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La cacería de los yihadistas mezclados entre civiles para huir de Mosul

Un combatiente iraquí hace guardia en el este de Mosul cerca de tres especialistas en desminado el 16 de enero de 2017 afp_tickers

En un terreno árido al sur de Mosul, un militar pregunta a unos hombres que han huido de esta ciudad iraquí si han colaborado con el grupo yihadista Estado Islámico (EI).

El teniente Abdulá Qasem carga con la difícil tarea de detectar a yihadistas entre los civiles que huyen de los combates en Mosul, el último bastión del grupo EI en Irak y blanco de una ofensiva iniciada en octubre.

Primero en tono conciliador y luego firme, el militar increpa a unos 70 hombres en la aldea de Al Salam.

“Os han obligado a dejaros crecer la barba, han prohibido los cigarrillos, han controlado vuestras vidas”, les suelta el oficial iraquí con el uniforme negro del CTS (Counter-Terrorism Service), las fuerzas de élite antiterroristas. Se expresa usando una varilla para recalcar sus palabras.

“Pero en el corazón del islam está el perdón, no las matanzas ni los combates. Así que todos entendéis cuál es la diferencia entre Dáesh y el islam”, añade, haciendo referencia al acrónimo en árabe utilizado para designar al grupo EI.

“Aquellos entre vosotros que les hayan ayudado, dejado entrar en sus casas o que les hayan dado a sus hijas como esposas no son gente respetable”, afirma Qasem.

Uno de los hombres responde: “Pero no podíamos luchar contra ellos, no teníamos ningún medio”.

El teniente Qasem, con la mirada oculta tras unas gafas de sol, se gira hacia él: “Pero, ¿cómo entraron en Mosul? Esa es la pregunta”, contesta en tono seco, dando a entender que la población local fue indulgente con los yihadistas cuando estos se hicieron con el control de la ciudad en junio de 2014.

– “No temáis” –

La búsqueda de yihadistas comienza por separar a los hombres de las mujeres.

Las mujeres y los niños van a un área con sombra en la que reciben agua y comida. Durante ese tiempo, los hombres deben dar su nombre y responder a una serie de preguntas. Sus identidades pasan a una base de datos.

Apartan a los sospechosos de pertenecer al grupo EI o que reconocen vínculos con el grupo yihadista para un interrogatorio más exhaustivo.

En hileras de diez, los hombres, agotados y nerviosos, escuchan el discurso del teniente Qasem. Luego se levantan y colocan las manos sobre los hombros de la persona que está delante.

Un anciano con turbante blanco examina cada hilera hablando en voz baja con un oficial de inteligencia. Este último, que rechaza dar su nombre, toma la palabra: “Si conocéis a alguien que haya jurado lealtad o trabajado con Dáesh, no temáis, Dáesh está acabado”.

– “Estuve con ellos” –

Apunta con el dedo a un hombre vestido con un chándal y le pide que se acerque.

“Miren a este hombre, me confesó que había jurado lealtad y que estuvo con ellos durante diez días. No le va a ocurrir nada”, añade, pasándole el brazo alrededor de los hombros. Él reacciona debatiéndose entre bochorno y miedo.

El oficial insiste en que si el reconocimiento de culpabilidad se demora, las fuerzas iraquíes serán menos clementes.

Un hombre se levanta y camina hacia él, sosteniendo una bolsa con sus enseres.

“Juré lealtad y trabajé con ellos en Qayara”, dijo, refiriéndose a una ciudad al sur de Mosul. “Pero lo juro, estuve con ellos sólo 23 días, me dieron un permiso y no volví”, añadió.

Otro hombre con chándal se levanta y camina hacia el oficial, que sonríe.

“Veis, no os pasará nada, habéis jurado lealtad. Habéis trabajado con ellos una semana, un mes, tres meses; no es nada, pero necesitamos información”, dice. “Tenemos que acabar con Dáesh, es como un cáncer: si no se acaba con él, él acabará con nosotros”, sentencia.

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