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En Suiza, las terapias de conversión siguen causando estragos

personas reunidas con una bandera gay en medio
Las personas que han recibido terapias de conversión reciben apoyo en Antenne LGBTI Genève, una organización que busca reconciliar a la espiritualidad y las minorías sexuales, o de género. Thomas Kern/swissinfo.ch

A diferencia de muchos países, Suiza se niega a prohibir las terapias de conversión que pretenden “curar la homosexualidad”. A menudo practicadas detrás de las puertas de las iglesias evangélicas, estas terapias aún existen. Algunas víctimas narran el lento proceso de recuperación que vivieron.

“Estaba de rodillas, en medio de un círculo de personas, todos gritaban para sacar de mí al demonio de la homosexualidad. Algo tenía que producirse para que se detuvieran. El agotamiento psicológico terminó por hacer correr lágrimas por mis mejillas. Para ellos, ésa era la señal de que estaba curado”. Mario, de 29 años, cuenta con aplomo las numerosas terapias de conversión a las que se sometió entre 2009 y 2014.

De origen libanés, el joven llegó a los 13 años a Ginebra. Siendo el único varón de los cinco hijos de una familia, las expectativas de sus padres sobre él eran muy altas. Profundamente religiosa, la familia de Mario asiste a una Iglesia Evangélica Libre en Ginebra. “En nuestra cultura no se acepta la homosexualidad”, explica el joven.

Pese a vivir en este contexto, Mario decidió contarles a sus padres sobre su homosexualidad a la edad de 16 años. “Les dije: ‘Soy gay, pero no se preocupen: yo lo arreglo”, dice. El adolescente se comprometió entonces a cambiar y a buscar ayuda en el medio evangélico ginebrino. Se sometió a sesiones de exorcismo, grupos de discusión, ayunos, y le propusieron una amplia gama de prácticas que prometían “curar su homosexualidad”.

“Tenía un enorme sentimiento de culpa, de desprecio e incluso de odio hacia mí mismo”

Mario

Al principio, Mario creyó en ello y aceptó incluso compartir su testimonio sobre su paso por la iglesia. Sin embargo, pese a las oraciones en torno a él se dio cuenta que su orientación sexual no había cambiado. “Experimentaba un enorme sentimiento de culpa, de desprecio y hasta de odio hacia mí mismo”, describe. Su equilibrio se rompió, dejó de salir de casa y desarrolló pensamientos suicidas. “Me había convertido en un zombi”, resume.

Mario
Mario, de 29 años, quien participa en encuentros temáticos de Antenne LGBTI Genève, experimentó varias terapias de conversión entre 2009 y 2014. Thomas Kern/swissinfo.ch

En 2014, extenuado, Mario decidió finalmente dejar el mundo evangélico. Inició entonces un lento trabajo de reconstrucción. “Hoy acepto mi orientación afectiva, pero perdí mucho tiempo. Tengo que aprender a amarme y autorizarme a vivir mi vida sentimental”, dice.

La Confederación se niega a legislar

Muchos países comienzan a prohibir las terapias de conversión, ampliamente repudiadas por la ciencia y comparadas con actos de tortura por un experto independiente de las Naciones UnidasEnlace externo. Brasil, Argentina o Malta ya dieron el paso desde hace años. Más recientemente, Alemania, Canadá y Francia también han adoptado prohibiciones.

En Suiza, la libertad religiosa es un derecho fundamental garantizado por la Constitución Federal. El grupo religioso con mayor representación es la Iglesia Católica Romana, profesada por más del 34,4% de la población, seguida por la Iglesia Evangélica Reformada (22,5%). Las dos comunidades religiosas están reconocidas por el derecho público, excepto en los cantones de Ginebra y Neuchâtel. El 6% de la población pertenece a otras comunidades cristianas, entre las que se encuentran los Movimientos Evangélicos Libres.

Suiza se resiste a seguir la tendencia internacional. Algunos cantones han decidido legislar, incluidos Ginebra, Vaud y Berna. Sin embargo, el trato sufrido por Mario aún no está formalmente prohibido a nivel nacional, aunque así lo reclaman varias iniciativas parlamentarias que aún no han sido tratadas.

