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El proyecto del futuro avión de combate europeo no acaba de despegar

Un avión Eurofighter alemán, en las pistas de la base aérea de Nörvenich, el 20 de agosto de 2020 al oeste de Alemania afp_tickers

El proyecto de futuro avión de combate europeo, compartido entre Francia, Alemania y España, no acaba de despegar a causa de la repartición de tareas y responsabilidades.

“No creo que el proceso vital esté en riesgo pero no voy a decirles que el enfermo no se encuentra en un estado difícil. Estamos en ese punto de dificultad, pero todavía creemos” en el proyecto, afirmó el viernes Eric Trappier, presidente de Dassault Aviation.

Su empresa fue designada contratista principal para la fabricación del avión de combate de nueva generación (llamado “NGF” o “New Generation Fighter”), principal componente del Futuro Sistema Aéreo de Combate (FSAC).

Según el presidente de Airbus, Guillaume Fauri, socio principal del programa, las negociaciones están “muy avanzadas pero el último kilómetro probablemente sea el más difícil y esto acontece en un momento de presión por la situación en los diferentes países”.

Francia y Alemania, asociadas a España, esperan aprobar antes de las elecciones alemanas de septiembre los contratos industriales de estudio que deberían conducir a la realización de un “demostrador”, una especie de pre-prototipo destinado a ratificar la validez del diseño.

Para 2040, los tres países tienen que reemplazar sus aviones Rafale y Eurofighter y asegurarse de que sus industrias siguan siendo punteras. Todo un desafío.

La canciller alemana, Angela Merkel, causó cierto revuelo en febrero al afirmar que había “reabierto el tema de la repartición y de la continuación de las obras”, que fue decidido cuando se inició el programa.

“Es un proyecto bajo liderazgo francés pero hace falta que, por lo menos, los socios alemanes puedan estar a un nivel satisfactorio frente a sus homólogos. Así que tenemos que ver muy detalladamente las cuestiones de propiedad industrial, de compartición de tareas y de compartición del liderazgo”, explicó.

Las tecnologías desarrolladas por Dassault, que servirán para poner en marcha el demostrador, “es lo que le da valor a Dassault, que no quiere ceder” su propiedad intelectual, observó en una tribuna Jean-Pierre Maulny, investigador en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS, por sus siglas en francés).

– Meritocracia –

Por su parte, Alemania considera que tendrá que “pagar para financiar una capacidad militar” pero que “no tendrá el control”, agregó Maulny.

Otro punto de tropiezo radica en el reparto de tareas entre los tres Estados. Para el NGF, Dassault tendrá un tercio de la carga (por Francia) y Airbus, presente en Alemania y España, dos tercios.

Pero Dassault tuvo que aceptar que la mitad de las tareas se hagan “en común”, lo que “significa que nadie es responsable”, señaló Eric Trappier.

Con todo, el fabricante de aviones francés se niega a dejar en manos de otros algunos sectores “sensibles o estratégicos”, en los que se considera que está más adelantado, como los mandos de vuelo electrónico.

Por su parte, la ministra de Defensa francesa criticó los “retrasos” y los “problemas técnicos” y los “importantes sobrecostos presupuestales” del proyecto por no haber “puesto en marcha el principio del mejor atleta”, es decir, seleccionar a las empresas según su valía en cada campo y que se identifiquen las responsabilidades de cada uno.

Un argumento que también planteó Olivier Andriès, presidente del grupo de aeronáutica francés Safran, que debe “hacerle un hueco” al fabricante de motores y turbinas español ITP tras haber alcanzado un acuerdo con el alemán MTU.

“Tenemos que apoyarnos en los rendimientos y las competencias demostradas, y no volver a caer en los errores del pasado”, advirtió.

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