¿Está Suiza perdiendo su lugar en el mundo?
Fue una advertencia pública notablemente directa del máximo responsable del mayor banco de Suiza. El mes pasado el presidente de UBS, Colm Kelleher, declaró que Suiza estaba «perdiendo su esplendor» y estaba en una «encrucijada con importantes retos».
Citó como prueba la feroz competencia en la gestión de patrimonios, los aranceles estadounidenses que han afectado a los productos farmacéuticos y otros sectores de exportación, y un entorno normativo que él considera cada vez más desfasado con respecto a los regímenes más liberales.
No es el único. Severin Schwan, presidente del gigante farmacéutico Roche, con sede en Basilea, en una mesa redonda celebrada este mes, advirtió que Suiza se enfrenta a un momento «crítico» y que debería estar «muy preocupada, incluso paranoica», ya que las presiones de la inversión global y la lentitud de la toma de decisiones políticas amenazan su competitividad.
Estas reprimendas por parte de los pilares de su establishment empresarial, en un país que prefiere evitar los titulares mundiales, son una señal de lo incómodo que ha sido este año.
Durante gran parte del periodo de posguerra, Suiza parecía aislada de muchas de las presiones que afectan a sus vecinos europeos. Su descentralizada democracia directa generaba consenso; el franco era una de las monedas más seguras del mundo; sus cimientos industriales y diplomáticos eran sólidos y predecibles.
El año pasado puso a prueba esa sensación de aislamiento. «Suiza ha atravesado crisis a lo largo de los años, pero esta se percibe como especialmente grave», afirma Walter Thurnherr, excanciller y jefe de gabinete del Consejo Federal Suizo. «Existe una incómoda sensación de estar en el patio del colegio, siendo acosados por un alumno de sexto sin que haya ningún profesor presente».
David Bach, presidente y experto en geopolítica de la escuela de negocios IMD, añade: «Este año, la tensión ha venido de múltiples direcciones». Las cuestiones latentes durante mucho tiempo sobre la neutralidad de Suiza y su estancada relación con la UE, que antes se trataban como asuntos secundarios, se han convertido en urgentes e inevitables. Estas dos cuestiones amenazan con desembocar en luchas plebiscitarias altamente polarizadoras.
UBS que —en 2023 en un rescate dirigido por el Gobierno— adquirió su rival Credit Suisse tras su humillante colapso, ahora está en desacuerdo con Berna por las normas de capital que, según señala, amenazan la competitividad del sector.
La confrontación arancelaria con Washington —en la que la Administración Trump impuso el tipo arancelario más alto de todas las economías desarrolladas— ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de Suiza como pequeño Estado sin un bloque económico que lo respalde.
Se sumaron al escrutinio las investigaciones en torno a Klaus Schwab, el destituido director del Foro Económico Mundial, cuya reunión anual en Davos es un símbolo del poder de convocatoria de Suiza. La Ginebra Internacional, esta red de organizaciones internacionales y no gubernamentales, por su parte, ha tenido que lidiar con la reducción de los presupuestos multilaterales y nuevas cuestiones sobre la neutralidad.
Un titular reciente del NZZ am Sonntag, uno de los periódicos económicos más leídos de Suiza, decía: « Suiza por fin ha dejado de ser aburrida, lo que es un indicio claro de una crisis de identidad». Su redactor jefe, Beat Balzli, advertía del «endurecimiento verbal» del debate público como otro síntoma de una sociedad que de repente se siente insegura de su rumbo.
Se han sumado al malestar otras cuestiones más idiosincrásicas. El director ejecutivo de Nestlé, Laurent Freixe, y el presidente, Paul Bulcke, dimitieron después de que se hiciera pública la aventura amorosa del primero con una subordinada. En cualquier otro sitio esto habría pasado desapercibido, pero en un país que valora la discreción y la gobernanza corporativa sin dramas, ha sido un sobresalto. Importantes bancos privados suizos, como Julius Baer, han sido el foco de atención por sus fallos en materia de lucha contra el blanqueo de capitales y cumplimiento normativo.
La diplomacia tradicional helvética no estaba preparada para el enfoque transaccional y de la ley del más fuerte del presidente estadounidense Donald Trump. La disputa sobre los aranceles solo se resolvió después de que dirigentes de importantes empresas suizas visitaran la Casa Blanca y obsequiaran a Trump con un lingote de oro y un reloj Rolex, un episodio que chocó con el estilo discreto del país.
