La violencia étnica en Etiopía, un mal que puede ir a peor con las elecciones
Patricia Martínez
Nairobi, 18 jun (EFE).- Etiopía afronta sus sextas elecciones generales en un clima de incertidumbre que se teme que desencadene una nueva espiral de violencia en una nación donde poderosos grupos étnicos no dudan en cuestionar la legitimidad y políticas del primer ministro etíope, Abiy Ahmed, de la etnia Oromo.
En la división de Etiopía en un Estado federal étnico en 1995, liderado por la élite tigriña del Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT) pese a las constantes quejas de exclusión del resto de grupos, se halla el origen de viejos odios y recelos hoy manifestados en todo su potencial gracias a las reformas democráticas de Abiy, en el poder desde abril de 2018.
Sus deseos de forjar una Etiopía unida, centralizada, bajo los brazos del Partido de la Prosperidad (PP) con el que puso fin al multiétnico Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE) -controlado durante 27 años por el FPLT- no parecen, sin embargo, haberse materializado.
En poco más de tres años, este líder de 44 años ha otorgado una amnistía a miles de presos políticos y permitido el regreso de partidos opositores en el exilio -entre otras medidas-, pero sus políticas han provocado también un aumento exponencial de desplazados, una guerra civil en la región de Tigray que ha depuesto al FPLT como partido gobernante allí y nuevas masacres interétnicas.
«(Abiy) abrió el espacio político, pero no implantó un Estado de derecho. Nunca mantuvo una conversación seria con la oposición», recuerda la periodista etíope Tsedale Lemma, fundadora del prestigioso diario Addis Standard.
«Ha hecho más para embellecer (la capital de) Adís Abeba y construir parques públicos que por abordar algunos de los problemas más urgentes, como la seguridad», añade Tsedale, voz crítica con la guerra desatada por el Gobierno etíope en Tigray.
ATAQUES MORTALES
El hecho de que estos comicios no abarquen todo el territorio nacional, junto al boicot anunciado por partidos nacionalistas oromo -principal etnia de Etiopía- cuyos líderes permanecen presos, podría desencadenar una nueva crisis de violencia en este país de unos 110 millones de habitantes y más de 80 grupos étnicos.
«El hecho de que tanto el Congreso Federalista Oromo (OFC) como el Frente de Liberación Oromo (OLF) no estén concurriendo en estas elecciones debido a quejas de represión gubernamental ha canalizado parte de esa energía de oposición hacia una insurgencia armada en Oromía», explica a Efe William Davison, analista del International Crisis Group (ICG) para Etiopía.
Desde finales de año, el Gobierno etíope culpa al Ejército de Liberación Oromo (OLA, por sus siglas en inglés) -escisión del OLF y designado en mayo organización terrorista- de la masacre de unos trescientos civiles, sobre todo, en la región de Benishangul-Gumuz.
El pasado 23 de diciembre, más de cien personas murieron en un ataque de hombres armados cometido en la zona de Meketel, en Benishangul-Gumuz (oeste). Supervivientes aseguraron que esos asesinatos se basaron en la identidad y fueron contra la etnia Amhara, la segunda más populosa del país.
Cientos de miles de amharas se manifestaron el pasado abril en las calles de varias ciudades y pueblos de la región homónima para protestar contra los ataques selectivos a miembros de esa etnia.
Meses antes, el Gobierno ya aprovechó las protestas desatadas en Adís Abeba y otras ciudades de Oromía tras el asesinato el 29 de junio de 2020 del popular cantante oromo Hachalu Hundessa -en las que hubo más de 200 muertos en choques policiales e interétnicos- para arrestar a unas 9.000 personas, entre ellas a importantes líderes nacionalistas oromos como Jawar Mohammed.
RIESGO DE DESINTEGRACIÓN
A la mortífera tensión en Oromía se suma, por un lado, la guerra civil en curso en Tigray -a raíz de la que EEUU ha acusado al Ejecutivo etíope de actos de «limpieza étnica»-, y por el otro, una creciente puja por el poder dentro del PP que podría amenazar sus bases.
«Las diferencias fundamentales entre segmentos de las comunidades políticas amhara y oromo sobre qué narrativa conforma el pasado etíope así como sobre el sistema federal multinacional, en parte un producto de esa historia, también crean facciones dentro del partido gobernante», alerta Davison.
Unas tensiones que se han exacerbado en los últimos siete meses con el conflicto tigriña, en el que Abiy se ha apoyado militarmente tanto en milicias amharas dispuestas a anexionarse la zona occidental de Tigray como en tropas de la vecina Eritrea, ambas acusadas de posibles crímenes de guerra por la ONU.
«El grado de violencia experimentado en Tigray hace difícil imaginar una pronta reconciliación entre el TPLF y el oficialista PP, entre líderes tigriña y federales o entre las poblaciones de Tigray y de la vecina Amhara», concluye el experto.
«Aunque afortunadamente queda un largo camino por recorrer hasta que se pueda hablar de una desintegración real de Etiopía», país cuya Constitución reconoce no sólo el derecho a la autodeterminación sino también de secesión de sus diez regiones, «existen motivos de gran preocupación respecto al futuro etíope», vaticina Davison. EFE
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