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El infortunio de los obreros del automóvil en EEUU, afectados por la globalización

Operarios de la compañía Fiat Chrysler dejan la planta tras finalizar su jornada laboral, el 7 de octubre de 2015, en Warren (Michigan) afp_tickers

Detroit, capital de la industria del automóvil, registró una hemorragia de empleos en las últimas décadas tras una oleada de supresiones de puestos de trabajo, un hecho que afectó duramente a la clase obrera, puntal de la clase media estadounidense.

Cuando a los 46 años Janet Parker, que salía de una crisis de agotamiento, supo que la Ford la contrataba, creyó que era el comienzo de una vida profesional sin estrés pero, ocho años más tarde, llegó la desilusión.

“Las cosas cambiaron para peor. Lo veo también con mi marido”, empleado de la Fiat Chrysler desde hace 25 años, cuenta esta afroestadounidense que trabaja en la fábrica Ford de Sterling Heights (Michigan) especializada en ejes, y que aún no tiene un contrato con todos los beneficios laborales.

Las incertidumbres que rodean esa precariedad le resultan cada vez más insoportables y los procedimientos para remediar la situación, respaldados por el poderoso sindicato United Automobile Workers (UAW), son infructuosos.

“Si no estuviese mi marido, tendría que ir en bicicleta. Tengo colegas que no pueden ni comprar un coche Ford”, lamenta.

– Descenso de categoría –

El descenso de categoría de los obreros del automóvil, que contribuyeron a la prosperidad de la famosa clase media estadounidense, comenzó en los años 2000 y se aceleró en 2009 con la caída de los “Big Three”.

Aquel año, General Motors y Fiat Chrysler, motores de la economía de esta región industrial de Michigan (norte), cayeron en quiebra y la Ford cerró fábricas y suprimió millones de puestos.

“Nuestra fábrica funcionaba a toda máquina”, cuenta Michael Gilliken, jefe de equipo del centro de Dearborn (Michigan), que construye las camionetas F-150. Pero a partir de 2005 desaparecieron las horas suplementarias, primera alerta.

Una tras otra, desaparecieron las ventajas (comidas gratuitas, centros de formación continua) que antaño habían convencido a los jóvenes de la región a renunciar a los estudios universitarios para seguir el ejemplo de sus padres o de sus tíos e integrar el trabajo en la fábrica.

“Estábamos en shock. Nadie estaba preparado para esto”, cuenta Michael, obligado al paro técnico durante tres meses.

“Empiezas a hacerte preguntas: ¿Vender el coche? ¿Vender la casa?”, cuenta este padre de cinco hijos, que finalmente conservó su empleo gracias a su antigüedad.

En contrapartida, tienen que aceptar la congelación de su salario y una revisión a la baja de su contrato de trabajo.

– Resignación –

Si la crisis de 2008 forzó a las “Big three” a reducir su producción, la automatización, la pérdida de la competitividad a causa de la competencia asiática. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que integran Estados Unidos, Canadá y México, provocó también pérdidas importantes.

“El TLCAN desencadenó deslocalizaciones y empujó los salarios a la baja”, fustiga Scott Houldieson, empleado de la fábrica Ford de Chicago.

Michael Gelliken denuncia, por su parte, las “malas” decisiones adoptadas por los gigantes de Detroit: “nosotros no fabricamos vehículos de calidad en este país. Hemos elegido la cantidad más que la calidad, algo que los japoneses han comprendido”.

Consecuencia: aunque General Motors y Ford siguen siendo los dos mayores vendedores de autos de Estados Unidos, son seguidos de cerca por Toyota, mientras Fiat Chrysler avanza mano a mano con Honda y Nissan.

La tendencia es la misma en el sur del país, donde fabricantes extranjeros como la alemana Volkswagen han abierto fábricas para aprovechar un clima antisindical e imponer salarios bajos.

A pesar de que el resurgimiento de la industria del automóvil estadounidense en 2012 permitió crear empleos y permitir en 2015 la primera subida de los salarios desde hacía una década, el estatuto de los trabajadores no ha sido reforzado.

Un joven novato gana entre 14 y 20 dólares a la hora, no cotiza para la pensión, a menudo no tiene cobertura de salud y tiene que esperar varios años para un contrato con todos los beneficios laborales.

“Cuando yo empecé nos daban todos los beneficios a los 90 días”, recuerda Jeff Brown, que trabaja en la fábrica de montaje de Flat Rock (Michigan), para la que Ford acaba de anunciar una inversión de 700 millones de dólares ante las presiones de Donald Trump.

Los trabajadores interrogados por la AFP parecen resignados. Aunque confiesan no tener simpatía por Trump, aplauden su proteccionismo como hace Janet Parker, para quien esa política podría permitirle por fin mantener su puesto de trabajo a pesar de su estatuto precario. En las últimas elecciones, el estado de Michigan votó por el republicano Trump, tras 28 años de voto demócrata.

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