Perspectivas suizas en 10 idiomas

Libia, sumida en el caos 10 años después de la Primavera Árabe

Hace una década, las revueltas de Libia por la llamada Primavera Árabe trajeron destrucción y muerte en vez de la ansiada libertad afp_tickers

Diez años después de que la revuelta en Libia, apoyada por la OTAN, acabara con 42 años de dictadura de Muamar Gadafi, el país sigue siendo escenario de conflictos y caos y la población está cada vez más empobrecida pese a la riqueza petrolera.

El proceso de reconciliación auspiciado por la ONU ha generado una cautelosa esperanza de que el último alto el fuego traiga una paz duradera, aunque el país está dividido en dos campos rivales con sus propias milicias, mercenarios y apoyos externos.

La caída de Libia en la anarquía desde 2011 ha dejado exangüe a la población y ha convertido al país en el principal centro de tráfico de migrantes del norte de África, desde donde decenas de miles de personas tratan de llegar a Europa en peligrosos viajes en barco.

Al horror de las decenas de ahogados en el Mediterráneo se suman los abusos y torturas en los campos de detención de migrantes controlados por milicias y el hallazgo de fosas comunes de libios en las arenas de recientes campos de batalla.

“Diez años después de la revolución, Libia está todavía más desfigurada como Estado que en tiempos de Gadafi”, dice Emadeddin Badi, analista del grupo no gubernamental basado en Ginebra Global Initiative.

Una década después, la llamada Primavera Árabe solo ha traído destrucción y muerte, en vez de la esperada libertad y progreso, lo mismo que les ha ocurrido a Siria y Yemen, destrozados por la guerra.

“La situación es catastrófica para la población debido a los repetidos conflictos y divisiones”, dice Mazen Kheirallah, de 43 años, que vive y trabaja en Zaouia, oeste de la capital Trípoli.

“La crisis del coronavirus ha empeorado la situación”, asegura este empleado de la Compañía Libia de Electricidad. A ello se suma la inflación galopante y una economía hecha añicos.

“Con los precios en aumento, no podemos seguir viviendo dignamente”, aduce.

– Una década de guerra –

Majdi, un dentista de 36 años, recuerda la “chispa” del levantamiento que empezó en Bengasi, en el este de Libia en 2011, cuando la onda expansiva de la revuelta que se inició en Túnez se propagó por toda la región.

Fue entonces cuando “me di cuenta de que estábamos viviendo en el terror sin saberlo”, dice, pidiendo que no se publique su nombre completo.

En Libia, la revuelta popular – respaldada por bombardeos aéreos de la OTAN liderada por Estados Unidos, Reino Unido y Francia – concluyó a final de ese año con la muerte de Gadafi, que fue capturado y asesinado en una alcantarilla.

El final de sus 42 años de dictadura sembró el caos que desestabilizó a la región inundándola de armas y milicianos y, con los años, dejó a Libia, un país de siete millones de personas, bajo el control de docenas de milicias que se venden al mejor postor.

Los yihadistas también aprovecharon el vacío en la seguridad, y el grupo Estado Islámico organizó ataques desde su feudo en Sirte, en la costa central, contra turistas en Túnez en 2015 y 2016.

Salima Younis, una divorciada de 57 años que sobrevive como secretaria a medio tiempo en una escuela de Trípoli, dice que se ha pasado estos años “tratando de sobrevivir cada día, literalmente esquivando balas”.

La pequeña casa que construyó fue prácticamente destruida por la guerra en tres ocasiones, y sin medios para reconstruirla de nuevo, vendió el terreno y se mudó a un apartamento.

Antes de 2011 había “trabajado más de 20 años, ganando un salario decente, con compañías petroleras extranjeras que se han ido todas del país y nunca volverán”, cuenta.

– Centros de poder rivales –

Libia está ahora dividida en dos campos rivales basados en las regiones clave de Tripolitania, en el oeste, y Cirenaica, en el este, que eran ya centros de poder antes de la creación en la época colonial del estado libio.

En el oeste, el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), reconocido por Naciones Unidas, se asentó en Trípoli en 2016. Está apoyado militarmente por Turquía y Catar.

