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La leyenda de los “French Doctors” en un Afganistán bajo la ocupación soviética

Un miembro de Médicos Sin Fronteras observa una sala del hospital, destruida por bombardeos estadounidenses, el norte de Kunduz, en Afganistán, en 2015 afp_tickers

Un lento cortejo serpentea entre las cumbres blancas del noreste de Afganistán. Ni una palabra. Solo el golpeteo de los cascos de mulas y caballos sobre los senderos de piedra y la respiración entrecortada de quienes los montan.

En esta discreta caravana, filmada en 1986, van un puñado de médicos y enfermeras franceses y cuatro toneladas de medicamentos y material destinados a hacer funcionar dos precarios hospitales de campaña de Médicos Sin Fronteras (MSF), ante las narices mismas de las fuerzas del gobierno afgano y el Ejército Rojo.

Algunos años después de su creación, una parte de la leyenda de MSF se escribió aquí, en los valles alejados de Badajshan (noreste de Afganistán) y de Panshir (noreste de Kabul), bajo las bombas de los soviéticos.

“Se logró hacer medicina en lo que era un desierto sanitario y un país en guerra”, señala el enfermero anestesista Régis Lansade, de 65 años hoy en día y con cuatro misiones cumplidas en Afganistán. “Fue un regreso a los valores iniciales de la medicina”.

La aventura de Médicos Sin Fronteras en Afganistán se inicia en diciembre de 1979 con la invasión de las tropas de la Unión Soviética. Muy rápido, se inició una represión sangrienta contra la oposición, que provocó un éxodo masivo hacia el vecino Pakistán.

Desde el mes siguiente, alrededor de un millón de refugiados se congregaron en las zonas tribales fronterizas. Desautorizada su presencia en Islamabad y Kabul, MSF se prepara a operar en territorio afgano de manera clandestina.

– “Irse para allá” –

“No nos planteamos el asunto mucho tiempo”, asegura el presidente de MSF en la época, Claude Malhuret. La ONG nació en 1971 de un ideal, “ir hacia los enfermos”, y entonces Afganistán era la oportunidad.

“Hubo debate. MSF era muy reticente por razones de seguridad”, corrige Juliette Fournot. Enrolada en el equipo de primeros enviados de la ONG, ella conoce muy bien el país. Pasó allí su adolescencia con su padre, ingeniero, y habla la lengua.

“Nosotros pensábamos que podíamos ir. Lo esencial del país estaba liberado, los rusos solo controlaban pueblos y carreteras principales”, cuenta. “Además, los afganos tenían necesidad de nuestra ayuda y estaban listos a acompañarnos”.

“El doctor Gérard Kohout y yo éramos voluntarios. Presionamos en MSF argumentando que si no nos daban la autorización, nos iríamos con Médicos Del Mundo (MDM). Era un argumento fuerte…”

Se toma la decisión, pero falta concretarla. Infiltrar un equipo e instalar hospitales no se improvisa.

“La logística era muy complicada. Requería mucho tiempo”, señala Fournot, que organizó las misiones afganas de la oenegé hasta 1989. “Se necesitaba construir una red de gente de confianza con la que pudiéramos contar. Era esencial tomar tiempo, beber té, conversar…”

Comprar los caballos y las mulas de la caravana, arreglar el material, seleccionar la escolta: cada misión exigía varios meses de preparación y negociaciones.

– “Rompecabezas” –

Luego se dio la partida para Peshawar, en Pakistán. “Pasábamos la frontera de noche, en el lugar más discreto. Teníamos un mes de marcha con cinco o seis desfiladeros de entre 4.000 y 6.000 metros de altura”, cuenta Régis Lansade. “En el primero respirábamos con dificultad, en el último corríamos…”

Una vez que la caravana llegaba a destino, el hospital de campaña tiene que funcionar con total autonomía. A veces durante un año.

