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El miedo persiste en un pueblo de Darfur, 15 años después del horror

Mujeres sudanesas construyen una cabaña de madera en su pueblo de Shattaya, en Darfur, en el oeste de Sudán, el 10 de octubre de 2019 afp_tickers

Suleiman Yakub se acuerda como si fuese ayer de aquel día en el que milicias árabes, que atacaron su pueblo de Darfur en 2004, lo colgaron a un árbol y lo dejaron allí dado por muerto.

“Los aldeanos fueron ejecutados delante de mí”, cuenta Yakub, de 59 años, habitante de Shattaya, pueblo de Darfur atacado por la milicia de los Janjawids en febrero de 2004.

Ese año fue el más intenso del conflicto en esta región del oeste de Sudán, país devastado por la guerra.

“Me ataron las manos y me colgaron a un árbol, pero sobreviví”, añade, mientras muestra la cicatriz aún visible en su cuello. “No nos sentimos seguros”, afirma.

Según los habitantes, hombres armados atacaron Shattaya, subidos en caballos, camellos y motos, y armados con fusiles y lanzacohetes mataron a 1.800 personas.

La violencia en Darfur estalló en 2003 cuando minorías étnicas, que se consideraban marginadas, se rebelaron y tomaron las armas contra el gobierno central sudanés en manos de árabes y dirigido por el presidente destituido Omar al Bashir.

Para reprimir esta rebelión, Jartum formó una milicia armada, los Janjawids, que reclutó a miembros nómadas, en su mayoría árabes. Estos milicianos fueron acusados de llevar a cabo una política de tierra arrasada, saqueando, incendiando y violando en los pueblos sospechosos de apoyar a los rebeldes.

Unas 300.000 personas murieron en este conflicto que dejó igualmente 2,5 millones de desplazados, según la ONU.

En 2007, miles de cascos azules fueron desplegados en Darfur en el marco de una misión conjunta de la ONU y la Unión Africana. Pero desde mayo de 2018 su número se redujo debido a una menor violencia.

Como Yakub, muchos vecinos aprovecharon esta nueva calma para volver a Shattaya, después de pasar años en insalubres campos de desplazados.

– Devolver la paz –

La Corte Penal Internacional (CPI) condenó en 2009 y 2010 a Bashir por crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio por las violaciones cometidas en Darfur, en las que se incluyen las atrocidades ocurridas en Shattaya.

Tras gobernar con mano de hierro durante tres décadas, Bashir fue destituido en abril por el ejército, al cabo de casi seis meses de manifestaciones populares. Actualmente es juzgado en Jartum, pero solo por acusaciones de corrupción.

Las nuevas autoridades sudanesas prometieron en paralelo devolver la paz a Darfur, así como a los dos estados de Nilo Azul y de Kordofán del Sur (sur).

Esta semana deben retomarse en Juba, Sudán del Sur, conversaciones de paz entre Jartum y los rebeldes de los tres estados, tras una primera ronda en septiembre.

Quince años después, las huellas del conflicto continúan desfigurando Shattaya, cuyos habitantes pertenecen en su mayoría a la etnia africana fur.

Gran parte de sus casas siguen destruidas, lo que hace que los residentes que vuelven tengan que construirse refugios improvisados, constató un periodista de la AFP.

Esta población afirma además que aún hay presencia de hombres armados alrededor, y denuncia que no le han devuelto las tierras confiscadas por los pastores árabes.

– “No conoceremos la paz” –

Es el caso de Mohamed Izhak, de 29 años, que asegura que su familia es propietaria de campos de cítricos cerca del pueblo.

Izhak volvió a Shattaya el año pasado, después de haber vivido varios años en el campo de desplazados de Kalma junto a otros miles de darfuríes.

Su padre, sus dos hermanos y tres tíos murieron en el ataque de 2004, precisa desde el refugio de plástico y hierba seca que se ha construido.

Por su parte, Haj Abdelrahman vive en la única habitación de su casa que aún queda en pie. A su regreso a Shattaya, este hombre de 63 años encontró a “pastores árabes” en las tierras de su familia.

“La granja fue destruida, cortaron los árboles. No puedo decirles nada, ya que andan armados”, cuenta a la AFP.

Entre tanto, muchos habitantes plantan hortalizas delante de sus casas destruidas, como Siddiq Yusef, que no se atreve a ir a su granja situada “justo fuera del pueblo”. “Mientras esos milicianos sigan armados, no conoceremos la paz”, asevera.

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