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Dos “radicalizados”, sospechosos del asesinato de dos escandinavas en Marruecos

Fatima Khayali, la tía de uno de los sospechosos del asesinato de dos turistas escandinavas en las montañas del Alto Atlas marroquí, dijo que su sobrino era un fontanero que se radicalizó afp_tickers

Uno de los principales sospechosos del asesinato de dos turistas escandinavas en Marruecos era fontanero, otro era un carpintero al que le gustaba beber alcohol antes de pasarse al islam radical, cuentan sus amigos y vecinos.

Abderrahim Jayali, el fontanero, fue el primero en ser arrestado el lunes por las autoridades marroquiíes en la turística ciudad de Marrakech, horas después de que los cuerpos de las dos turistas escandinavas fueran encontrados en las montañas de la región del Alto Atlas marroquí.

El jueves, las autoridades anunciaron también la detención de Yunes Uaziyad, el carpintero, así como la de dos vendedores ambulantes, Rachid Afatti y Abdessamad Ejjud, todos sospechosos de “acto terrorista”.

El fiscal de Rabat dijo que los cuatro hombres, de entre 25 y 33 años, aparecían en un video en el que prestan lealtad al grupo yihadista Estado Islámico (EI) antes del horrible asesinato.

El viernes, las autoridades marroquíes anunciaron otras nueve detenciones en relación al asesinato de las estudiantes, la danesa Louisa Veserager Jespersen, de 24 años, y la noruega Maren Ueland, de 28.

Una de ellas fue decapitada, según una fuente cercana a la investigación.

El arresto de Jayali fue un ‘shock’ para sus amigos y familiares en Al Azzuzia, un barrio desfavorecido de Marrakech.

“No puedo creerlo”, dice su tía Fatima Jayali, de 46 años, vistiendo un niqab negro que sólo deja ver sus ojos.

El sospechoso de 33 años “trabajaba como fontanero en un hotel” pero dimitió porque el establecimiento servía alcohol, lo cual es una práctica prohibida por el islam más estricto, cuenta su tía.

Hace tres años, narra Fatima, Jayali abrazó el salafismo, una rama radical del islam que se ha asentado en muchas áreas empobrecidas de Marruecos.

Después de su conversión al salafismo, el joven se negaba a dar la mano a las mujeres o que estuvieran presentes cuando había hombres cerca, según una mujer que se identifica con el nombre de Atika y se describe como “amiga de la infancia” de Jayali.

Marruecos ha sido considerado durante mucho tiempo como una de las naciones más liberales del mundo árabe, aunque el islam sea la religión del Estado.

– Desigualdades sociales –

El país, que depende en gran medida de los ingresos provenientes del turismo, no sufría ataques yihadistas desde 2011, cuando un bomba explotó en un café de Marrakech, matando a 17 personas, la mayoría turistas europeos.

Pero en Marruecos hay una gran desigualdad económica y social, en un contexto de alto desempleo entre los jóvenes.

Los edificios poco estéticos de Al Azzuzia contrastan con las opulentas avenidas llenas de palmeras y hoteles de lujo de Marrakech.

Uaziyad, el carpintero de 27 años, también vivía en el barrio donde es habitual ver a jóvenes desempleados merodeando por las calles.

Era un “hombre normal”, dice Abdelaati, un vendedor de verduras.

Los familiares, que no quieren dar sus nombres, dicen que Uaziyad se convirtió al salafismo hace poco más de un año. Dejó crecer su barba y empezó a vestir la larga túnica blanca que suelen llevar los islamistas radicales.

“Nos presionaba para que rezásemos (cinco veces al día) nuestras oraciones, pero antes de convertirse en salafista bebía alcohol y fumaba”, cuenta Nureddine, un familiar de Ouaziyad que prefiere no dar su nombre completo.

El padre de Yunes Uaziyad se negó a hablar con los medios sobre la presunta implicación de su hijo en los asesinatos, alegando que estaba “devastado”.

Los otros dos sospechosos, Affati, de 33 años, y Ejjud, de 25, vivían en el pueblo empobrecido de Harbil, a unos 20 kilómetros de Marrakech. Ambos se ganaban la vida como vendedores ambulantes.

“La gente siente vergüenza de ver su pueblo vinculado a estos crímenes”, dice un habitante que prefirió guardar el anonimato.

Mohamed Masbah, un experto en grupos islamistas, explica que los cuatro sospechosos tienen una cosa en común: “Están socialmente marginados”.

Hasan Jayali, un primo del primer sospechoso, está de acuerdo.

Lugares como Al Azzuzia son una “bomba de relojería por la pobreza, el desempleo, las drogas y la prostitución”, factores todos que llevan a jóvenes desencantados a girarse hacia el islam radical, lamenta.

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