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La búsqueda de desaparecidos en Mosul, entre bombas y francotiradores

Un rescatista de la Defensa Civil, durante una operación de búsqueda de supervivientes en el barrio de Zanjili, en el oeste de Mosul, el 27 de junio de 2017, tras el desplome de varios edificios por la batalla librada en esta ciudad del norte de Irak afp_tickers

En el devastado Mosul, los socorristas intentan rescatar a las familias sepultadas bajo los escombros de la sangrienta batalla entre el Ejército iraquí y los yihadistas, una carrera contrarreloj entre bombas y francotiradores en la que se juegan la vida.

Frente a la excavadora que remueve la montaña de escombros en medio de una nube de polvo, Abdel Rahman Mohamed y su hermano Amar fuman cigarrillo tras cigarrillo bajo un sol inclemente, una temperatura de 50 grados y una insondable tristeza.

Bajo los escombros podrían estar los restos de su hermano Ahmed y su familia, desaparecidos cuando huían de los encarnizados combates librados en el barrio de Al Zenjili, al oeste de la ciudad.

Tras haber eliminado a los últimos francotiradores del grupo Estado Islámico (EI) emboscados en torno al cruce de Al Borsa, el ejército autorizó al fin el martes a los socorristas a buscar entre los escombros.

Para ello fueron necesarias tres semanas. Salvo milagro, parece imposible hallar a supervivientes.

Ammar está hundido: “Hace 20 días que están ahí abajo, toda una familia. Es una tragedia”. Abdel Rahman, por su lado, se aferra a la idea de que quizá su hermano y su familia abandonaron la casa antes del bombardeo.

– “Mosul, lo peor” –

El 6 de junio, el ejército iraquí avanzaba en Al Zenjili, donde varios civiles estaban encerrados en sus casas por orden del grupo EI.

Al cabo, agotados y hambrientos, algunos aprovecharon para huir. Entre ellos Ahmed, el hermano de Abdel Rahman y de Amar, su mujer y sus seis hijos, de uno a nueve años.

Pero la familia ve llegar a combatientes del grupo EI en sentido contrario y “se refugia con otros 30 civiles en el sótano de una casa vecina”, relata Abdel Rahman.

En el interior, el grupo sufre desesperadamente de sed. Un hombre se ofrece a ir a buscar agua. Esa será su “suerte”: en el exterior, la bala de una francotirador le atraviesa la mejilla. Herido, no puede volver a la casa y logra hallar refugio en otro lugar.

Minutos después, la casa es pulverizada por un bombardeo aéreo, atribuido en el barrio a la coalición internacional dirigida por Washington, que apoya a las tropas iraquíes en tierra.

“Quizá se equivocaron de casa. O la bombardearon porque en su techo había francotiradores del EI”, sugiere Abdel Rahman.

El superviviente herido advierte a los dos hermanos, que avisan a la Defensa Civil, una unidad del Ministerio del Interior que socorre a supervivientes o recoge a muertos reclamados por sus familias para ser enterrados dignamente.

“Hemos trabajado en Faluja, Ramadi (dos ciudades al oeste de Bagdad), pero Mosul, es lo peor”, dice el comandante Saad Nawzad Rachid.

Sus hombres llegan a veces a tiempo para salvar vidas. En otras ocasiones ya es muy tarde, al ser obstaculizados por los francotiradores y las bombas artesanales.

“Nunca he visto tanta destrucción, tantos niños y mujeres afectados, y todo a causa de estos perros” del grupo EI, afirma.

– Muñecas multicolores –

En inestable equilibrio sobre el montón de escombros, la excavadora se balancea mientras extrae bloques de cemento prisioneros de retorcidas barras metálicas.

Tras más de una hora de trabajo, aparecen objetos al fondo del hueco, de una profundidad de varios metros. Ahí surgen dos muñecas multicolores, de pelo rubio.

Al borde del hueco, los rostros se tensan. De pronto un socorrista grita: “¡Stoooop!”.

Abdel Rahman y Amar se acercan, febriles. No hay rastro humano al fondo. Pero un poco más arriba, brilla una punta de ojiva: un cohete, que no ha explotado, amenaza con desplomarse.

La excavadora no irá más lejos. Sobre todo porque el ejército acaba de descubrir dos coches bombas en los alrededores, uno de ellos a menos de 50 metros.

“Es demasiado peligroso excavar en estas circunstancias. Primero vamos a dejar que el ejército proceda al desminado”, decreta el comandante Rachid. Es decir, dos días más de plazo.

Amar y Abdel Rahman acusan el golpe. Nadie ha visto a su hermano y su familia en las zonas liberadas de los alrededores.

Pero el segundo no pierde la esperanza. “Quizá huyeron hacia la ciudad vieja”, dice, mostrando el horizonte negro de humareda del viejo Mosul, donde el ejército acosa a los últimos combatientes del grupo EI, rodeados y diseminados entre miles de civiles, atrapados a su vez entre dos fuegos.

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