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En las zonas periféricas de Israel, Netanyahu es rey

Partidarios del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, jefe del partido de derecha Likud, el 11 de febrero de 2020 durante un acto electoral en Tel Aviv afp_tickers

“Seis calzoncillos por 50 séqueles y uno de regalo para los que voten por Netanyahu”: el letrero se encuentra en el stand de Yaacov Matslaoui, en el mercado de Ramla, un bastión del partido del primer ministro israelí, en las afueras de Tel Aviv.

Rodeado por montones de calcetines, camisetas y calzoncillos, Yaacov, sonriente bajo su canosa barba, cobra vida cuando habla del “Rey Bibi”, el apodo del jefe de gobierno saliente, Benjamin Netanyahu.

A pocos días de las elecciones legislativas en Israel, el comerciante exhibe una fotografía gigante de “Bibi” coronada con el texto “Netanyahu, el mercado de Ramla y el pueblo israelí están con usted”, que ya le ha costado varias multas.

La ciudad de Ramla es parte de “Likudlandia”, áreas al margen de la “nación emergente”, donde los residentes de la clase media baja votan abrumadoramente por Likud, el partido de derecha de Netanyahu.

Es una aparente paradoja en vista de la política económica liberal en vigor, que ayudó a impulsar los resultados macroeconómicos de Israel, pero lo convirtió en uno de los países desarrollados con mayores desigualdades sociales, según la OCDE.

En las últimas elecciones, en septiembre, el partido centrista Kahol-Lavan (“Azul-blanco”) ganó en las localidades más ricas, mientras que los votantes lejos de los centros económicos o en las afueras de las grandes ciudades, eligieron el Likud.

– Mizrajíes y askenazíes –

“Con mis hermanos y hermanas, crecimos ocho en una habitación”, recuerda Yaacov, cuyo padre es de Irak y su madre de Libia.

En las décadas de 1950 y 1960, poco después de la creación de Israel, los judíos de Irak, Yemen y todo el Magreb se trasladaron al estado hebreo, donde los asknazíes, los judíos de los países de Europa central, ocuparon puestos clave luego de haber fundado el país.

Los llamados mizrajíes, “orientales”, se establecieron fuera de las grandes ciudades, y se sintieron excluidos en ese momento por la izquierda en el poder.

La élite askenazi estaba, de hecho, a la cabeza de Mapai, el gran partido de izquierda, antepasado del Partido Laborista, que gobernó durante las primeras tres décadas después de la creación de Israel en 1948.

Sin embargo, durante las elecciones de 1977, Menahem Begin, fundador de Likud -el gran grupo histórico de la derecha-, se apoyó en el creciente electorado de los mizrajíes para ganar. Luego, los puso en puestos de responsabilidad.

“Los líderes de Mapai nos han humillado, querían educarnos porque consideraban que nuestras culturas eran inferiores”, comenta Yaacov.

“Hoy, son sus hijos quienes están detrás de la izquierda y Gantz (centrista)”, agregó el comerciante, quien añadió que se había beneficiado, sin ser rico, de la presencia del Likud en el poder y el crecimiento de los últimos años en Israel.

“Manejamos, mis hermanos y hermanas y yo, en autos nuevos y le agradecemos a Likud”, dijo.

Moshé Avital, de 72 años y cuyos padres de origen marroquí vivieron durante varios años en “campamentos de tránsito” antes de poder establecerse en una casa, dijo que tenía a Menahem Begin “en su corazón”.

“Siempre he votado al Likud y siempre votaré al Likud porque Begin es el que permitió que los sefardíes levantaran la cabeza”, dice Avital, quien vive en Sdérot, un pequeño pueblo en la “periferia”, ubicado en el borde de la Franja de Gaza.

– “Pertenecer” a Israel –

Aunque históricamente desfavorecidos, los mizrajíes “no adoptaron automáticamente los valores de justicia social y universalismo defendidos por la izquierda”, dijo Nissim Mizrachi, profesor de sociología en la Universidad de Tel Aviv.

“Pensar que las condiciones económicas son decisivas es un análisis erróneo de la visión de la izquierda liberal, que no logró conquistar a las masas, ya sea en Israel o en otros países”, dijo.

En su opinión, los mizrajíes y grupos de inmigrantes más recientes, como los de habla rusa, perciben como una amenaza de identidad el discurso de la izquierda liberal que tiende a concebir a Israel como “un estado moderno y occidental con un carácter judío”.

“Por el contrario, el Likud les da la impresión de que sus vidas individuales son parte de la gran historia de Israel y el pueblo judío”, dijo.

Un sentimiento reforzado, según Mizrachi, por el carisma de Netanyahu que “les da la sensación de que podemos confiar en él (…), de que puede defender los intereses de Israel y los suyos”.

En este “Likudlandia”, los problemas legales del primer ministro -acusado de corrupción y cuyo juicio debe comenzar a mediados de marzo-, no parecen amenazar su prestigio.

“Bibi recibió cigarros y champaña, y su esposa recibió joyas. ¿Y qué?”, se preguntó Yaacov sobre las denuncias de corrupción.

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