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La lucha por los puentes de Bagdad, símbolo de “la revolución” en Irak

Un grupo de manifestantes en el puente Al Jumhuriya ("República" en árabe) en Bagdad, el 5 de noviembre de 2019 afp_tickers

En Bagdad, la lucha entre manifestantes y policía por controlar los puentes que cruzan el Tigris se ha convertido en símbolo de las protestas masivas contra el gobierno y de la “revolución”, que muchos esperan que haga “caer al régimen”.

Estos puentes, que además tienen nombres simbólicos, como Puente de la República, de los Hombres Libres o de las Mártires, son estratégicos en el pulso con el gobierno.

“Queremos bloquearlo todo, nadie tiene que ir a trabajar, es la manera como la gente que no se manifiesta puede ayudarnos a hacer caer al gobierno que nos oprime”. explica a la AFP Imed Hasan, de 45 años, con una pancarta en el pecho que reza “Quiero a mi país”.

Aunque los manifestantes ya no controlan los puentes, tampoco dejan pasar a las fuerzas de seguridad, de manera que las autoridades siguen sin poder evitar la concentración de decenas de miles de manifestantes en la plaza Tahrir de Bagdad, epicentro de las protestas.

“Nos vamos a quedar aquí, resistiremos para proteger la zona” y la “revolución”, afirma Abas, de 24 años, que lleva un chaleco con botellas y otras cosas para protegerse de los gases lacrimógenos.

“Si no, atacarán a lo manifestantes de Tahrir con sus cañones de agua caliente, sus granadas lacrimógenas y sus balas de grueso calibre que matan cada día”, asegura.

Lo único que separa la Zona Verde –el barrio de Bagdad bajo alta protección donde están las instituciones del poder– de la plaza Tahrir es el puente Al Jumhuriya (“República” en árabe).

Este puente fue el primero que ocuparon los manifestantes. Desde entonces la policía antidisturbios instaló tres barreras de cemento desde las que dispara granadas lacrimógenas y ensordecedoras.

Los manifestantes respondieron instalando un escudo a base de placas metálicas y barriles que sin embargo no ha evitado la muerte de varios de ellos por el impacto de las granadas lacrimógenas en la cabeza.

Unos metros más al norte, los puentes de Al Ahrar (“Hombres Libres” en árabe) y Al Chuhada (“Mártires”) conectan con el barrio donde está la oficina del primer ministro, Adel Abdel Mahdi, la televisión estatal y el ministerio de Justicia.

El cuarto puente, llamado Senek, un término de la época otomana, conduce a la embajada de Irán, cuya bandera ha ardido en varias protestas porque los manifestantes acusan a ese país de haber llevado al poder en Irak a los “corruptos” y las “milicias”.

Cada vez que los manifestantes intentan ocupar un puente, las autoridades instalan altos muros de hormigón, los llamados T-Wall, que hasta hace poco el gobierno estaba orgulloso de haber hecho desaparecer de Bagdad.

A uno y otro lado de los muros de hormigón cada día parecen repetirse las mismas escenas.

Por un lado, los policías antidisturbios lanzan granadas lacrimógenas y ensordecedoras, incluso balas reales de fusil o de metralleta.

Y por el otro, los manifestantes usan sus hondas para lanzar una lluvia de canicas contra la policía o les deslumbran con punteros láser verdes y rojos, con la esperanza de que fallen el tiro.

También hay enfrentamientos bajo los puentes, en el río Tigris, donde la policía fluvial dispara granadas contra los manifestantes en la orilla. El ruido de las explosiones, amplificado por el eco que provocan las estructuras metálicas, recuerdan a los bagdadíes los atentados de los últimos años.

Los enfrentamientos suelen empezar por la tarde y conmocionan a todo el centro de Bagdad hasta tarde por la noche. Luego se detienen y vuelven a empezar a la mañana siguiente.

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