán, el profesor suizo se las arregló para que unas 150 institutrices dieran clases de lectura, escritura, cálculo, religión e higiene, en sus propios hogares.

Sus planes de trabajo se ensancharon también para proporcionar a huérfanos, viudas y mutilados una forma de sustento. A estos últimos les proporcionó lecciones de costura y de bordado. Entre ellos ha distribuido máquinas de coser y planchas. También reparte insumos básicos (té, azúcar, arroz, jabón e inclusive algunas sumas de dinero entre los desfavorecidos) y colabora en una casa para la rehabilitación de drogadictos.

Una voz en el desierto

“Al día siguiente de firmar el contrato para mi primera escuela, me llevaron a un lugar y me dijeron: aquí podrá establecer su escuela. El metro cuadrado era gratuito, era el desierto”. Inquieto en principio por el calor sofocante de la región, el mentor puso manos a la obra.

Faltaban aún los muros para circundar el edificio y no se habían instalado los sanitarios cuando en las aulas comenzaron las lecciones. Tal era el entusiasmo por aprender. Logró erigir dos edificios más y contaba ya con 18 clases; sin embargo, su esfuerzo resultaba siempre insuficiente.

De acuerdo con cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hasta el 10 de septiembre pasado había en Pakistán dos millones de desplazados afganos, un millón 200mil de entre ellos se encontraban en los campos.

Con una demanda infinita, pero con recursos limitados, había que hacer prueba de creatividad. Así sucedió. Las nuevas escuelas se establecieron bajo tiendas de campañas en las que los colegiales recibían cátedra sentados en tapices. La estrategia permitió incrementar el alumnado.

La inquietud de la asepsia

Desde un principio y hasta la fecha, el esfuerzo didáctico del institutor se produjo en paralelo a una preocupación fundamental: la de la higiene. Las infecciones en los ojos, en los pulmones y la disentería, sentaban sus reales entre esos obligados nómadas en tierra ajena.

“Había que cambiar los hábitos de un pueblo. Se dice que eso dura generaciones. Me dije: tengo 65 años y no puedo esperar generaciones”. Así es que con una severidad extrema, y con la ayuda del agua y el jabón, instrumentó la práctica rigurosa de controlar la limpieza de los escolares y de las instalaciones educativas.

En los primeros años, él mismo ayudaba a sacudir los tapices, inspeccionaba las instalaciones sanitarias y revisaba la pulcritud de las manos de los chiquillos. Les conminaba a extender esas prácticas entre sus familias.

En fechas más recientes, ese profesor que tiene ahora 80 años y que logró financiar sus programas de ayuda con la solidaridad de particulares, mediante campañas de información que él mismo realiza dos veces por año, tuvo que limitar su control a la lectura de los informes que le envían desde Pakistán a donde se desplaza ya sólo una vez por año.

Sus funciones incluyen todavía la ardua tarea de telefonear y escribir cientos de cartas (tiene 850 direcciones) para solicitar el apoyo financiero de sus benefactores. Recibir el correo en su dirección de Zollhausstrasse 57a, 2504 en la ciudad de Biel (cantón Berna), agradecer las ayudas.

La ofensiva antitalibán

El cierre de las fronteras paquistaníes, tras los atentados del 11 de septiembre contra blancos estadounidenses, bloqueó las operaciones de ayuda al interior de Afganistán. Al mismo tiempo, esa medida incrementó las necesidades con las nuevas oleadas masivas de desplazados.

Ahora, cuando el esfuerzo de Locher se traduce en 11 escuelas primarias y secundarias, 5 bachilleratos y un colegio de Administración y Economía (con una población escolar de 6.370 estudiantes), amén de cursos y ayudas directas para centenares de huérfanos, viudas y mutilados, la caída de los talibán abre las puertas del retorno a los exiliados.

“Yo quisiera que los jóvenes esperaran a concluir el año escolar (en mayo), pero los padres desean volver de inmediato”, comenta el doctor Locher.

Llegó el momento en que esos miles y miles de afganos, que cruzaron por sus aulas con el objetivo de forjarse un mejor mañana bajo su propio cielo, pongan en práctica sus conocimientos y se den a la tarea de rehacer una patria devastada por años de invasión, represión, sequía y hambruna.

Marcela Aguila Rubín

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