«Para nuestro país, que hasta el final de la Guerra Fría entendía la política exterior como una gestión cautelosa y neutral de las relaciones exteriores, esta es una experiencia difícil. Durante décadas, hemos tenido éxito con nuestra “no política exterior”. De repente, el feliz resultado de esto ya no está garantizado», afirma Thurnherr.
Otras personas sostienen que el país ha superado retos similares en el pasado y que volverá a hacerlo. «Considero que muchos de estos incidentes en el ámbito económico y empresarial son más bien incidentes puntuales que dan lugar a titulares llamativos, más que un declive estructural», reconoce el presidente de una importante institución financiera suiza.
Las controversias internas, sumadas a las tensiones en un orden político mundial que había favorecido a Suiza contribuyen, sin embargo, a una percepción más generalizada de que el país está cambiando de rumbo.
«Está el caso de UBS, están los aranceles, está Nestlé, está el Foro Económico Mundial, está el debate cada vez más divisivo en Suiza sobre la UE. Se entiende por qué es un momento en el que se vuelve a cuestionar el sistema suizo», manifiesta Bach.
«Se percibe como algo existencial porque afecta directamente a lo que la población suiza cree que le ha llevado al éxito en el pasado».
Democracia directa
El Estado suizo moderno se creó a mediados del siglo XIX, gracias al compromiso entre cantones con identidades distintas. El poder, en lugar de centralizarse, se descentralizó y en su núcleo se encuentra un sistema inusual de democracia directa.
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Cómo funciona la democracia directa en Suiza
Un gabinete de coalición —el Consejo Federal— supervisa las funciones clave, mientras que los plebiscitos varias veces al año garantizan una amplia legitimidad y mitigan los cambios repentinos, creando una cultura de incrementalismo y previsibilidad. Junto con una economía impulsada por las exportaciones y una mano de obra altamente cualificada, el sistema contribuyó a generar décadas de prosperidad y generó una confianza que ahora se siente inestable.
Con todo, Suiza entra en este período turbulento con fortalezas económicas formidables. Sigue siendo el principal centro mundial de gestión patrimonial transfronteriza, incluso cuando crecen centros rivales como Dubái o Hong Kong. El año pasado los activos gestionados alcanzaron un récord, según la Asociación Suiza Bancaria, que sostiene que el capital sigue fluyendo hacia el país.
«A pesar del colapso de Credit Suisse, Suiza sigue siendo un destino para el capital, lo cual es notable. No se ha tambaleado», dice Michael Pellman Rowland, de Baseline Wealth, una gestora independiente con sede en Suiza y con clientes en todo el mundo, quien señala que ha aumentado el interés de clientes de todo el mundo que buscan trasladar sus activos al país.
«Suiza sigue teniendo la mejor marca como centro financiero. Influyen en ello la fortaleza del franco suizo y de la economía».
Altamente innovadora
Su ecosistema de innovación, respaldado por el instituto tecnológico federal ETH de Zúrich y otras universidades, rivaliza con el de economías mucho más grandes. El sector de la fabricación tiende a especializarse en nichos de precisión y alto margen que pueden absorber los elevados costes laborales y ayudar a aislar las exportaciones de Suiza de las fluctuaciones monetarias. Los servicios públicos están ampliamente considerados como unos de los mejores del mundo.
La inflación y el desempleo siguen siendo bajos en comparación con los estándares mundiales; la diferencia en la inflación acumulada desde 2019 entre Estados Unidos, el Reino Unido y la zona euro, por un lado, y Suiza, por otro, supera los 20 puntos porcentuales. El franco suizo ha sido la moneda con mejor rendimiento en múltiples horizontes.
El país también tiene un largo historial de reinvención. La «crisis del cuarzo» que comenzó en la década de 1970 obligó a la industria relojera del país a reconstruirse; el fin del secreto bancario en 2018 impulsó un cambio hacia la gestión patrimonial basada en el asesoramiento; el aumento de los costes laborales y monetarios empujó a los exportadores a nichos difíciles de replicar.
«A nivel corporativo y desde una perspectiva empresarial, Suiza ha demostrado una y otra vez que podemos adaptarnos a la presión. Tenemos excelentes líderes empresariales y emprendedores», afirma Philipp Hildebrand, vicepresidente de BlackRock y antiguo presidente del Banco Nacional Suizo.
«Basta con fijarse en la apreciación de la moneda: han sabido reaccionar con agilidad a la presión del franco en alza y, a día de hoy, nuestras exportaciones siguen siendo fuertes y nuestras empresas competitivas».