Hasta ahora, el Gobierno ha considerado que la legislación vigente es suficiente para prevenir este tipo de abusos, ya que prohíbe la imposición de tratamientos a una persona menor de edad sin su consentimiento (art. 19c al. 2 CCLEnlace externo).

Acompañar, sensibilizar y prohibir

El caso de Mario está lejos de ser aislado. En su caso encontró apoyo en Antenne LGBTI GenèveEnlace externo (lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales) de la Iglesia protestante, una plataforma de información e intercambio en torno a la religión que busca apoyar a las minorías sexuales y de género. El grupo recibe a personas que se han sometido a cualquier tipo de terapia de conversión.

En Suiza, son miles las personas afectadas por este tipo de terapias. Pero se trata de un fenómeno imposible de cuantificar con precisión, dice Adrian Stiefel, jefe de Antenne LGBTI Geneve, porque las organizaciones encubren su verdadero objetivo con otros nombres. Por ejemplo, ofrecen cursos o grupos de discusión para encontrar una sexualidad saludable.

Adrian Stiefel vivió una experiencia de este tipo: “A los 19 años, viajé a los Estados Unidos en donde me sometí una semana a una ‘terapia de liberación de trastornos sexuales y de identidad’ con un pastor-psiquiatra. Este último mezclaba oraciones, exorcismos y análisis”.

Adrian Stiefel
Adrian Stiefel, jefe de Antenne LGBTI Genève, vivió una terapia de conversión cuando tenía 19 años. Thomas Kern/swissinfo.ch

Hoy acompaña a otras víctimas y realiza activismo en favor de la prohibición de toda práctica encaminada a modificar la orientación sexual o la identidad de género. Pero en su opinión, no será suficiente con legislar sobre el tema. El verdadero problema, considera, es que la mayoría de las personas ingresan a estas terapias de forma voluntaria porque han aprendido que la homosexualidad es algo malo. “Hay que considerar el adoctrinamiento y la presión de la comunidad”, dice.

Por ello, Adrian Stiefel también lucha para que exista simultáneamente un apoyo directo a las personas involucradas y un esfuerzo por concienciar a las comunidades de las que forman parte. “Debemos dialogar con las instituciones que ofrecen estas terapias para que abandonen sus prácticas, una prohibición no impedirá, por ejemplo, que un pastor ore con un joven en su consultorio para que se vuelva heterosexual”, destaca.

“Yo estaba convencido de que iba a cambiar”

La historia de Isaac de Oliveira, de 25 años, muestra cuán insidiosas pueden ser estas prácticas de reconversión. El joven creció en el Valais, un cantón suizo conservador, en donde asistía a la Iglesia Evangélica Libre. A los 15 años se enamoró de un chico y se lo confió a un consejero cristiano del campamento. “Me dijo que estaba mal y que Dios no había planeado eso para mí”, narra.

El adolescente puso fin a su primera relación y decidió luchar contra su homosexualidad, porque la consideraba como un pecado.  El párroco de su iglesia se reunió varias veces con él en su oficina.  “No me prometió una cura, pero analizó de inmediato mi situación. Sentía que mi homosexualidad era producto de una ausencia paterna. Oramos juntos”, recuerda. Aquí no hubo exorcismos ni terapias en sentido estricto, pero estos discursos sumergieron al joven en una profunda angustia y atizaron su deseo de convertirse en heterosexual.

“Yo estaba convencido de que iba a cambiar, de que me casaría con una mujer, pero nada de eso sucedió”

Isaac de Oliveira

A los 18 años, por consejo del párroco, se incorporó a los seminarios de la asociación evangélica Torrents de Vie, impartidos en el cantón de Vaud. La organización ofrece apoyo a las personas que han experimentado lo que describe como “descansos sexuales”. Trata a personas homosexuales, pero también de aquellas que han sufrido abusos o que tienen adicción a la pornografía. “Compartíamos nuestras experiencias y esperábamos cambiar”, dice Isaac de Oliveira. Su búsqueda también le llevará a los Estados Unidos, a Nashville, a asistir a una escuela evangélica. Él también se encontrará entonces en medio de un círculo de personas que rezan a Dios para que lo sane.

