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Con Duterte, los filipinos se apuntan a la moda del populismo

El entonces candidato a la presidencia de Filipinas, el alcalde de Davao, Rodrigo Duterte, el 27 de abril de 2016 en Manila afp_tickers

La elección de Rodrigo Duterte como presidente de Filipinas es una muestra más de la oleada mundial de populismo que se propaga por el desencanto de los electores con los partidos tradicionales.

Amparándose en su balance como alcalde de Davao (sur), este abogado de 71 años ha conquistado la presidencia con una campaña en la que abogó por soluciones sencillas frente a la delincuencia, la pobreza o la corrupción.

Este hombre, acusado de haber creado escuadrones de la muerte que han causado más de mil muertos, prometió erradicar la criminalidad en seis meses.

Sus groserías y palabrotas (calificó al papa de “hijo de puta) y sus bromas de mal gusto sobre las violaciones, junto con su impulsividad (amenazó con romper con Sídney y Washington) han hecho que se le compare con Donald Trump, el precandidato republicano a la Casa Blanca.

En Europa varios movimientos se aprovechan de la exasperación de la población con las élites para ganar votos para la ultraderecha.

“La gente quiere cambio. Quiere una ruptura con el pasado. Está exasperada”, analiza Earl Parreno del Instituto para la Reforma Política y Económica, con sede en Manila. “Quieren a alguien como Duterte que les prometa que todo se solucionará entre tres y seis meses”.

Pese a un crecimiento económico promedio de 6% en el archipiélago, una cuarta parte de los filipinos sigue viviendo con menos de 1,30 dólares al día.

– Redes sociales –

“La gente tiene tantas ganas de cambio que está dispuesta a asumir riesgos para conseguirlo”, añade Parreno.

“El tema no es saber si este cambio será para mejor o para peor. Quieren un cambio, -añade- aunque no sepan en qué acabará”.

Filipinas está acostumbrada a los jefes de Estado polémicos, pero ninguno había llegado tan lejos como Duterte durante la campaña.

“Los demagogos no seducen al electorado con una evaluación racional del riesgo como intentan hacer los políticos clásicos”, estimó recientemente Richard Ashby Wilson, profesor de Antropología y de Derecho en la Universidad de Connecticut. “Al contrario, se sirven de las amenazas existentes, adoptan un discurso de victimización y utilizan la desesperanza”, escribió en la página web theconversation.com.

Donald Trump arremete contra los mexicanos y musulmanes, los populistas europeos contra los migrantes y Rodrigo Duterte contra los “narcotraficantes, los atracadores y los bribones”.

Según Francisco Magno, presidente de la Asociación filipina para la Ciencias Políticas, la intolerancia de los populistas se amplifica con las redes sociales, en las que no hay cabida para la complejidad: “Todo es blanco o negro, fuerte o débil”.

Al igual que Trump, Rodrigo Duterte hace discursos llenos de frases incompletas y en los que va pasando de un tema a otro.

El auge de los demagogos no es más que el reflejo del desengaño masivo con las élites, recuerda Ian McAllister, politólogo de la universidad nacional australiana. “Asistimos desde hace 10 ó 15 años a una subida en potencia de políticos ‘antipolíticos’, de gente que dice lo que piensa”, explica.

Las campañas populistas desembocan rara vez en revoluciones cuando los demagogos llegan al poder, afirma Simon Tormey de la Universidad de Sídney.

“Una vez en el gobierno, acaban enredados en la realidad del poder”, observa. “La energía de los populistas parece desaparecer frente a las exigencias de los intereses particulares y al peso de la burocracia”.

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