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“Ser útil para Suiza”

Darina Scherban
Darina Scherban, madre de dos hijas de tres y seis años, tuvo que dejar a su marido en la ciudad de Zaporiyia. Daniel Rihs / 13 Photo

“Mi deseo es que los ucranianos nos convirtamos en un recurso útil para el desarrollo de Suiza y de ninguna manera en un problema”, indica una de las cinco refugiadas ucranianas que nos cuentan qué les gusta y qué les extraña de Suiza, su país de acogida.

Según datos de la Secretaría de Estado de la Migración, más de 52 000 refugiados ucranianos estaban registrados en Suiza a finales de mayo, de los cuales casi 7 000 en el cantón de Berna. Entre estos últimos se encuentran Darya Kaysina, Darina Scherban, Natalia Klots, Olga Zhuk y Larisa Verbitskaya. Comparten con nosotros su visión de Suiza.

Larisa
Como colaboradora de organizaciones internacionales en Kiev y Járkiv, Larisa Verbitskaya ya había atendido en su país a refugiados internos del Dombás. Daniel Rihs / 13 Photo

Larisa Verbitskaya, gestora de proyectos de Járkiv

“En Ucrania me dedicaba a la asistencia técnica de proyectos con la Unión Europea y organizaciones internacionales como la ONU. Colaboraba con refugiados internos que se habían desplazado de las regiones de Luhansk y Donetsk. Y ahora soy yo misma una refugiada”, dice Larisa Verbitskaya, de 52 años. La madre de un ingeniero informático de 28 años afincado en California llevaba en su Járkiv natal una vida consagrada al trabajo.

Recuerda muy bien la madrugada del 24 de febrero, cuando una amiga la llamó y le dijo: ‘¡Ha comenzado la guerra!’ “Estaba en ‘shock’, no lo podía creer”, dice la jarkovita que aquel día se encontraba en Kiev por motivos laborales. Cuatro días después, cuando vio pasar un cohete frente a la ventana de su piso, decidió salir de la ciudad en un tren con dirección a Leópolis. Los amigos de su hijo organizaron un punto de encuentro en Moldavia. A partir de ahí, Larisa viajó a Rumanía y Hungría. En Budapest le propusieron venir a Suiza porque “era el país donde se concentraba la ayuda humanitaria”. Se vino a Berna porque conocía a dos profesoras con las que había colaborado antes.

Prevenir los traumas psicológicos

Desde finales de marzo, Larisa participa en proyectos del Ejército de Salvación. “Se trata de suministrar apoyo psicológico a los refugiados y ayudarles con la integración”, explica. “Muchos refugiados ucranianos sufren un síndrome postraumático. La actividad productiva puede ser una medida eficaz para prevenir que los traumatismos se cronifiquen. Por eso participo, para ayudarme a mí misma y a otros.” Últimamente, Larisa intervino como ponente en el Foro Económico Mundial de Davos. Además, organizó en Berna un evento cultural ucraniano al que acudieron más de 200 suizos como invitados.

Ahora vive en casa de una familia en Zollikofen. “La Suiza que conocí en mis viajes de trabajo era muy distinta al país que ahora estoy conociendo. Conocer a un país como turista no es lo mismo que vivir aquí como refugiada”, recalca. No obstante, se siente muy afortunada: “Estoy agradecida por la ayuda que me han ofrecido aquí. No me esperaba que la gente fuera tan abierta. Todo el mundo muestra comprensión por nuestra situación y siente compasión por nosotros. Hay mucha gente que quiere ayudar.”

El sistema político y la historia son los dos aspectos que más le llaman la atención de Suiza. Algo menos le gusta la burocracia: “Ucrania está más avanzada en la digitalización que Suiza”, señala. “Todos los refugiados hemos tenido esa misma experiencia con Postfinance cuando se trataba de abrir una cuenta bancaria.” En su opinión, los bancos ucranianos funcionan mejor y están más orientados al cliente que las entidades helvéticas. “Me gustaría compartir mis experiencias con la gente de aquí, porque creo firmemente que la administración pública y la banca suiza podrían funcionar mucho mejor”, dice la gerente, y añade: “Mi deseo es que los ucranianos nos convirtamos en un recurso útil para el desarrollo de Suiza y de ninguna manera en un problema.”

