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En 2015, el terror del grupo EI en el mundo “alcanzó su paroxismo”

Banderas, pancartas, flores y velas en recuerdo de las víctimas de los atentados del 13 de noviembre en París, en la plaza de la República de la capital gala el 27 de noviembre de 2015 afp_tickers

Golpeado de París a Beirut, pasando por el Sinaí o California, el mundo comprendió en 2015 que es y seguirá siendo vulnerable a una forma de atentados promovidos u organizados por el grupo Estado Islámico (EI).

El grupo yihadista radical, fundado en 2014 en los confines de Irak y Siria, y que se dedicó en un primer tiempo a consolidar su control territorial, dirigió sus miras hacia los “enemigos lejanos” en el año que termina. Fomentó o inspiró ataques contra blancos civiles en distintas partes del mundo que causaron cientos de víctimas.

“El EI, que reivindicó la responsabilidad de esas atrocidades, ha pasado a ser global”, estima Richard Barrett, vicepresidente del grupo de reflexión neoyorquino Soufan Group y que dirigió antes el contraterrorismo en los servicios británicos y la unidad de vigilancia de Al Qaida y los talibanes en la ONU.

“Y dar vueltas en redondo y enviar más cazabombarderos no va a solucionar el problema. Por el contrario, va a empeorarlo un poco”, considera Barrett al hablar recientemente con la AFP.

“Pero los políticos tienen muchas dificultades para tratar estos temas. El público está asustado, ya que ése es el objetivo del terrorismo: instilar el miedo. Si no desarrollamos una forma de resiliencia social frente a eso, vamos hacia graves problemas”, agrega.

La fuerza del EI es que puede contar con agentes enviados desde las “tierras del califato” para montar operaciones en Europa (como los autores de los atentados del 13 de noviembre en París) y a la vez con simpatizantes ya en el lugar. Tal fue el caso de Syed Rizwan Farook y Tashfeen Malik, que se radicalizaron y decidieron pasar a la acción en Estados Unidos sin tener aparentemente contactos directos con el grupo yihadista.

Hay que agregar a esas dos amenazas la constituida por yihadistas bien entrenados, como los hermanos Kouachi, autores de la matanza de Charlie Hebdo, vigilados un tiempo pero considerados poco peligrosos, que saben hacerse olvidar y luego atacan de manera inesperada.

– Sociedades más “salvajes” –

Frente a esa multiplicación de sospechosos, las fuerzas públicas tienen dificultades pese a que sus medios fueron reforzados en todos los países blancos del EI o de Al Qaida.

“Todos los miembros de los servicios de seguridad europeos con los que tuve contactos en el último año están petrificados cuando evocan el problema de los combatientes extranjeros” que regresan de Siria o de Irak, afirma Bruce Riedel, del centro de reflexión Brookings de Washington. Y es que ese problema “es prácticamente irresoluble”, acota.

Solo su vigilancia intensiva movilizaría a todas las fuerzas de seguridad y los ejércitos del mundo occidental, y eso “es imposible, por supuesto”, agrega Riedel, exmiembro de la CIA. “Tenemos un problema serio: esto se llama estar sumergidos”.

Pese a la creación, a iniciativa de Arabia Saudita, de una coalición de 34 países, mayoritariamente musulmanes, para “combatir el terrorismo militar e ideológicamente”, hay muchas dificultades para poner en marcha una cooperación internacional eficaz contra el EI, señala Jean-Pierre Filiu, profesor del Instituto de Ciencias Políticas de París.

“Los atentados de París en noviembre y el de San Bernardino recordaron a los países occidentales” que el EI “puede golpear en todo momento”, dice.

“Y vemos que Francia, pese al apoyo de Gran Bretaña y Alemania, está lejos de ser sostenida activamente en este plano por los otros países europeos. En cuanto a Estados Unidos, ha privilegiado una campaña de larga duración” que permite al EI “desarrollar sus redes transnacionales. Y la Rusia de Vladimir Putin está más interesada por el apoyo a su aliado Bashar al Asad, a cuya oposición bombardea, que en una ofensiva contra” el Estado Islámico”, estima Filiu.

Aunque saben que son vulnerables, los países atacados por el EI evitaron hasta ahora en sus reacciones la trampa tendida por el movimiento yihadista, cuyo interés es que las comunidades musulmanas locales sean estigmatizadas, acusadas de complicidad, para que opten por su campo.

“Además del miedo que provoca, el terror, que llegó a su paroxismo en el año 2015, está destinado a volver ‘más salvaje’ la sociedad ‘impía’, fragmentándola en guetos confesionales hasta que se hunda en una guerra civil”, escribe el politólogo francés Gilles Kepel en su libro “Terreur dans l’hexagone” (Terror en el hexágono, Editorial Gallimard).

“Esta visión apocalíptica y delirante de los yihadistas se nutre del fantasma de un reclutamiento posible de sus correligionarios, que se sentirían victimados por la islamofobia atizada en reacción a las matanzas perpetradas por los islamistas”, sostiene.

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