
Del cine mudo a la IA: la evolución del séptimo arte en el Festival de Locarno

El Festival de Locarno combina tradición e innovación: junto a su retrospectiva de clásicos restaurados, la programación de este año destaca películas contemporáneas que experimentan con nuevos medios y formatos más allá de la cámara cinematográfica.
Cada año, el Festival de Locarno se convierte en escaparate de las películas más audaces y originales del cine actual. Sin embargo, también mira al pasado: su retrospectiva anual y la sección Historie(s) du Cinéma, centrada en restauraciones recientes, permiten recorrer la historia del cine y ver cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo.
En esta edición, la innovación también se encuentra en las películas mismas. Algunas reflexionan sobre la llegada de nuevos medios, como la televisión, mientras que otras experimentan con formatos y dispositivos distintos a la cámara tradicional, demostrando que el cine sigue reinventándose.
El silencioso Oeste
El Festival comenzó con los inicios del cine. En la sala Palexpo se proyectó The Winning of Barbara Worth, dirigida por Henry King, con un acompañamiento musical compuesto por Neil Brandt e interpretado en vivo por la Orquesta della Svizzera italiana. Definida por Giona A. Nazzaro, director artístico del festival, como «uno de los primeros westerns feministas», la película narra la historia de Barbara, una joven adoptada por Jefferson Worrth, quien intenta irrigar el desierto para alimentar a la comunidad. Al mismo tiempo, dos hombres se disputan su afecto, uno de ellos interpretado por Cary Grant en su primer papel protagonista.
Más allá de la nostalgia por el cine de los años veinte, la película de King mantiene su vigencia al explorar temas que aún hoy son de actualidad: la ambición desbordada, la necesidad de reconectar con la naturaleza y la centralidad del cuidado para preservar la vida.
La televisión en technicolor
Dentro del Festival de Locarno, la sección más destacada para repasar la historia del cine es la retrospectiva Great Expectations: Post-War British Cinema 1945-1960, curada por Ehsan Khoshbakht.
Entre sus más de cuarenta películas, Simon and Laura, de Muriel Box, muestra la influencia que tuvo la aparición del televisor para la sociedad británica. Un matrimonio, en apariencia perfecto, protagoniza un reality show que sigue su vida semana a semana. Sin embargo, en la vida fuera de las pantallas la relación está en crisis permanente.
La película ofrece una mirada crítica y mordaz al medio que le quitó protagonismo al cine. La capacidad de engaño que tiene la televisión se refleja en cómo el programa genera situaciones absurdas y lejanas a la vida de la pareja, como el momento en el que adoptan un niño para resolver sus problemas. Frente a un medio que manipula la realidad y reúne a familias enteras ante una pantalla en blanco y negro, Box responde resaltando la grandeza del cine: su película está filmada en formato ancho y technicolor.

La copia en 35 mm que se proyectó en el Gran Rex provocó la risa del público, confirmando que, setenta años después, el cine sigue sin perder la batalla.
La resistencia del MiniDV
Por otro lado, más allá de esta revisión histórica, tres películas de la Competencia Internacional dan cuenta de la evolución del arte cinematográfico a partir del uso de diferentes formatos. Tal es el caso de With Hasan in Gaza, la más reciente película del cineasta palestino Kamal Aljafari. La película compila tres cintas de MiniDV del 2001. La cámara de vídeo recorre las calles de Gaza en la búsqueda que el protagonista realiza de un compañero suyo con Hasan, un guía local.
El formato de vídeo hace que haya un seguimiento inmediato, sin cabida a la puesta en escena o la planeación de lo que aparece en pantalla. Esto, por una parte, es acaso la única forma de poder registrar en un territorio casi destruido por la invasión israelí.
Por otra parte, la grabación en MiniDV capta la belleza en una serie de gestos espontáneos y de atardeceres inmaculados. Dentro de estos gestos hay uno en concreto que se repite a lo largo de estas cintas: cuando los adultos se percatan de la cámara piden que no se les grabe. Sin embargo, cuando los niños son los que se dan cuenta quieren aparecer una y otra vez, como si fuera uno más de sus juegos. Sus sonrisas llenan la pantalla con ternura. Es como si ellos tuvieran la intuición de que en esas cintas radica la capacidad de preservar la memoria de su alegría y que, a su vez, la evidencia de esa alegría será una fuente de esperanza futura en tiempos donde parece no haberla.