Darina Scherban huyó con sus dos hijas Diana y Amalia de la región de Dnipró.
Darina Scherban huyó con sus dos hijas, Diana y Amalia, de la región de Dnipró. Daniel Rihs / 13 Photo

Darina Scherban, comerciante de Zaporiyia

Darina Scherban, de 29 años, oriunda de Dnipró y madre de dos hijas de tres y seis años, llevaba una vida tranquila en Zaporiyia. Pero esta tranquilidad se acabó al iniciarse las hostilidades: “Las explosiones nos despertaron a las cuatro de la madrugada”, recuerda. Después del primer susto, la familia decidió trasladarse a Taromske en el área metropolitana de Dnipró. Allí viven los padres de Darina. “Hicimos rápidamente las maletas y nos fuimos ese mismo día”, relata. Cuando tres cohetes impactaron cerca de la casa, sintieron los temblores. “Aquel día decidimos que yo saliera del país con las niñas.” El 12 de marzo, Darina se marchó en tren a Chelm. Después, se trasladó a Lublin y Posnania, antes de pasar por Berlín y Hamburgo.

“Tenía una prima que se encontraba en el Centro federal de asilo de Zúrich. A través de ella me di cuenta de que había menos problemas aquí con la inscripción”, explica sus motivos para venir al país alpino. Tras 17 días de tránsito, llegó el 29 de marzo. Luego se trasladó a un búnker habilitado para refugiados en Lyss. Para registrarse, se desplazó a Berna, donde enseguida le proporcionaron un alojamiento en una casa privada. “Es una familia muy amable con dos hijos. Nos dieron una habitación, me asistieron con los trámites administrativos y me procuraron plazas para mis hijas en una guardería. Incluso me ayudaron a encontrar una vivienda”, dice agradecida.

Ahora está muy contenta

Al principio, Darina tenía dudas sobre si había tomado la buena decisión. “Suiza para mí era un país rico con una naturaleza extraordinaria. Pero tenía miedo de que todo fuera muy caro aquí”, explica. Pero ahora está muy contenta: “Estoy muy agradecida a los suizos. La gente es muy amable y abierta. En general, me gusta mucho este país”, afirma. Pero una cosa le extraña: “En la guardería se ocupan de mis hijas solamente durante dos o tres horas al día, mientras que en mí país las cuidaban durante toda la jornada.”

De momento, un regreso a Zaporiyia queda descartado. “Si Rusia ocupa Zaporiyia, trataré de que mis padres y mi marido vengan para reencontrase conmigo”, contesta a la pregunta sobre sus planes de futuro. Ahora, Darina trata de organizar su vida. Se ha apuntado a un curso de alemán. “Mi intención es aprender la lengua para encontrar trabajo. Si fuera por mí, tomaría el primer empleo que se me ofreciera, pero mi familia anfitriona me aconseja aprender primero el idioma.”

La médica familiar y neumóloga Natalia Klots, de Nicolaiev, vino expresamente a Suiza con su madre porque se lo había aconsejado una amiga. Daniel Rihs / 13 Photo

Natalia Klots, médica de familia y neumóloga de Nicolaiev

También a Natalia Klots le sorprendió la guerra: “Jamás pensé que algo así pudiera ocurrir”, dice resignada esta médica de familia y neumóloga de 33 años. En el mes de marzo, tenía previsto participar en un congreso de medicina familiar en Kiev. Pero dos semanas antes del estallido de la guerra, los invitados extranjeros cancelaron sus viajes. “Decían que era mejor no ir porque la guerra estaba a punto de comenzar. No les daba crédito”, confiesa. Antes de la guerra, Natalia vivía en la ciudad de Nicolaiev con su marido, también médico. Atendía a los pacientes en su consultorio.