En el interior de las regiones que no habían visto un médico durante años, los hospitales están siempre repletos. “Las necesidades en materia de salud eran enormes”, afirma Juliette Fournot. “Algunos pacientes viajaban a pie o a caballo durante diez días para llegar hasta nosotros”.

MSF practica la cirugía de guerra a los heridos, muyahidines o civiles, pero sobre todo atiende a la población y se ocupa de las enfermedades corrientes.

Gracias a las mujeres del equipo, la ONG da consultas obstétricas, de ginecología y pediatría. En la época, una de cada siete afganas moría en el parto y uno de cada tres niños moría antes de los cinco años.

En un país en guerra y entregado a la autoridad de los jefes locales, la seguridad es una preocupación permanente.

“Estábamos afiliados a grupos o partidos políticos para que garantizaran nuestra protección”, señala Fournot. “No éramos neutrales, pero era importante ser imparciales, mostrar que atendíamos a todo el mundo”.

– Testimoniar –

¿Los Soviéticos? “Al comienzo, preferimos el silencio y considerábamos que mientras menos visible fuéramos, mejor seríamos aceptados”, añade la jefa de misión. “Pero en 1985 uno de nuestros equipos fue atacado (…) entonces salimos en silencio porque ya no nos protegía”.

En la época, pocos periodistas cubren la guerra de Afganistán. Los testimonios de Médicos Sin Fronteras no pasan inadvertidos.

En plena Guerra Fría, sus dirigentes son invitados a brindar testimonio ante el Congreso estadounidense en Washington. El mundo entero descubre a los “French Doctors”.

Tras esta gira, los estadounidenses liberan una ayuda financiera masiva para la rebelión afgana, especialmente a la franja islamista más radical de donde nacerían los talibanes y Al Qaida…

Debilitados, los soviéticos abandonaron Afganistán en 1989. Más de cuarenta años después, el país no ha salido de la guerra.

MSF se retiró varias veces de Afganistán tras haber sido objeto de ataques y luego siempre regresó. Ahora que Estados Unidos se dispone a irse, la ONG hace un balance poco entusiasta de su presencia.

En 2015, el ejército estadounidense bombardeó su hospital en Kunduz, en el norte. El ataque causó 42 muertos, de los cuales 14 miembros de su personal. Una “serie de errores”, reconoció Estados Unidos. El año pasado, fue atacada una maternidad MSF de Kabul y al menos 16 pacientes murieron.

“Estos acontecimientos muestran que la pertinencia de la presencia de MSF en ese país nunca es fácil”, dice, con amargura, Emmanuel Tronc, quien dirigió ahí las misiones de 1997 a 2016. “Las tensiones son muy fuertes y serán aún más duras con la partida de los estadounidenses”.

– “Nada romántico” –

En estos cuarenta años de estadía casi continua, el periodo “soviético” ha conservado un particular perfume.

“Nuestros equipos atendieron de 6.000 a 10.000 pacientes por mes, y aunque eso no ha cambiado las estadísticas de salud, la población pudo beneficiarse de un acceso a atención de calidad”, se congratula Juliette Fournot. “Y dar testimonio fue fundamental”.

“En esta guerra, los afganos tenían la impresión de que éramos los únicos extranjeros que les ayudábamos”, dice Régis Lansade. “Hubieran dado la vida por nosotros”.

Ambos guardan recuerdos inolvidables.

“Es verdad, la visión de los médicos a caballo en las montañas era impresionante. Pero eso no tenía nada de romántico”, puntualiza Juliette Fournot. “Era peligroso y sufrimos”.

Más que una “época dorada de la ayuda humanitaria” que algunos recuerdan con nostalgia, ella prefiere guardar el recuerdo de una misión cumplida.

“En diez años, más de 500 expatriados ingresaron a Afganistán”, dice la ex jefe de misión, quien ahora trabaja en la ayuda sanitaria a las poblaciones frágiles. “Todos regresaron a casa”.

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