La poesía del píxel
En el terreno de la exploración con formatos, Dry Leaf, el último largometraje del cineasta georgiano Alexander Koberidze, está completamente grabado con la cámara de un celular Sony Ericsson. La película es una demostración de que, sin importar el dispositivo con el que se registre, es indispensable lograr una composición precisa de las imágenes y es posible enarbolar un relato sumergible. Tras la desaparición de Lisa, una periodista deportiva, Irakli, su padre, decide ir a buscarla, recorriendo todos los campos de fútbol que pudo haber visitado.
Las imágenes son un tanto nebulosas, Koberidze aprovecha la leve cuadriculación que generan los píxeles en la imagen y la tenue bruma que se provoca con el movimiento para dibujar bellos paisajes impresionistas. Así, en tres horas, estos paisajes despliegan una serie de tonos ocres, anaranjados y grises. Pocas películas han estado tan próximas a la pintura del inglés J.M.W. Turner como ésta.

La búsqueda de Lisa está acompañada por una dulce música compuesta por Giorgi Koberidze, hermano del director. Los diálogos y el uso de la voz son mínimos, lo que privilegia la poesía de las imágenes, al punto que por momentos parece olvidarse que fue lo que causó el viaje.
La cámara de Sony Ericsson es una herramienta de captura de imágenes más de cien años posterior al cinematógrafo. Sin embargo, hoy en día ya es algo “viejo” en comparación al desarrollo que han atravesado las cámaras de celulares en alta definición, las cuales buscan la nitidez a toda costa. Ante esto, Koberidze explora las posibilidades de lo borroso. En algún momento, realiza un zoom al paisaje y este se convierte en una mancha naranja, no hay nada discernible, pareciera como si estuviéramos viendo las células de nuestro organismo. Los píxeles son una forma de expandir nuestra mirada.
El vampirismo de la IA
Dentro de toda esta evolución tecnológica, la última parada es la Inteligencia Artificial (IA). En Drácula, el cineasta rumano Radu Jude utiliza la figura creada por Bram Stoker para hacer una alegoría del capitalismo, el cine y la inteligencia artificial. Excesiva e inabarcable, la película acompaña al Dr. A.I. Judex, alter ego del director, que intenta hacer un guión con ayuda de la inteligencia artificial.
Más allá de ser una apología o una sátira de la IA, Drácula condensa la historia del cine. Hay un momento en el que fragmentos de Nosferatu, la película de F.W. Murnau aparece en pantalla. Como parte de la reflexión del cine silente, Jude se vale del uso de intertítulos para avanzar el relato. El Dr. A.I. Judex le pide a la Inteligencia Artificial que haga una película muda, el resultado es una película como las de Jude, solamente que sin diálogos, algo distante al estilo de Murnau y sus contemporáneos.
En Drácula desfilan referencias y nombres de directores. Por ejemplo, hay una clínica de rehabilitación en la que, según cuentan, Steven Spielberg se internó a ver películas de John Ford. En un filme repleto de falos creados con IA no es de sorprender que la concepción de la historia del que tiene el rumano sea sólo de nombres masculinos.
Sin embargo, hay una capacidad de pensamiento crítico, de invención y de formulación de preguntas que es propiamente humana, que resulta difícil que la Inteligencia Artificial pueda imaginar. Así lo demuestran todas estas películas, las cuales dan cuenta que, sin importar el dispositivo con el que se registren las imágenes, se puede hacer una obra que expande y complejiza nuestra manera de entender el mundo. El arte cinematográfico se trata de eso y el Festival de Locarno lo tiene claro.

Editado por Eduardo Simantob / Carla Wolff.

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