Resiliencia
Esta opinión —que Suiza fundamentalmente es resiliente— sustenta gran parte de la reacción ante la turbulencia corporativa del año. Aunque la disputa de UBS con el Gobierno ha sido inusualmente pública, se espera que se resuelva finalmente mediante la negociación y hay poca duda de que, a pesar de las especulaciones sobre el traslado de su sede, UBS seguirá siendo fundamental para la arquitectura financiera del país.
El escrutinio del Foro Económico Mundial y las preguntas sobre el cumplimiento normativo en bancos privados, como Julius Baer, han resultado incómodos, pero no se consideran pruebas de una erosión del sistema. Los retos de la Ginebra internacional reflejan presiones más amplias sobre las instituciones multilaterales globales.
A esta sensación de lastre institucional se suma la democracia directa. El rechazo decisivo el mes pasado de un impuesto de sucesiones del 50 %, propuesto por parte la izquierda política, subrayó la tendencia del electorado hacia el pragmatismo.
Han resultado polémicas varias consultas populares. En 2009, el país votó a favor de prohibir que se construyan minaretes en las mezquitas, mientras que un plebiscito muy esperado el año que viene pretende limitar la población a 10 millones de habitantes. A pesar de las críticas de que dicha política sería perjudicial para la economía, cuenta con gran apoyo público.
«Pero al final, todo el mundo tiene voz y voto, y la población suiza tiene un fuerte sentido de lo que es mejor para el país», observa Peter Maurer, antiguo diplomático suizo y expresidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, con sede en Ginebra. «Creo firmemente en la resiliencia de nuestro sistema democrático».
No obstante, señala que esa claridad se debilita cuando Suiza mira hacia el exterior. «Cuando nos enfrentamos a la política de poder internacional y a la defensa estricta de los intereses nacionales, la pregunta es: ¿qué ocurre aquí y qué hacemos para evitar hundirnos?».
En este contexto es donde tuvo tanta repercusión el episodio de los aranceles. Para mucha gente del mundo empresarial y gubernamental, demostró la rapidez con la que ahora pueden penetrar las crisis externas en el ecosistema nacional suizo, anteriormente aislado, y desmontar las hipótesis que habían sustentado su éxito durante mucho tiempo.
Cuando Washington impuso a los productos suizos —desde relojes hasta chocolate y maquinaria— un arancel del 39 %, los actores públicos y privados reaccionaron rápidamente. El desacuerdo inusualmente abierto sobre la estrategia marcó una desviación de la tradicional coordinación silenciosa de Suiza. Los cantones orientados a la exportación presionaron para lograr mayor alineación con Europa, mientras que otros querían un enfoque más combativo hacia Estados Unidos. Cuando con la ayuda de la presión directa de los ejecutivos con sede en Suiza se llegó finalmente a un compromiso del 15 %, el país siguió dividido tanto en cuanto a la imagen como al resultado.
La disputa arancelaria cristalizó una cuestión más amplia: donde Suiza se enfrenta a la mayor incertidumbre es en cuestiones externas que ha aplazado durante mucho tiempo, como la neutralidad, la defensa, Europa, la inmigración y el tamaño del Estado. Sobre muchas de estas cuestiones hay que tomar decisiones clave de forma inmediata.
«El mundo se encuentra en una fase de transición… Todas estas alianzas y bloques están cambiando, al tiempo que están mutando el poder y la forma de gobernar el mundo», afirma Peter Voser, presidente del conglomerado de ingeniería ABB. «Suiza suele dar lo mejor de sí misma cuando puede actuar en segundo plano utilizando su posición diplomática. En un periodo de transición, eso no funciona».
Ucrania, la neutralidad y la UE
La invasión rusa de Ucrania ha sometido la preciada neutralidad de Suiza a una presión sin precedentes en décadas. La decisión del Consejo Federal de adoptar las sanciones de la UE y de la ONU supuso un cambio significativo en su postura, pero dejó sin resolver cuestiones sobre la aplicación de la neutralidad en los conflictos cibernéticos, las guerras por poder y las violaciones claras del derecho internacional. Continúa el debate sobre la futura política de sanciones, la reexportación de material militar fabricado en Suiza y las responsabilidades humanitarias del país.
