«La emperatriz, apuñalada en el corazón»
Suiza se convierte en escenario del crimen político: en 1898 la emperatriz Elisabeth de Austria (Isabel de Baviera) es asesinada en Ginebra. Un anarquista italiano apuñalaba a la popular “Sissí”. El atentado conmociona a la opinión pública. El mundo se enfurece con Suiza. Sin embargo, la Confederación defiende su política de fronteras abiertas.
Con un toque de silbato el vapor Genève anuncia que se dispone a zarpar. La emperatriz Elisabeth y su dama de honor han llegado casi a la pasarela cuando un desconocido se abalanza sobre ella y hunde en el pecho de la emperatriz un objeto puntiagudo.
“¡Oh no, no es nada! Solo ha sido un golpe en el pecho. Es probable que tuviera la vista puesta en mi reloj”, dijo la emperatriz Sissí. Poco después moría.
Cae al suelo sin dar un grito. Algunos transeúntes la ayudan a levantarse y su dama de honor –al menos así dice la crónica– le pregunta atemorizada: “Majestad, ¿no sería preferible volver al hotel?” Elisabeth responde: “¡Oh no, no es nada! Solo ha sido un golpe en el pecho. Es probable que tuviera la vista puesta en mi reloj”.
Risueño en el calabozo
Dos cocheros persiguen al presunto ladrón, que huye queriendo poner tierra por medio. Cuando finalmente lo atrapan y lo entregan a la policía, empieza a cantar una tonadilla. “La pillé”, dice. “Debe haber muerto”. En la comisaría explica a los funcionarios que él es anarquista y que si todos los anarquistas fueran tan cumplidores como él, pronto dejarían de existir las injusticias y la sociedad capitalista.
Mientras Luigi Lucheni es interrogado, los médicos luchan por la vida de la emperatriz austriaca. Poco después de sufrir el atentado pierde el conocimiento. Es trasladada rápidamente a su habitación del hotel Beau Rivage, donde poco después fallece. Era el 10 de septiembre de 1898.
La noticia conmocionó al mundo entero. No era el primer atentado que se producía en Europa contra una corona. Los reyes de Italia y de España, así como el emperador Guillermo, habían resultado heridos en sendos atentados anarquistas y el zar Alejandro II perdió la vida en otro. (Véase “Dinamita en el Palacio Federal”). La ira de los anarquistas también alcanzaba a políticos, jueces y fiscales.
Tres años antes el presidente francés había sido apuñalado y los primeros ministros de España e Italia escaparon por los pelos de otros atentados. Pero nunca antes se había producido un atentado contra una soberana.
Consternación al otro lado del charco
Europa está conmocionada. El Neue Zürcher Zeitung (NZZ) informa que en Viena domina “el horror general, la mayor consternación y dolor y una tremenda indignación por el monstruoso atentado.” Una dama vienesa exclama en voz alta que debería “cortarse al terrorista en pequeños pedacitos”. En Budapest, hombres y mujeres lloran en la calle. En París, el Petit Journal aseguraba que la noticia “había caído como una bomba”. Los quioscos de periódicos se ven “asediados por multitudes” y las editoriales distribuyen de forma gratuita hojas adicionales.
La prensa estadounidense imprime retratos de Sissí y anuncia en titulares: “ELISABETH DE AUSTRIA ASESINADA POR UN ANARQUISTA. LA EMPERATRIZ FUE APUÑALADA EN EL CORAZÓN. El terrible atentado ha sido perpetrado por un italiano en la ciudad suiza de Ginebra”.
También en Suiza, que hasta entonces se había salvado como por ensalmo de los atentados anarquistas, se lamenta la muerte de Sissí.
En Ginebra la consternación es particularmente grande. Las banderas ondean a media asta, el comercio cierra, los teatros anulan las representaciones, políticos y diplomáticos vuelan al hotel Beau Rivage para rendir su último homenaje ante el féretro de la emperatriz. (Ver foto del Petit Journal)
“Ni siquiera el asesinato de César conmovió tanto al mundo como el de Elisabeth” Mark Twain
El escritor Mark Twain, que se encontraba en Ginebra, escribe a un amigo: “Ni siquiera el asesinato de César conmovió tanto al mundo como el de Elisabeth”. Al día siguiente, domingo, la población hace cola para escribir en el libro de condolencias que se ha abierto en el hotel Beau Rivage.
