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“Sigue siendo la ‘querida vieja Inglaterra’, aunque sin mucho poder o influencia”

Un hombre y un rebaño de ovejas
Condado de Dorset, Inglaterra, 1970. John Tarlton / Getty Images

Durante décadas Gran Bretaña y Suiza han tenido en común una relación conflictiva con Europa. Los debates sobre el Brexit en Londres y el acuerdo marco con la UE en Berna son los ejemplos más recientes. Sin embargo, desde los años 60, a la hora de enfocar el proceso de integración europea, ambos países han seguido caminos diferentes.


“[…] La idea que los británicos tienen de sí mismos es muy extraña. Consideran que el país y el pueblo de Gran Bretaña son únicos, superiores al resto de los pueblos y regiones del mundo. La percepción de su relación con Europa, en particular, está distorsionada (a pesar de confirmar su pertenencia a la Comunidad Europea en un referéndum reciente). La población inglesa no ha aceptado la tesis de Arnold Toynbee y Winston Churchill, que explica una verdad tan evidente. A saber: que Inglaterra siempre ha sido una parte integral e inevitable de Europa, y sigue siéndolo hasta nuestros días. Ese rechazo profundamente arraigado de considerarse como uno de los muchos pueblos europeos, es tanto más paradójico cuanto que en Inglaterra las virtudes y las debilidades del modo de vida europeo se han conservado mucho mejor y más claramente que en los países más o menos “americanizados” de la Europa continental occidental. […]”

Informe del embajador suizo en Londres, Albert Weitnauer, sobre la situación política en Gran Bretaña, 15 de diciembre de 1975

Al final de su informe el embajador Albert Weitnauer tuvo que admitir que tras una estancia de cinco años en Londres había acabado por comprender y apreciar “a este pueblo inglés, profundamente amable”. A sus ojos, siempre fue la “querida vieja Inglaterra” (“merry old England”), incluso si en aquel momento el país se encontraba “sin mucho poder o influencia”.

A pesar de ello, este diplomático suizo, que estaba a punto de abandonar la capital británica para asumir en Berna el cargo de secretario general del Departamento de Política Federal (el futuro Departamento Federal de Asuntos Exteriores DFAE), no eludía las contradicciones de un país con un glorioso pasado imperial y un presente marcado por una situación económica difícil y una relación en oposición a Europa.

Dos hombres en una sala
Albert Weitnauer (a la izquierda) con el ministro de Asuntos Exteriores suizo Pierre Graber en la embajada de Suiza en Londres en febrero de 1972. Keystone

Dos años antes Gran Bretaña había abandonado la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) –de la que en 1960 había sido miembro fundador con SuizaEnlace externo– para unirse a la Comunidad Económica Europea (CEE). Esta adhesión, no obstante, viene acompañada de fuertes convulsiones políticas: los laboristas (que llegan al poder en 1974) renegocian el acuerdo con la CEE y lo someten a referéndum al año siguiente. El resultado es muy distinto al del Brexit en 2016: en 1975, el 67,2% de los ciudadanos británicos aceptó permanecer en la Comunidad Europea.

Por el libre comercio

Después de aquella votación de 1975, los caminos de Gran Bretaña y Suiza en el proceso de integración europea se separan claramente. Franziska Ruchti, colaboradora de los Documentos Diplomáticos Suizos (DodisEnlace externo), recuerda que en el pasado “los caminos de los dos países se habían cruzado varias veces”.

Este artículo forma parte de una serie dedicada a las “Historias de la diplomacia suiza”, en colaboración con los Documentos Diplomáticos Suizos (Dodis). El Centro de Investigación Dodis (instituto de la Academia Suiza de Humanidades y Ciencias Sociales) es el centro de competencia universitario para la historia de la política exterior y las relaciones internacionales de Suiza, desde la fundación del Estado Federal en 1848. (Dodis) Dodis

Sin querer restar importancia al famoso discurso que Winston Churchill pronunció en Zúrich en 1946, en el que el primer ministro británico expresó el deseo de que nacieran los Estados Unidos de Europa (cuidándose de incluir a Gran Bretaña), cabe recordar que a mediados de la década de los 50, Suiza apoyó firmemente la idea inglesa de una gran zona de libre comercio en Europa Occidental.

“Ambos países tenían como objetivo principal una cooperación puramente económica en Europa y se oponían a las estructuras supranacionales”, afirma Franziska Ruchti. El Tratado de Roma de 1957, que da origen a la CEE, obliga a los Estados que se quedan fuera del mercado común a elegir otra opción. El 4 de enero de 1960, Austria, Dinamarca, Noruega, Suecia, Portugal, Reino Unido y Suiza firman en Estocolmo un acuerdo para crear la Asociación Europea de Libre ComercioEnlace externo (EFTA).

Tal y como unos meses antes había indicadoEnlace externo el secretario general del Departamento de Política Federal, Robert Kohli, “Suiza, como no puede adherirse al mercado común, puede elegir entre el aislamiento o la colaboración con los Siete [los Estados que formarán la EFTA]”.  

En el seno de la EFTA, Suiza colabora estrechamente con Gran Bretaña. Los intereses británicos, sin embargo,  no son idénticos a los de Berna. “En el contexto de la descolonización, las razones económicas empujan a Londres a acercarse a la CEE”, señala Franziska Ruchti.

En busca de una alternativa

Ya en julio de 1961, Gran Bretaña inicia las negociaciones de adhesión a la CEEEnlace externo. El cambio de posición de Londres supone, evidentemente, un debilitamiento de la EFTA. Unos meses más tarde, como respuesta, Suiza decide presentar una solicitud de asociaciónEnlace externo a la CEE.

Hombres sentado en torno a una mesa durante una conferencia
Conferencia de ministros de la EFTA en Berna, octubre de 1960. De izquierda a derecha, los consejeros federales Hans Schaffner, Friedrich Traugott Wahlen y Max Petitpierre y el secretario general de la EFTA, Eduard Figgures. Keystone / Hermann Schmidli, Widmer

Las peticiones de Gran Bretaña a la CEE (en 1964 presentó una segunda solicitud de adhesión) se encontraron con los repetidos vetosEnlace externo del presidente francés Charles de Gaulle.  

La situación para Gran Bretaña solo se desbloqueó en 1969, después de la dimisión de Charles de Gaulle, igual que para Dinamarca e Irlanda (que tampoco formaban parte de la EFTA). Estos países se adhirieron a la CEE en 1973, mientras que Noruega rechazó la adhesión en las urnas.  


Mientras tanto Suiza, que durante los años anteriores había explorado su margen de maniobra en varias ocasiones, había firmado un acuerdo de libre comercio con la CEEEnlace externo (julio de 1972). “Suiza se acerca a la CEE de manera indirecta gracias a Gran Bretaña y aprueba este acuerdo de libre comercio, que todavía hoy sigue siendo la piedra angular de las relaciones entre Berna y Bruselas”, explica Sacha Zala, director de Dodis.

Traducción del francés: Lupe Calvo

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