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Vivir en uno de los países más pobres del mundo

foto de la familia en el coche
La familia Graf en Sudán del Sur tenía una libertad de movimiento limitada, aunque tuvieran coche. SRF

Después de tres años y medio en Sudán del Sur, el piloto suizo David Graf y su familia vuelven a casa.

En el vuelo de regreso a Suiza, David no iba en la cabina de piloto como está acostumbrado, sino que esta vez iba en la parte trasera como cualquier otro pasajero, junto a su mujer Sybille y sus hijos Melina (4) y Maurice (2).

Después de tres años y medio trabajando para la empresa de aviación sin ánimo de lucro “Mission Aviation Fellowship” (MAF) en Sudán del Sur, la familia originaria de Schaffhausen regresa a casa. En una entrevista en vídeo antes de partir, compartían lo siguiente: “Aquí es fácil irritarse por las cosas y no queremos que eso ocurra. Nos vamos antes de que el país acabe por disgustarnos”.

Este país de África Oriental se independizó en 2011, convirtiéndose en el Estado más joven del mundo.

En 2013 estalló una guerra civil que duró hasta 2018. A día de hoy, todavía se repiten los conflictos armados. Según la ayuda a los refugiados de la ONU, 4,5 millones de personas han huido hasta la fecha, con muchos desplazamientos en el propio país.

Sudán del Sur está considerado uno de los países más pobres del mundo. Según estimaciones de Unicef, unos 7,8 millones de personas están gravemente amenazadas por el hambre, lo que supone dos tercios de toda la población.

Debido a los altos precios de los alimentos, las catástrofes naturales como sequías e inundaciones, la falta de infraestructuras y la violencia constante, la mayoría de la población depende de la ayuda de emergencia.

A David le gustaría ser piloto profesional en Suiza. Por otro lado, Sibylle quisiera volver a trabajar como enfermera. Además, los abuelos podrán disfrutar de estar con sus nietos.

Vida familiar entre muros

Su vida en Suiza será muy diferente de la que llevaban en Juba, la capital de Sudán del Sur. Durante los últimos años, la familia ha vivido junto con otros miembros extranjeros del personal de MAF en un complejo. Se trata de una urbanización vigilada con altos muros y alambradas de espino.

En el recinto había agua corriente, electricidad y una pequeña piscina. Sin embargo, fuera de las murallas, la gente vive en la pobreza y obtenía el agua cuando había algún desbordamiento en el complejo. “Es extremadamente mala la situación, mires donde mires, quieres ayudar. Pero no puedes”, comentaba Sibylle. Por eso es importante saber en qué zona la ayuda marca realmente la diferencia.

dos mujeres blancas con niños de Sudán del Sur
Sibylle Graf con sus dos hijos en Sudán del Sur. SRF

Una vez a la semana, la mujer de 39 años visitaba un orfanato con Maurice y Melina. Allí contaba cuentos y cantaba canciones con los niños o incluso organizaba fiestas de cumpleaños con tarta, juegos y pequeños regalos.

Área de movimiento limitada

La vida cotidiana de Sibylle transcurría en un entorno limitado. Se movía principalmente por el recinto, el mercado y el orfanato. La situación de la seguridad en el país no permitía hacer excursiones.

Existe un alto riesgo de robo o de encontrarse con un enfrentamiento violento entre grupos hostiles. “Mucha gente en Sudán del Sur experimenta violencia en su vida, por lo que el umbral de inhibición ante la violencia es más bajo”, explica Sibylle. Se sentía más segura cuando estaba con sus hijos, ya que eso la hacía fácilmente identificable como madre.

Niños y cabras en la pista de aterrizaje

A diferencia de su esposa, David visitaba con frecuencia distintas zonas del país. El primer vuelo de su día a día despegaba a las 8 de la mañana. Llevó suministros de ayuda y pasajeros a lugares remotos en nombre de varias ONG.

Muchos lugares son de difícil acceso por tierra. Durante la estación de lluvias, muchas zonas son inaccesibles. Aunque Sudán del Sur es 15 veces más grande que Suiza, sólo tiene unos 300 kilómetros de carreteras asfaltadas. David aterrizaba en pistas sin asfaltar y tenía que asegurarse de que niños y animales quedaban fuera de la pista.

No obstante, la mayor sensación de logro que experimentó este hombre de 35 años, es “haber marcado la diferencia”. Recuerda una ocasión en la que aterrizó en una aldea llevando medicamentos contra la malaria en su equipaje y los médicos le recibieron radiantes de alegría.

Pero ahora, los cuatro miembros de la familia Graf están deseando reencontrarse con sus seres queridos y con los pequeños placeres de su nueva y vieja patria: “hacer footing a una temperatura normal”, bromea Sibylle, “y spätzli con salsa de vino tinto y un buen trozo de carne”, añade su marido.

Este texto se publicó originalmente en SRF y lo reproducimos aquí con su permiso.

Texto adaptado del alemán por Carla Wolff

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