Issac
Isaac de Oliveira, de 25 años, todavía lucha contra las secuelas de una terapia de conversión. Karla Voleau

“Estaba convencido de que iba a cambiar, a casarme con una mujer, pero nada de eso sucedía y yo pasaba por momentos de duda en los que quería conocer hombres”, dice Isaac de Oliveira. Después de un largo proceso, decidió salir del armario. Su familia lo apoyó. Hoy, no se arrepiente de nada, pero no niega las consecuencias psicológicas de estos acompañamientos. “Todavía tengo que luchar contra los miedos”, dice.

“Una forma de sanción social”

Patrick*, de 39 años, quien desea permanecer en el anonimato, ha trabajado como pastor de jóvenes en una iglesia evangélica y está familiarizado con la doctrina transmitida. Sin haber vivido una verdadera terapia de conversión, él mismo reprimió durante mucho tiempo su homosexualidad. “En el medio evangélico, es una voz de tentación que hay que silenciar”, explica.

Padre de dos hijos, estuvo casado durante 12 años con una mujer. En su rol de pastor, siempre ha evitado abordar el tema de la orientación sexual.

“En el medio evangélico, es una voz de tentación que hay que silenciar”

Patrick*

Durante su divorcio, en 2017, comenzó un proceso de profundo cuestionamiento antes de ir revelando su homosexualidad, de forma paulatina, a quienes lo rodeaban. Desde entonces, su relación con la iglesia se volvió complicada. “Hay una forma de sanción social. Por ejemplo, dejé de recibir invitaciones de otras familias de la comunidad”, señala. Tras realizar publicaciones a favor del matrimonio para todos en las redes sociales también renunció a sus responsabilidades dentro de la iglesia.

A sus ojos, la prohibición de las terapias de conversión solo resolvería una parte del problema, porque son solo la punta del iceberg. Él cree que el verdadero problema radica en el discurso de las iglesias evangélicas. “No hay lugar para la diversidad. El único modelo posible es la pareja heterosexual, incluso el divorcio es mal aceptado”, explica. Para Patrick, la solución debe incluir el cuestionamiento de las propias iglesias evangélicas. “Quizás suceda bajo el ímpetu de la juventud”, confía.

El derecho a la “autodeterminación sexual”

Por el momento, las instituciones involucradas no ven dónde está el problema. La Red Evangélica Suiza (RES) se opone a la prohibición de la terapia de conversión. En un comunicado de prensa, estimó recientemente que una legislación sobre el tema podría “ser contraproducente, ya que limitaría el derecho a la autodeterminación sexual”, pero también de “podría restringir la libertad de religión”.

La RES también considera “que no deben prohibirse medidas que no supongan un problema, como las ofertas formativas o los grupos de debate, en la medida en que las personas participen en ellos de forma voluntaria y sin presiones alguna para reflexionar sobre su identidad sexual desde una perspectiva cristiana”.

*nombre real conocido por el equipo editorial

Las “terapias” que han evolucionado a lo largo de la historia

Las prácticas que buscan modificar la orientación sexual existen desde hace mucho, aparecieron a principios del siglo pasado, según explica el investigador de historia de la Universidad de Lausana, Thierry Delessert. Las terapias de conversión, como se les conoce, han adoptado diversas formas y tenido distintos grados de atrocidad a lo largo de la historia. “Se ha intentado, por ejemplo, hacer injertos del testículo de un hombre heterosexual en un hombre homosexual, administrar tratamientos hormonales o infligir descargas eléctricas a personas”, explica Thierry Delessert.

La versión moderna de estas prácticas se desarrolló en los círculos evangélicos de los Estados Unidos en las décadas de 1950 y 1960. “Mezclan elementos religiosos, una descripción negra de la homosexualidad y se basan en una idea que transmite el psicoanálisis, que afirma que las personas homosexuales están estancadas en una etapa anterior del desarrollo”, explica el especialista en estudios de género. Este tipo de “terapia” transmite el desprecio hacía sí mismo o reflejos de asco con respecto al acto sexual, detalla Thierry Delessert.

Traducido del francés por Andrea Ornelas

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