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El francés Yves Beigbeder, uno de los últimos testigos del juicio de Núremberg

El francés Yves Beigbeder, de 96 años, es uno de los últimos tetsigos aún en vida del juicio de Núremberg afp_tickers

Vio en persona a Goering y a Hess declararse “inocentes” a la letanía de los crímenes nazis. El francés Yves Beigbeder, un jubilado de 96 años, es uno de los últimos testigos aún en vida del juicio de Núremberg (1945-46), que marcó los primeros pasos de una justicia internacional que estima es más necesaria “que nunca”.

Lo que más marcó a Yves Beigbeder cuando llegó a la ciudad bávara en ruinas, fue la omnipresencia de los estadounidenses, que habían tomado posesión de la ciudad. Trajeron su organización, sus medios, sus “fabulosos” PX (supermercados para los soldados), su comida. ¡Ah, la comida…! Hamburguesas, refrescos, cigarrillos, café… Un “paraíso” para este joven francés acostumbrado a privarse.

Este “joven ignorante de 20 años”, como el mismo se describe, “con apenas una licenciatura de derecho” bajo el brazo al final de la guerra, “sin combates, ni gloria”, fue testigo de la Historia gracias a un enchufe.

Una llamada de su tío jurista, Henri Donnedieu de Vabres, que acababa de ser designado juez francés, junto a los británicos, estadounidenses y rusos, en el juicio de Núremberg para juzgar a los criminales nazis.

Gracias a él trabajó durante seis meses como asistente. Redactaba síntesis de las audiencias y a veces asistía a ellas.

A unos metros de él, en el banquillo de los acusados, se sentaron los terrores de Europa de los años precedentes. Goering, número dos del Reich; Kaltenbrunner, jefe de la Gestapo; Keitel, comandante de la Wehrmacht (las fuerzas armadas); Von Schirach, jefe de las Juventudes hitlerianas.

¿Impresionantes? “Sí, sobre todo por el contraste con la gloria del partido nazi, los grandes mítines de Hitler… Allí estaban sin sus uniformes, sin sus medallas, ordinarios… Y un poco deprimidos”, recuerda Beigbeder.

Sus palabras son precisas y sus recuerdos claros. A veces busca una palabra, en ocasión una palabra en inglés, herencia de una carrera en la ONU. En la mesa de su casa en Sauveterre-de-Béarn, una pequeña localidad del suroeste de Francia, el delgado nonagenario desplegó para la AFP recortes de periódico y fotos del juicio.

Recuerda episodios “abominables” como la audiencia de Rudolf Höss, excomandante del campo de exterminio Auschwitz. “Su testimonio fue atroz, porque describió la operación con detalle, sin emoción, con calma, como si hablara de tiendas, o de otra cosa”.

– “Lenta erosión de la impunidad” –

También cita “al impresionante” Hermann Goering, que se comportó como “el jefe de los acusados. “Muy asertivo, un poco sarcástico”. Puso en dificultades al fiscal estadounidense Jackson por errores factuales, dice.

“La defensa de todos ellos era ‘no fui yo, fue Hitler, no hice más que seguir órdenes, no soy culpable’. O ‘no sabía'”.

Afortunadamente, también hubo momentos felices, de amistad, con este pequeño mundo cosmopolita de intérpretes, secretarias, abogados, que a veces se reunían para bailar en el Grand Hotel, uno de los pocos edificios de Núremberg que quedaron en pie.

A Yves Beigbeder le llevó un tiempo darse cuenta del impacto de Núremberg. No esperó el veredicto para irse a Estados Unidos, donde obtuvo una beca. Estudió psicología y luego trabajó como jurista en una agencia de la ONU.

No fue hasta los años 90, con la aparición de los primeros tribunales penales internacionales (TPI) – de ex Yugoslavia, Ruanda, Sierra Leona -, que pensó “¡Pero yo estaba allí!”. A esta toma de conciencia le siguió una rica producción de libros, incluyendo cinco sobre los TPI, entre 1999 y 2011.

“Núremberg es un modelo”, dice. “Por supuesto, podemos criticarlo, porque era un ‘tribunal de ganadores’. Pero en ese entonces, crear un tribunal internacional era algo extraordinario. Y sigue siendo un ejemplo para los principios, los procedimientos, los derechos de defensa. Incluso las sentencias, ‘matizadas'” (12 condenas a muerte, 7 a prisión, 3 absoluciones).

Hoy en día, este jubilado activo, que escribe regularmente columnas en la prensa sobre la actualidad internacional y está preparando sus memorias, ve cómo la justicia internacional se ancla en el dolor, entre la hostilidad de Estados Unidos y, en general, “la reticencia de los poderosos a ver a sus ciudadanos juzgados. Ni siquiera a Francia le gustaría”.

Pero este hombre que fue invitado de honor en Núremberg, con un puñado de supervivientes, en el 70º aniversario del juicio (el covid hizo que se cancelara el 75º), está “convencido de que existe un apetito por la justicia internacional” y predice una “lenta erosión de la impunidad”.

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