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El grupo EI deja cenizas y desolación en la ciudad iraquí de Hawiya

Campo de extración petrolera en Hawiya (Irak) incendiado por los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI), en su huida ante el avance de las fuerzas iraquíes afp_tickers

En una de sus caras, un cartel enorme llama a la “yihad” y en la otra amenaza con la muerte a los fumadores. Nada más entrar en Hawiya, reconquistada por las fuerzas iraquíes, saltan a la vista los tres años en poder del grupo Estado Islámico (EI).

Los yihadistas aplicaron en ella una política de tierra quemada. Literalmente.

En esta rica provincia petrolera de Kirkuk, los pozos de oro negro arden y con ellos “los millones de dólares que deberían revertirse en los iraquíes”, lamentan los habitantes de los alrededores.

En esta región al norte de Bagdad, conocida por sus cultivos de cereales y sobre todo sus sandías, los yihadistas también quemaron los campos.

En el arcén de las carreteras que llevan a Hawiya, el último centro urbano en manos de los yihadistas en Irak, los habitantes suplican comida a los militares.

– Hambrientos –

“Hace cuatro años que no vemos el té ni el azúcar”, dice Um Imed con lágrimas en los ojos, mientras estruja su largo vestido negro cubierto del polvo levantado por los coches a su paso.

“Nuestros hijos se mueren de hambre y van descalzos”, añade esta iraquí. “Sólo las familias del EI están cebadas, porque el EI nos obligaba a darles más de un cuarto de nuestas cosechas”.

Puertas adentro, en la ciudad no hay más que desolación. “Cuando el EI tomó la localidad, usaron el hospital. Pero a medida que se acercaban las fuerzas iraquíes quisieron quemarlo todo para que nadie pudiera beneficiarse de las infraestructuras”, declara a la AFP Mohamed Jalil, un portavoz del Hashd al Shaabi (unidades paramilitares de movilización popular) que se hicieron con el control del centro hospitalario.

Parte del centro médico sobrevivió a las llamas. Se encuentra enfrente del ayuntamiento, fuera de uso y en el que nadie se atreve a aventurarse por miedo a que haya minas.

En el interior del hospital, en las salas de pruebas y en las áreas de descanso de las enfermeras, las recetas, los prospectos y varios documentos administrativos narran la vida bajo el grupo EI.

En documentos con el encabezado “Estado Islámico, Wilaya de Kirkuk”, los jefes yihadistas piden al personal que trate cuanto antes “al hermano Adel, soldado de las fuerzas especiales”.

“En realidad ellos también conseguían cosas a través de contactos”, deja caer con malicia un combatiente del Hashd al Shaabi.

Desde su reconquista el jueves, la ciudad está bajo control de sus nuevos amos. Los 70.000 habitantes suníes que se quedaron en ella están enclaustrados, no salen.

– “Los esperamos” –

Encima de las ruinas de las tiendas del mercado principal, reducido a escombros por la explosión de un coche bomba, el Hashd al Shaabi plantó sus banderas en sustitución de las de los yihadistas.

La mayoría son de color negro y llevan impresas el retrato de Husein, uno de los nietos del profeta y gran figura del islam chiita.

Los combatientes del Hash al Shaabi han desempeñado un papel importante en la toma de muchas de las ciudades conquistadas por el grupo EI durante una ofensiva relámpago en 2014 que le llevó a controlar un tercio del país.

Junto al ejército y a la policía, estos combatientes participaron en las operaciones de reconquista de Hawija, una ciudad a 230 kilómetros al norte de Bagdad que bajo el régimen del dictador Sadam Husein, derrocado en 2003, ya era conocida por albergar a grupos suníes muy radicales.

Después de la invasión estadounidense en 2003 era apodada la “Kandahar de Irak”, en referencia al bastión talibán en Afganistán.

Como recuerdan los folletos diseminados por el hospital y un poco más lejos, en el llamado “tribunal” del grupo EI, la “yihad” no es una novedad en la ciudad. Algunas octavillas retoman discursos de Abu Musab al Zarqaui, el emir de Al Qaida en Irak que luchó contra la presencia estadounidense en el país al comienzo de los años 2000.

“Los del EI no tienen más que volver”, lanza, desafiante, Udai Salman, un chapista de 35 años que dejó mujer e hija en Nayaf, ciudad santa chiita del sur, para unirse al Hashd. “Aquí estamos, los esperamos”.

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