La situación cambió repentinamente para Natalia y su esposo cuando una bomba de racimo impactó en el patio, causando destrozos en su casa. “Tuvimos suerte de salir ilesos y de no ser alcanzados por la metralla”, señala. Diez días después preparó las maletas, recogió a su madre y al perro  y salió en automóvil de la ciudad. Tenía claro que quería venir a Berna porque así se lo había recomendado una amiga. Cuando llegaron a Suiza, una conocida rusa les ayudó con los trámites. Tras el obligado paso previo por el Centro federal de asilo, se establecieron en las afueras de Berna en casa de una anfitriona, madre de dos hijas adultas. “Agradezco a Suiza todo lo que nos está ofreciendo, como las llamadas gratuitas a Ucrania. No creo que haya muchos países que nos hayan acogido tan bien como Suiza.”

Gente abierta y acogedora

Su amiga de Nicolaiev le había contado maravillas de Suiza. Por eso, decidió venir aquí. “Había estado en diferentes países europeos, pero nunca en Suiza”, dice. “La realidad confirma la imagen que tenía de este país.” Le encantan los trenes y la puntualidad de los transportes públicos. Pero lo que más adora es la capacidad de los suizos para conciliar la actividad laboral con su vida privada: “Veo que la gente se esfuerza y trabaja, pero que sabe disfrutar de la vida”, subraya. Lo que más le sorprende de Suiza es que las tiendas estén cerradas los domingos. “En mi país, muchos centros comerciales y supermercados están abiertos las 24 horas del día.” Pero a Natalia le parece simpático que los suizos dediquen un día no laborable de la semana a la familia. Ahora, intenta encontrar una vía para ejercer su profesión. “No quiero depender de la asistencia social. Amo mi profesión y necesito ayudar a la gente”, apunta. “Mi esperanza es trabajar aquí en mi profesión y poder reencontrarme algún día aquí con mi marido.”

Olga Zhuk
La jurista Olga Zhuk se protegió del fuego de artillería durante diez días en un búnker privado de un amigo en la localidad de Cherkaska, al norte de Járkiv. Daniel Rihs / 13 Photo


Olga Zhuk, abogada empresarial y arrendadora de Járkiv

Particularmente dura fue la experiencia vivida por Olga Zhuk durante el primer mes de la invasión. Esta jarkovita de 46 años, madre de una hija de 22 y de uno hijo de 20 años, decidió salir de la ciudad para unirse a un grupo de amigos. “Pensé que era mejor compartir el miedo que sufrirlo en solitario”, explica. Se mudó a la casa de un antiguo arquitecto militar en Cherkaska Losova que se había construido su propio búnker antiaéreo. En ese refugio subterráneo instalaron un dormitorio para protegerse contra los ataques aéreos.

En un momento dado, Olga decidió volver a Járkiv. “Me fijé muy bien a qué hora los soldados hacían sus pausas, por qué caminos se podía salir de la aldea sin demasiado peligro y por qué lugares había que transitar para llegar a la ciudad”, recuerda. “Por el camino pasé mucho miedo.” De vuelta en Járkiv, decidió marcharse. A las seis de la madrugada del 26 de marzo llamó un taxi que la llevó a la estación. Luego abordó a un tren de evacuación con destino Leópolis. Dos días más tarde llegó a Zúrich.

“Suiza es un país maravilloso”

Tras su llegada encontró alojamiento en un centro de refugiados de Berna. Su primera intención era reunirse con su hija, que estudia neurobiología en Inglaterra. Por eso solicitó un visado a la embajada británica. Pero como las autoridades tardaron tanto en concedérselo, decidió quedarse y registrarse para obtener el estatus de protección. Cuando a finales de abril los británicos le otorgaron por fin la autorización, ya era tarde. Ya se había mudado a la casa de una joven pareja bernesa. “Trabajan durante el día y nos reunimos por la tarde para la cena y algunas veces por la mañana para el desayuno. Me dieron una habitación”, precisa.

