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“¿Dónde están nuestros hijos?”, suplican los desplazados de Faluya

Tres iraquíes, fotografiadas en el campo de desplazados de Amriyat al Faluya, en Irak, el 14 de junio de 2016 afp_tickers

Cuando los responsables iraquíes llegan al campamento de desplazados al sur de Faluya, mujeres desesperadas se abalanzan sobre ellos para preguntarles: “¿Dónde están nuestros hijos?”

Taliaa Diab es una de ellas. “Mi marido y tres de mis hijos desaparecieron”, explica esta mujer que huyó con su familia de la localidad de Saqlawiya a principios de junio. Una semana más tarde, no tiene ninguna noticia sobre ellos.

Como ella, cientos de esposas, madres y ancianos que encontraron cobijo en Amriyat al Faluya piden ayuda, garabateando el nombre de sus familiares en un trozo de papel.

Estos parientes están desaparecidos desde el inicio de la ofensiva lanzada el 23 de mayo por las fuerzas iraquíes para recuperar de manos del grupo Estado Islámico (EI) la ciudad de Faluya, a 50 kilómetros al oeste de Bagdad y uno de los principales bastiones de la organización yihadista.

Desde el inicio de esta ofensiva, hace tres semanas, 43.470 personas han huido, la mayoría de ellas de las localidades que rodean Faluya, según los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) publicados este martes.

Durante los primeros días de la operación, las fuerzas paramilitares de Hashd al Shaabi (Movilización popular) participaron en la reconquista de los pueblos alrededor de Faluya y en la ofensiva para cercar la ciudad.

Cada vez hay más testigos de civiles que consiguieron huir que acusan a las fuerzas de seguridad -sobre todo a miembros de las milicias- de abusos.

“Hemos oído que mataron a varias personas, queremos saber lo que pasa”, se preocupa Taliaa Diab.

“La movilización sectaria secuestró a mi marido”, afirma Marwa Mohamed, haciendo un juego de palabras para nombrar a las fuerzas de Hashd al Shaabi, provocando la risa de las otras mujeres. Ella acusa a la milicia Ketaeb Hezbolá (Brigadas del Partido de Dios), puesto que “la vimos a ella, con sus banderas”.

La mayoría de los habitantes de Faluya y de sus inmediaciones son suníes y las fuerzas de Hachd están formadas por combatientes chiíes. Su participación junto a las fuerzas gubernamentales en la batalla de Faluya presagió desde el principio posibles abusos contra los civiles suníes.

– ‘Como asar un pollo’ –

Los responsables iraquíes abordados por las mujeres en el campamento de Amriyat al Faluya se muestran tranquilizadores. “Vamos a transmitir la información, estamos aquí para escucharos y buscar soluciones”, les asegura un enviado del primer ministro, Haider al Abadi.

En Faluya y en sus alrededores, 6.000 hombres fueron detenidos para ser controlados desde el inicio de la operación hace más de tres semanas, según el portavoz del Ministerio del Interior, Saad Maan. Unos 1.000 ya han sido puestos en libertad y otros 4.000 serán liberados próximamente, aseguró.

El objetivo de esta detención, que no debe durar más de una semana, según Maan, es detectar a los yihadistas que intenten pasar entre los civiles.

Lejos de la multitud que rodea a los responsables gubernamentales, dos hombres que consiguieron ser liberados están hablando bajo una tienda y comparan los abusos que sufrieron tras su detención.

“Vi con mis propios ojos morir a más de 40 personas durante su detención por el Hashd”, explica un hombre que se presenta como Abu Ban.

Muestra sus heridas profundas en el puño. “Es porque tuve las manos esposadas durante cuatro días, sin nada para comer ni beber”, se lamenta.

“Nos pegaban con bastones. Mira mi brazo”, añade Abu Husein, de Azraqiyá. “Les vi quemar a un hombre como quien asa un pollo”, confiesa.

Varios milicianos proclamaron que actuaban así para vengar la ejecución de unos 1.700 oficiales -la mayoría chiíes- en junio de 2014 cerca de Tikrit a manos del EI, explican los hombres interrogados por la AFP.

Los servicios del primer ministro aseguraron que llevarían a cabo una encuesta sobre los abusos cometidos por las fuerzas de seguridad en la ofensiva de Faluya.

“Huimos de Dáesh pensando que estaríamos a salvo con Hashd al Shaabi y nos han tratado como Dáesh”, se desola Abu Abdalá, un profesor de 57 años, utilizando el acrónimo árabe del EI.

“No estábamos tan maltratados por Dáesh. Teníamos una vida de campo, en nuestra granja, y podíamos sobrevivir al asedio”, cuenta. “Os lo aseguro, tendríamos que habernos quedado” en lugar de huir, remata.

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