El este está controlado por una administración elegida por el Parlamento electo, que no reconoce al GNA, y apoyada por el militar Jalifa Haftar que cuenta con el respaldo de Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Rusia.

Las fuerzas de Haftar asediaron Trípoli durante 14 meses pero tuvieron que retirarse a principios del año pasado tras el apoyo de Turquía al GNA.

En uno de los macabros legados de la guerra, más de 120 cuerpos han sido exhumados de las fosas en Tarhuna, sureste de Trípoli, antiguo feudo de Haftar.

La administración estadounidense de Joe Biden ha instado a la inmediata retirada de Rusia, Turquía y otras fuerzas extranjeras que operan en Libia, en línea con el acuerdo de alto el fuego.

Pero unos 20.000 mercenarios y milicianos extranjeros permanecen pese a que tenían de plazo hasta el 23 de enero para irse del país.

Los proveedores militares rusos del Grupo Wagner, que apoyan a las fuerzas de Haftar, han cavado trincheras desde el sur de Sirte, según la CNN, que muestra imágenes de satélite.

– ¿Avances? –

Tras años de callejón sin salida, en los últimos meses se han registrado, como los define Naciones Unidas, “avances tangibles” en negociaciones entre las diferentes facciones libias y un tímido aumento de la producción de petróleo.

La semana pasada negociadores libios reunidos en Ginebra eligieron a un nuevo primer ministro, Abdul Hamid Dbeibah, que se encargará de preparar las elecciones nacionales del 24 de diciembre en medio de enormes desafíos.

Aunque la ONU quiere que los libios decidan su futuro, ninguna solución parece factible sin el acuerdo de los poderes extranjeros que se han sumado a la lucha con soldados, drones y petrodólares.

“La situación se ha estabilizado en la superficie”, dice Badi, que advierte contra el excesivo optimismo en un país que ha visto fracasar múltiples iniciativas internacionales de paz.

Lo que ocurre ahora, advierte, “es producto de una reticencia momentánea a proseguir la guerra, en vez de un deseo genuino de alcanzar una solución política”.

– “La gente sufre” –

El alto el fuego libio ha restaurado ciertos visos de normalidad, pero la vida diaria en Trípoli está ensombrecida por frecuentes apagones, falta de combustible y restricciones de dinero.

La pobreza ha crecido con el impacto del covid-19, en un país con las mayores reservas de crudo de África pero con un sistema público de salud en ruinas.

El sector energético responde por el 60% del Producto Interno Bruto y otrora pagaba un generoso estado del bienestar.

Pero la guerra ha causado largos cierres y daños en la infraestructura productiva petrolera o simplemente ha acabado con ella.

El año pasado, grupos armados leales a Haftar bloquearon la producción y las exportaciones desde los campos más importantes y terminales, reclamando una distribución de los ingresos “más justa” al GNA.

Haftar accedió a levantar el bloqueo en septiembre y en diciembre la producción aumentó a 1,2 millones de barriles diarios, aunque todavía lejos de los 1,5 millones de la época de Gadafi.

Para el investigador de Global Initiative, Jalel Harchaoui, Libia ha registrado avances pero todavía se enfrenta a enormes desafíos políticos.

“En un nivel estrictamente técnico, el número de libios muertos diariamente ha caído mucho”, dice a la AFP.

Pero, se pregunta: “¿ha habido avances a nivel político? ¿Hemos salido del peligro? En absoluto”.

“Cualquier cosa puede ocurrir. La población está sumamente harta. Las élites son bastante indiferentes al sufrimiento de la gente”.

Majdi dice que pese a las dificultades del país, no se arrepiente del levantamiento.

“Aunque después de 10 años hay guerra, violencia y confusión, no me arrepiento de haber apoyado la revolución. Era necesaria y todavía creo en ella”, resume.

SWI swissinfo.ch - unidad empresarial de la sociedad suiza de radio y televisión SRG SSR

SWI swissinfo.ch - unidad empresarial de la sociedad suiza de radio y televisión SRG SSR