En Suiza se siente muy a gusto. “Es un país maravilloso. Hay poca contaminación atmosférica y el agua es limpia.” Cuando llegó a Berna, le impresionó tanto la ciudad que decidió quedarse: “Es una ciudad preciosa”, dice. Ahora  asiste a clases de alemán, aunque no tiene problemas de comunicación porque domina el inglés. Un regreso a Járkiv es impensable en estos momentos. “Es demasiado peligroso.”

La filóloga Darya Kaysina huyó de los bombardeos en Járkiv junto con su madre y sus mascotas, una gata y una lora gris africana. Daniel Rihs / 13 Photo

Darya Kaysina, filóloga y profesora de Járkiv

“Cuando comenzó la guerra, mi madre se encontraba conmigo en Járkiv, y mi padre en Kramatorsk, aunque tenía previsto venir ese mismo día. En la madrugada del 24 de febrero, lo llamamos. Le dijimos que no viniera, que era demasiado peligroso. Desde entonces no he vuelto a verlo.” Así relata Darya Kaysina los primeros instantes de esta guerra. Esta profesora de 28 años, oriunda de Kramatorsk, llevaba doce años viviendo en Járkiv, capital universitaria de Ucrania desde los tiempos de la URSS. La filóloga se dedicaba a la docencia en la Universidad Nacional Vasili Karazin de Járkiv. Durante cuatro semanas se suspendió toda la actividad académica. “Tuvimos que trasladar los servidores. Una de las universidades de Poltava nos ofreció sus instalaciones”, explica. Ahora, Darya sigue impartiendo sus clases magistrales, pero lo hace en línea desde un piso en el municipio bernés de Gümligen, donde vive con su madre y sus dos mascotas, una gata y una lora gris africana.

¿Por qué eligieron Suiza? “Porque es un país neutral, no es miembro de la OTAN ni de otra alianza militar. El solo hecho de que Ucrania pudiese, hipotética y remotamente, unirse a la OTAN para protegerse mejor, es lo que ha provocado esta guerra”, contesta. “Suiza apoya las sanciones, pero en términos militares sigue siendo neutral. En este sentido, es un puerto seguro.” Darya ya conocía Suiza de una visita turística. “Adoro este país por su naturaleza y la belleza de sus parajes y admiro su sistema político federal.” Le encantaría que Ucrania fuese una democracia como la suiza: “Sinceramente, es un sistema admirable. Suiza es, probablemente, el mejor modelo democrático existente.” El plurilingüismo es otro rasgo llamativo para ella: “Me encanta que Suiza sea un país tan heterogéneo, pero a la vez tan unido. Los suizos hablan idiomas distintos y proceden de culturas diferentes. Pero no se contentan con coexistir como si fueran vecinos distantes. Siento mucha admiración por esta capacidad de unión y ese multilingüismo institucional, sobre todo como filóloga que soy.”

En deuda con su karma

En una reunión de la comunidad ucraniana en Berna organizada en marzo por una asociación de ayuda a los refugiados, Darya entró en contacto con la población local. “Me quedé sorprendida de la cantidad de suizos y berneses que acudieron a la reunión. Se acercaron a nosotros y nos preguntaron cómo podían ayudarnos. Es increíble lo que están haciendo por nosotros”, reitera. “Abren las puertas de sus hogares a personas totalmente desconocidas. Ofrecen incluso sus apartamentos gratis. Nos ayudan con los niños, las personas mayores y los animales y organizan reuniones para facilitar la integración social. En nuestra fe no existe el karma, pero en este momento me siento en deuda con mi karma por recibir tanta ayuda. Trato de encontrar un camino para devolver todo lo que me están dando.”

Este reportaje está dedicado a la memoria de Belén Couceiro

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