«Me avergüenza un poco cómo gestionó Suiza al principio la guerra de Ucrania. Mucha gente fuera de nuestro país lo consideró un rechazo tácito a apoyar al defensor», dice Daniel Daeniker, socio principal del bufete jurídico suizo Homburger. «Pero el debate en el Parlamento sobre la exportación de material, como el envío de nuestros tanques a Alemania para entregarlos a Ucrania, demuestra que con el tiempo nos hemos adaptado».
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Democracia suiza en el mundo: el discreto papel de su política exterior
Este mes el Parlamento acordó suavizar las restricciones a las reexportaciones militares, aunque los detalles son vagos. El nuevo ministro de Defensa también ha manifestado su deseo de estrechar con Europa y la OTAN la cooperación en materia de seguridad.
El futuro de la relación de Suiza con la UE es otra cuestión importante. El sistema bilateral —un mosaico de acuerdos que garantizan el acceso al mercado único, pero sin integración política— ha funcionado bien para el país. Aunque cada vez es más difícil mantenerlo, ya que la UE está consolidando su marco regulatorio. Tras años de negociaciones, este año Berna y Bruselas han alcanzado un acuerdo preliminar —conocido como Bilateral III— para actualizar el acceso de Suiza al mercado único.
El acuerdo aborda muchas de las mismas cuestiones que complicaron la salida del Reino Unido de la UE, como las contribuciones presupuestarias, la migración y la supervisión judicial. Probablemente requerirá que se apruebe en referéndum, pero la opinión pública nacional está muy dividida. Quienes están a favor aseguran que el acceso al mercado es esencial para la competitividad con el bloque, que absorbe el 50 % de las exportaciones suizas. Quienes se oponen advierten de que una mayor alineación podría erosionar la soberanía y aumentar la regulación.
Elisa Cadelli, presidenta del grupo de reflexión Foraus, dice estar «muy preocupada» por la aceptación pública del acuerdo. «Quienes lo apoyan tendrán que convencer a la población suiza de que esto es importante para el empleo, para las empresas suizas, para la capacidad de exportación… El debate, sin embargo, ya se caracteriza por afirmaciones ocasionalmente inexactas», apunta.
Para Thomas Jordan, director de Zurich Insurance y antiguo presidente del banco central helvético, el pacto con la UE es esencialmente «una solución intermedia entre garantizar un acceso relativamente fácil al mercado europeo, por un lado, y renunciar a gran parte de la soberanía y aceptar, de forma dinámica y automática, la futura regulación de la UE, por otro». Su impacto a largo plazo en Suiza «es casi imposible de calcular», añade.
Junto a las grandes cuestiones geopolíticas, ha surgido un debate interno más discreto sobre el papel y el tamaño del Estado. Durante mucho tiempo Suiza se ha enorgullecido de su sector público austero y de su tradición de prestación privada en ámbitos que van desde la vivienda y las pensiones hasta el cuidado de menores y las infraestructuras. Pero el aumento del coste de la vida, la escasez de mano de obra y las presiones demográficas han comenzado a poner ese modelo en tela de juicio.
Las propuestas de subvencionar las guarderías, ampliar el permiso parental y que el Gobierno federal tenga una participación más activa en la vivienda han ganado simpatizantes en todos los partidos, lo que refleja visiones contrapuestas sobre cómo debería ser el contrato social suizo en un entorno más complejo.
Ajuste, no declive
Mucha gente considera que urge más centrarse en reforzar el sistema interno que en responder al entorno geopolítico externo. «A veces se conoce como el método del puercoespín. Solo tenemos que acurrucarnos en una bola con nuestras púas hacia fuera y esperar a que pase la tormenta», afirmó un financiero suizo en Zúrich. «A la gente le encanta anunciar periódicamente la muerte de Suiza, pero no han acertado hasta ahora».
Thomas Gürber, subsecretario de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Suiza, describe este momento como un ajuste, no como un declive.
«No veo que estemos en una pendiente descendente. Creo que estamos en un proceso de reorientación con respecto a muchos retos», expone.
La cuestión central sigue siendo si Suiza puede adaptar su modelo único a un mundo que avanza más rápidamente que antes. Sus fortalezas subyacentes son considerables, pero su margen de maniobra cada vez es más reducido, y advertencias como la del presidente de UBS, Kelleher, sobre los peligros de la complacencia resuenan tanto en el mundo empresarial como en el político.
«Suiza está en una posición única para tener éxito en esta nueva era», indica Mario Greco, director ejecutivo de Zurich Insurance. «La cuestión es si sabrá aprovechar esa posición».
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