Crisis política
El Consejo Federal [gobierno suizo] celebra en Berna una reunión extraordinaria y lamenta que la emperatriz haya viajado de incógnito a Ginebra y renunciara a la protección policial. Sin embargo, la prensa de los países vecinos culpa a Suiza de “dar refugio a revolucionarios de todo tipo” y acusa a la Confederación de que gracias a “su liberal política de asilo acoge todo lo que le llega, incluyendo a delincuentes de todo el mundo”.
En Suiza se alzan voces que exigen la expulsión de todos los anarquistas. “Si las mujeres de la nobleza”, advierte el NZZ, “ya no están a salvo de ser asesinadas por fanáticos dementes”, entonces es lícito utilizar todos los medios al alcance para liberar a la humanidad de “la plaga del anarquismo”.
La prensa de derechas utiliza el momento para atacar a los socialistas y acusarlos de ser excesivamente indulgentes con los autores de los atentados anarquistas.
Escenario para la lucha de clases
Los socialistas no dejan que la responsabilidad del asunto recaiga sobre ellos. Se distancian del “vil atentado” contra una mujer indefensa y emiten una declaración: “Para nosotros es legítimo acabar con el capitalismo. Pero eso se puede conseguir sin individuos que se dedican a cortar cabezas”. Para ellos, Lucheni, que como hijo bastardo se crio en un orfanato y pasó sus primeros años de juventud trabajando como mozo en una granja, es una víctima del sistema.
“La sociedad capitalista crea a los anarquistas y no tiene derecho a quejarse de sus productos”, afirmaba un orador socialista en una asamblea. “Y del mismo modo ha afilado también el arma de este asesino”.
¡Se mantiene el derecho de asilo!
A pesar de las diferencias ideológicas, en Suiza existe un amplio consenso en torno a no someter la ley de asilo a un endurecimiento, sobre todo si ello es debido a la presión política del exterior. Los socialistas afirman: “No más policía ni controles más duros para los extranjeros; la prohibición de portar armas no ayudará a erradicar el anarquismo”.
El diario de derechas NZZ se expresa en el mismo sentido. En un editorial se afirma que “la idea de libertad en Europa” se vería gravemente amenazada si Suiza abandonara “su encomiable posición” como país de asilo. Es sabido que la represión no constituye ninguna garantía contra la violencia política: “Se puede perseguir de país en país a personas sospechosas, pero cuando tengan una oportunidad la utilizarán lo mejor que puedan. Para nosotros puede ser humillante pensar que no podemos sentirnos seguros en el esplendor de nuestra civilización; pero de hecho es así y haremos bien en reconocerlo”.
Mientras tanto, la investigación del crimen va a toda marcha. Aunque Lucheni afirma que ha actuado en solitario, el juez instructor sospecha que hay un complot anarquista. Se producen interrogatorios en París, Viena, Budapest, Nápoles, Parma, Lausana y Zúrich. Se detiene a varios anarquistas pero son liberados poco después por falta de pruebas.
El proceso judicial se convierte en noticia mundial
El 10 de noviembre de 1898, dos meses después del atentado, Lucheni comparece ante el jurado. Se han acreditado sesenta periodistas de toda Europa, entre ellos cuatro mujeres. El fiscal da lectura al informe del famoso psiquiatra Cesare Lombroso, al que se debe la absurda teoría del criminal de nacimiento. Consecuente con su forma de pensar, Lombroso atribuye el hecho a que Lucheni, hijo de “un bebedor iracundo”, ha heredado una inclinación al crimen.
“Además apenas fui a la escuela un par de veces”. Luigi Lucheni, autor del atentado.
El propio Lucheni explica al juez y al jurado que él pretendía vengarse de su miserable existencia. “Mi madre renegó de mí y me abandonó tan pronto como nací (…) Y tengan ustedes en cuenta con qué familia me crié. Ni siquiera tenían suficiente comida para su propio hijo. Además, apenas fui a la escuela un par de veces”.
