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Bajo las bombas, los socorristas sirios rescatan a propios y extraños

Samir Salim, un socorrista sirio de los cascos blancos en Guta oriental, sentado en los escombros de su casa en Madira, el 12 de febrero de 2018 afp_tickers

Durante años Samir Salim rescató a mujeres y niños de todas las edades de debajo de los escombros en el bastión rebelde de Guta oriental. Pero la semana pasada no pudo salvar a su madre.

“Ella se sentía muy orgullosa de nosotros”, afirma Salim, con los ojos llorosos, en este enclave rebelde de las afueras de Damasco que el régimen sirio bombardea a diario.

Salim y sus tres hermanos forman parte de los cascos blancos (la defensa civil en territorio rebelde). Para ellos la desolación dejada por las bombas es el pan de cada día.

Con cada bombardeo, los edificios se derrumban sobre los habitantes. Los socorristas se precipitan para evacuar a los heridos y extraer cuerpos.

El jueves, la casa de los cuatro hermanos fue alcanzada por un ataque aéreo. Fue una semana muy sangrienta en Guta oriental: en cinco días el diluvio de fuego del régimen causó más de 250 muertos, según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH).

Entre las víctimas figuraba la madre octogenaria de Samir, residente en la localidad de Madira.

En un vídeo que circuló por las redes sociales, se ve a la anciana bloqueada bajo el techo desplomado, con un fular negro y un abrigo gris cubiertos de polvo, la mano ensangrentada y los ojos cerrados.

Su hijo llora y pide refuerzos por walkie-talkie. “Que Dios te tenga en su gloria mamá”, dice el hombre de barba canosa.

Mirando una vez más el vídeo en su teléfono móvil, el socorrista se echa a llorar.

– Gritos –

Ese día, Samir fue enviado a la localidad de Misraba para ayudar a las víctimas de un bombardeo cuando oyó el estruendo de un nuevo ataque sobre Madira.

“Acabé delante de mi casa, había polvo por todas partes. Me quedé inmóvil un minuto, antes de darme cuenta de que el bombardeo había alcanzado mi domicilio”, explicó.

“No esperaba hallar supervivientes”, añade el socorrista, sentado, con su casco blanco en la cabeza, sobre los escombros de lo que otrora fue su casa.

Pero ese día logró salvar a su sobrino de 23 días, Samer, su padre y su cuñada.

Said al Masri, otro socorrista en la localidad de Saqba, también salvó a su bebé de tres meses, Yehia, atrapado bajo los escombros de su domicilio. Pero su primo murió.

“Como de costumbre, fuimos al lugar del bombardeo. Todas las casas se habían desplomado”, recuerda este cooperante, con una gorra negra.

Los gritos de su mujer lo sacaron de su estupor. “Gritaba ‘Yehia está herido'”, añade el joven, sentado en una cama estrecha de su casa en penumbras.

Señala con el dedo las manchas de sangre en la almohada. “Lo encontré aquí, lo cogí y corrí con él hasta el hospital. Estaba herido en la cabeza y en la cara”, añade.

Vestido con una camisa marinera, el bebé está en su regazo. En su mejilla lleva un apósito.

– ‘Entendí su sufrimiento’ –

Los 400.000 habitantes de Guta llevan bajo asedio desde 2013 y a diario sufren carencias de comida y medicamentos.

La ONU reclama una tregua humanitaria de un mes en todo el país en guerra para poder distribuir ayuda y evacuar a los heridos graves.

En un hospital de Jisrin, el enfermero Malek Abu Jaber ausculta a unos niños, algunos heridos en el rostro y otros con una escayola en el brazo.

Se detiene y se tumba en una cama. Él también necesita cuidados médicos.

“Volvía a casa, sentí una onda expansiva y salí proyectado hacia atrás. De mi barriga salía sangre”, recuerda el enfermero de 20 años.

Ahora tiene una cicatriz impresionante en el abdomen. “Entendí lo que sienten los heridos todos los días. Sentí la aguja que pincho en sus heridas, su sufrimiento”, declara.

Pero ante la intensidad de los bombardeos de la semana pasada tuvo que reincorporarse al trabajo. “No es posible descansar, los heridos llegan mañana y noche, la presión es enorme”.

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