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Los refugiados sirios no se hacen ilusiones con las negociaciones

Unos refugiados sirios, en un campamento no oficial cerca de la localidad libanesa de Deir Zanun, en el valle de Bekaa, el 31 de enero de 2017 afp_tickers

“¡No son más que mentiras! ¡Régimen u oposición se burlan del pueblo!”. Un sirio refugiado en Jordania sueña con volver a su país, pero no se hace ilusiones con las próximas negociaciones de paz.

Después de casi seis años de guerra, más de 312.000 muertos, la mitad de la población desplazada y un país en ruinas, la gran mayoría de los habitantes de los campamentos de refugiados sólo piensa en una cosa: volver a casa.

Un alto el fuego acordado en diciembre permitió reducir la violencia, pero la seguridad sigue siendo deficiente y los combates prosiguen.

El jueves se prevé una reunión en Astaná -apadrinada por Irán, Turquía y Rusia- para abordar la situación del alto el fuego, y en Ginebra se celebrará otra el 23 de febrero auspiciada por la ONU, en busca de una solución política a la guerra.

Al igual que su tío, Ahmad al Jaburi, de 32 años, tampoco se hace ilusiones.

“No tengo muchas esperanzas en las negociaciones”, declara este hombre que vive con su mujer y sus hijos en el campamento de Azrak, al norte de Ammán, que acoge a 54.000 refugiados.

Ahmad es de Deraa, la ciudad del sur de Siria donde surgió la revuelta popular de 2011 reprimida por el régimen. En 2014, huyó a Jordania, donde encontró un trabajo, pero añora su tierra.

“No sé si han destruido mi casa, pero quiero volver de todas formas a mi país, a pesar de que aquí hemos conseguido rehacer nuestra vida”, declara este hombre, que despacha una pequeña tienda en el campamento.

“Sueño con mi casa de Deraa y terrenos cultivados alrededor (…) No se me van de la cabeza ni del corazón”, afirma su tío de 65 años, tocado con el tradicional pañuelo árabe rojo (‘kufiya’).

– ‘No esperamos nada’ –

“A pesar de la vida digna que tenemos aquí, volveré a Siria en cuanto la seguridad se restablezca”, afirma Ali al Ghuthani, de 42 años, y también originario de Deraa.

“Aunque hayan destruido mi casa (…) la volveré a construir”, asegura este padre de ocho hijos, delante de su comercio de electrodomésticos.

En el campamento de refugiados sirios de Marj, en el este de Líbano, Qasiyah Ezz sueña con algo parecido: “seguridad y una pequeña casa para mí y para mis hijos, nada más”.

“Que caiga el régimen o no, poco importa. Teníamos paz en nuestro bello país, quiero volver”, afirma esta mujer de 38 años, que huyó de la ciudad de Homs (centro) con sus diez hijos.

Sin embargo, a algunos refugiados sirios, la idea de regresar al país les aterra.

“Tenía mucho miedo, mamá tiene mucho miedo y no queremos volver” a casa, declara Ghazal, de apenas 5 años, mientras dibuja en una escuela del campamento de Azrak.

A su lado, Nehma, de 11 años, está encantada de haber encontrado una escuela. “La guerra no ha terminado -afirma- no vamos a regresar a Siria para morir”.

Mismo desengaño en el campamento de Marj, en Líbano, un país que acoge a aproximadamente a un millón de refugiados sirios.

“No esperamos nada, ya se reunieron para dialogar cuatro o cinco veces sin resultados”, recalca Tarek Sallum, de 24 años.

“No habrá solución porque nadie quiere hacer concesiones”, estima este joven originario de Zabadani, cerca de Damasco.

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