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En Hebrón, el “milagro” de los colonos sustituyó a “la buena época” palestina

El palestino Eid Jaabari fuma en Hebrón, localidad palestina ocupada por Israel en plena Cisjordania, el 8 de mayo de 2017 afp_tickers

En los 50 años transcurridos desde la Guerra de los Seis Días, el rostro de Hebrón cambió radicalmente, convirtiéndose en reflejo del conflicto israelo-palestino. Su barrio comercial es ahora una zona fortificada y su centro espiritual se encuentra bajo estricta vigilancia israelí.

Los israelíes entraron en Hebrón en el primer día de la guerra, el 5 de junio de 1967. La ciudad, donde se encuentra la Tumba de los Patriarcas, venerada por los judíos pero también por los musulmanes como la mezquita de Ibrahim, estaba bajo control jordano desde 1948.

“No hubo combates, los árabes se retiraron”, cuenta con un dejo de amargura Eid Jaabari, que en aquella época tenía 21 años y que dice haber visto a las tropas jordanas retirarse sin disparar una sola bala.

Para los habitantes palestinos de Hebrón, fue el fin de la “buena época”, dice. Para los colonos judíos, el principio de “un gran milagro”.

Los judíos reivindican una presencia de 4.000 años en Hebrón. La Tumba de los Patriarcas, situada en la Ciudad Vieja, albergaría los restos de Abraham -padre de las tres religiones monoteistas-, de su hijo, el patriarca Isaac, de su nieto Jacob y de sus esposas Sara, Rebeca y Lea.

A raíz de la matanza de decenas de judíos por los árabes en 1929, Hebrón se fue vaciando poco a poco de presencia judía, hasta su retorno en 1967.

– Ciudad fantasma –

Cientos de colonos viven hoy aquí -en su gran mayoría por convicción personal- bajo fuertes medidas de protección, rodeados de 200.000 palestinos en la mayor ciudad de Cisjordania, territorio palestino ocupado desde 1967.

La existencia misma de Israel, creado en 1948, “estaba en peligro, importantes países árabes vecinos hablaban de arrojar a los judíos al mar”, afirma Noam Arnón, portavoz de los colonos. “Pero ganamos y liberamos a nuestros lugares santos en Jerusalén y Hebrón”, agrega.

Al principio, a partir de 1967, la cohabitación entre palestinos y colonos judíos fue fluida, recuerdan los palestinos de la Ciudad Vieja.

La llegada de los israelíes incluso “generó empleos”, recuerda Abdel Rauf Al Mohtaseb, dueño de un comercio en la parte antigua de la ciudad.

En aquella época, “no se podía casi caminar, de tanta gente que había” en las calles comerciales, recuerda Jaabari, con su kufiyya en la cabeza, el tradicional pañuelo palestino, mientras fuma en su pipa de agua en una callejuela empedrada, hoy desierta.

A su alrededor, las grandes arterias de la ciudad están vedadas a los palestinos.

En sus calles fantasmas, candados oxidados cierran cortinas que se bajaron hace años. Las callejuelas donde sobreviven algunos comercios de palestinos están cubiertas por redes para retener las piedras e inmundicias arrojadas por los colonos a los transeúntes.

“Repentinamente, las bases militares se convirtieron en colonias y los colonos se expandieron por todas partes”, cuenta Mohtaseb, que hoy tiene 59 años.

– El miedo –

En una década, el Gobierno israelí accedió a los reclamos de los colonos y autorizó una presencia civil israelí en el corazón mismo de la ciudad palestina.

Desde entonces, Hebrón es la única ciudad -exceptuando a Jerusalén- con colonias en el interior. En otros lugares, solo hay colonias en los alrededores.

Se trata de una situación tan única que la ciudad sigue siendo objeto de negociaciones separadas de cara a los acuerdos entre israelíes y palestinos.

Para los palestinos, la presencia de colonos y los cientos de soldados que los protegen hacen insoportable la vida cotidiana. Ambas partes dicen vivir con miedo.

“El miedo”, responde Gabriel Ben-Isaac, colono israelí del barrio Tell Rumeida, acompaña a los colonos. Y es “permanente”, asegura.

Según Arnon, “los judíos no pueden acceder a más del 3% de la ciudad”, cubierto de banderas israelíes y donde los palestinos están excluidos, lo cual se parece “para algunos, a un gueto”.

Los problemas de violencia son frecuentes.

Alcanzaron su paroxismo en 1994 cuando un israelo-estadounidense mató a 29 musulmanes que oraban en la mezquita de Ibrahim, antes de ser linchado.

“Es verdad, vivir aquí no es lo más divertido, pero le da un sentido a nuestras vidas, porque la base está aquí”, asegura Arnon.

En respuesta a la violencia, se necesitaría “una total soberanía israelí sobre la ciudad”, agrega.

“Lo que ellos quieren es una tierra sin gente, pero los palestinos están ahí”, contesta Mohtaseb. “Podemos vivir todos juntos, pero la tierra y las casas son nuestras. Estoy dispuesto a tener invitados, pero no invitados armados”.

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