Un proceso rápido
Un compañero de habitación asegura sin embargo que Lucheni le confió un día: “¡Me gustaría matar a alguien, pero tendría que ser una personalidad muy famosa para que aparezca en los diarios!”
En vista de que Lucheni no muestra arrepentimiento, es condenado a cadena perpetua tras un proceso que dura solo un día. Cuando abandona la sala del juicio exclama: “¡Viva la anarquía! ¡Abajo los aristócratas!” Pero si tenemos que creer a los periodistas, en su voz había más miedo que triunfo.
Dos semanas después se reúnen en Roma representantes de 21 países en la I Conferencia Internacional para la Defensa Social contra los Anarquistas. En ella los Estados se comprometen a endurecer el comportamiento ante el anarquismo, restringir la información sobre actividades anarquistas y castigar con la pena de muerte el asesinato de jefes de Estado.
Además, se acuerda la creación de un sistema unificado para registrar y fichar a sospechosos de anarquismo y se prevé el intercambio internacional de información entre las autoridades policiales.
¿Qué pasó con su vida?
Luigi Lucheni cumplió los dos primeros años de su vida en una celda individual, dedicándose a fabricar zapatillas. Cuando, debido a su buena conducta, se le suaviza el régimen carcelario, Lucheni escribirá sus recuerdos de infancia, un documento impactante sobre las penalidades de los pobres en la Europa de finales del siglo XIX.
Pero en la primavera de 1909 el manuscrito desaparece “misteriosamente” de su celda. Lucheni se indigna y se queja al director de la prisión. La situación va agravándose. Lucheni tiene ataques de ira y destroza su celda. El director responde con castigos disciplinarios cada vez más duros. Y acaban quitándole también la foto de la emperatriz Elisabeth de su celda.
El 19 de octubre de 1910, Luigi Lucheni se ahorcó con su cinturón en su celda. Pero ni siquiera tras su muerte tuvo paz: el mismo forense que realizó la autopsia a la emperatriz Sissí examinaría su cerebro para comprobar si en la estructura cerebral existe una predisposición al crimen. Pese a no encontrar anomalías, conservó la cabeza decapitada de Lucheni en un vaso lleno de formol.
La vasija –con la cabeza dentro- estuvo en poder del instituto forense de la Universidad de Ginebra hasta 1985, año en que fue trasladada a Viena. En el año 2000 la cabeza de Lucheni fue enterrada, con toda discreción, en el cementerio central de Viena, a menos de diez kilómetros de la cripta de los Capuchinos, donde su víctima, la emperatriz Elisabeth, encontró su última morada.
Atentados en Suiza
Una mirada retrospectiva a la historia de Suiza muestra que los actos de violencia con trasfondo político fueron mucho más frecuentes de lo que hoy podemos imaginar. El primer atentado terrorista en suelo suizo tuvo lugar en 1898 contra la emperatriz Elisabeth de Austria (Isabel de Baviera), quien fue apuñalada por el anarquista Luigi Lucheni. Sissi fue la primera víctima del terror anarquista en Suiza, pero no la última.
A principios del siglo XX Suiza fue escenario de una auténtica ola de violencia terrorista. Los anarquistas atacaron bancos y el cuartel de la policía en Zúrich, intentaron volar varios trenes, chantajearon a los empresarios, cometieron atentados con bombas y asesinaron a personalidades políticas.
La mayor parte de los terroristas procedían del extranjero: rusos, italianos, alemanes y austriacos que habían encontrado asilo político en Suiza. Solo unos pocos eran suizos y la mayor parte de estos mantenía un estrecho contacto con anarquistas extranjeros. Sin embargo, el terror que estos criminales produjeron fue generalmente mayor que el daño. A veces eran tan inexpertos que las bombas les explotaban accidentalmente mientras las fabricaban.
Para Suiza, la violencia anarquista fue un desafío político. El país reaccionó con expulsiones y un endurecimiento de las leyes. En la denominada Ley de Anarquistas, de 1894, se aumentaron las penas para todos los delitos cometidos con ayuda de explosivos y se condenó también los actos preparatorios. Pero al mismo tiempo, Suiza se negó a endurecer la legislación en materia de asilo, y continuó brindando una generosa protección a los perseguidos políticos.
Traducción del alemán: José M. Wolff
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